Con este Domingo comienza la Semana Santa. Una semana singular, excepcional, creativa, religiosa, popular, muy popular en esta España nuestra, que algunos quieren laica en contra de la tozuda realidad. Aunque con el concilio Vaticano II han ganado relieve y significación las celebraciones litúrgicas, no hay duda que lo que el pueblo fiel, el pueblo sencillo, cristiano a su manera,  vive y sintoniza con la procesiones, la salida a la calle, horas y horas, días y noches, de bellas y artísticas imágenes que casi hablan y  que nos cuentan y nos recuerdan esa historia imposible de olvidar, porque se renueva cada año, en lo litúrgico reviviendo sacramentalmente  la pasión, muerte y resurrección del Señor y en la calle representado escenas que levantan el alma , emocionan y hasta hacen llorar. Los pueblos de España son una procesión silenciosa y sonara. Este año solo en el alma. Ojalá nos impregne de fe el hondón de nuestro ser, donde está la raíz de nuestro yo, de nuestra identidad. Lo valoraremos más o menos. Pero esta gesta de Jesús de Nazaret, de Jesucristo, creído y adorado es el quicio de la historia, es la luz que ilumina la historia. Es la respuesta a que la vida tiene sentido. Es lo que nos asegura que “la muerte no es el final del camino”. Es la que prueba que el amor vence al mal.

Este Domingo de Ramos tiene dos dimensiones, dos caras, dos aspectos, Uno de gozo, de júbilo, al conmemorar la entrada de Jesús en Jerusalén aclamado y aplaudido. Los niños hebreos fueron  los que con especial alegría le cantaron, le vitorearon  con ramos  palmas y le corearon.

  Aquí, en nuestra parroquia de Gijón queremos reproducir y hacer que los niños vivan especialmente ese momento. Son los protagonistas de este día. Tienen que llevar después la palma o el ramo bendito a los padrinos. Es una gozada verlos subidos en la carroza de la borriquina, cumpliendo aquello de Jesús en Evangelio: “Dejad que los niños se acerquen a mí”. Van con su amigo Jesús, el mejor del mundo. Entusiasma ver esa plazuela de Jovellanos con cientos de niños  levantando en sus manos los ramos y palmas y contemplar la alegría en sus caras inocentes. Procesionan también al Niño del Remedio, pequeña imagen tradicional en Gijón, en ese Gijón oculto, que llevan a hombros los niños cofrades  ataviados con su capa roja.  No es teatro, ni entrenamiento, ni engaño, es  proponer a los niños un líder, un ejemplo a seguir. Alguien a quien a quien merece la pena admirar e imitar.

Queremos hacer un mundo mejor, más humano, más solidario. ¿No es Jesús el mejor ejemplo para ellos? ¿Hay alguien que se le pueda igualar en valores humanos, en amor, entrega, en amistad, en cariño por los padres, en ayuda a los pobres y necesitados? Nuestra equivocación es aficionarlos a otros “ejemplos de pacotilla”, a que sean famosos por lo que ganan, cuando ellos nunca podrán llegar a eso. O a jugar como Messi, o Ronaldo…  A lo que debemos orientarles es a ser buenas personas, buenos cristianos. Eso sí lo pueden sr y lo deben ser. Este año no podremos salir  teniéndolo todo preparado. Pero en la pagina web de la parroquia, (www.parroquiasanpedrogijon. es) podréis encontrar otras iniciativas para este semana Santa con los niños obligado a estar encerrados en casa

El segundo aspecto de este Domingo de Ramos, es más triste, más dramático Este día se proclama en la Misa como evangelio el pasaje de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (Mt.26, 14 – 27,66)  Es el evangelista que nos corresponde este año. Nos cuenta la historia de la Pasión del Señor, para que nos unamos a ella y  revivamos uno a uno  todos los avatares y zarandeos, injurias y burlas del Señor, desde que fue prendido en el Huerto de los Olivos, hasta la muerte en cruz en el calvario. Este año, con dolor y con angustia, la semana santa está en la vida real que sufrimos. Todos somos Jesucristo  cargados con la cruz de la enfermedad maligna y  desoladora, temida o soportada, camino calvario, pero  subimos con la esperanza  de la salud y de recuperar una vida renovada, una vida nueva ;  y también de una vida resucitada para los que en soledad tienen que dejarnos. Las ambulancias son los pasos y los hospitales los calvarios. En esta misma situación que atravesamos, habría que analizar que parte de debe al azar y que parte se debe  a la falta de cuidado, de amor, de cuidado y de jugar a ser semidioses. Gritamos libertad, igualdad… pero nos falta la fraternidad, mucha fraternidad.

Especialmente hiriente e impactante, que nos deja sin palabras, es ese pasaje de la pasión de San Mateo (27,41 ss) cuando  los escribas y fariseos le recriminaban a Jesús ya clavado en el madero de la cruz despectivamente diciéndole: “A otros ha salvado y él no se puede salvar.  ¡Que baje de la cruz!” Esa es la reacción de muchos ante el sufrimiento, salvarse uno mismo sin pensar en los demás. Sorprendentemente, Jesús no responde, guarda silencio. Es el silencio de la comprensión, de la compasión, del amor.

Otra vez el misterio del mal… que nos circunda, nos agrede, nos martiriza,  busca destruirnos.  Y Dios ¿no podría acabar con el mal? Esa es la gran cuestión que atraviesa la historia de la humanidad y que ahora a boca jarro se nos ha presentado a nosotros. El mal es consecuencia de nuestra fragilidad y finitud y  pero también de nuestra libertad mal empleado, de nuestros odios, rencores,  del afán desmesurado de dinero y poder. Dios tendría que hacer milagros todos los días. Él nos enseña que al mal se le vence con el bien. Y esa es la lección que nos está dando en la cruz, y que no acabamos de aprender. Hacen falta toneladas de amor y de perdón que una forma sublime de amor. La fuente está en la cruz

Jesús ahí en la cruz, ante tantas recriminaciones e insultos, abre los labios  y el corazón para una súplica quejosa que le sale del hondón del alma. “Dios mío, Dios mío, ¿por  qué me has abandonado?” No  suplica que le salve, que le baje de la cruz, sino que no le abandone en este momento de extremo sufrimiento. Es el testimonio que Jesús, Dios-hombre, que sufre como nosotros y con nosotros. Cuando pasamos por una situación crítica como la de ahora, mirándole a la cruz,  tenemos a quien a acudir, a quien clamar, porque él nos va a comprender. ¿Sería Dios, nuestro Dios, si no hubiera sufrido e incluso afrontado la cruz como nosotros?

Por eso, este semana crucificados de miedos, de cifras, de personas que van cargadas con la cruz, de lágrimas… vamos a  pedirle al crucificado, a Jesús Crucificado, el Hijo de Dios, que no baje de la cruz, porque  como hombre sufre,   como Dios nos salva, nos cura, nos redime, nos da la vida, nos hace participes victoriosos de su  Resurrección. Amen

ORACIÓN

Señor, Jesús:

Hoy, en esta fiesta

del Domingo de Ramos,

te he aclamado como lo que eres para mí,

el Hijo de Dios, el Salvador.

Aquel en el que creo y en el que tengo

puesta toda la esperanza.

En esta semana que llamamos santa

nos vas a demostrar

la verdad de tu vida.

El relato de tu pasión y

el proceso ignominioso que sufriste

me ha conmovido;

la oración en el huerto y

el prendimiento,

el interrogatorio ante Caifás y Pilato,

las negaciones de Pedro,

la condena injusta, la burla de tantos,

la crucifixión y, al fin, la muerte.

Y esto todo por mí.

Para decirme lo que soy

para Dios y para Ti.

Cristo  crucificado;

dame tu Espíritu de entrega

a la voluntad del Padre;

dame tu coraje para aceptar

las cruces de la vida;

dame tu consuelo y fortaleza

en las dificultades;

dame tu buen juicio para no

echarme atrás en tu seguimiento;

y que sea sensible al sufrimiento

de los hermanos.

Y que esta Semana Santa sepa estar

a la altura de un testigo de tu historia

y de tu vida.

Amén