Domingo 14º del Tiempo Ordinario A


EN aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado
a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más
que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os

aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras
almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Palabra del Señor
Homilía
Esta larga etapa de la pandemia ha sido agotadora, angustiosa. Nos ha
dejado cansados. La incertidumbre, el miedo, la angustia, dejan sin
ánimos, sin fuerzas. Le podemos decir hoy a Jesús, que sí, que nosotros
también estamos cansados y agobiados. Necesitamos que nos ayude, que
nos alivie, que nos diga y nos dé algo para resarcir nuestras fuerzas. ¿Hay
algún complejo vitamínico para recuperar el coraje del espíritu, del alma
de la persona? Debería ser la primera consecuencia que sacáramos de
esta experiencia inesperada, casi inconcebible: ¡Qué importancia tiene el
espíritu y que poca atención le prestamos! ¡Qué poco lo cuidamos!
Las vacaciones de este año, el que las pueda tener, van a ser muy
distintas, o debieran de serlo. Es importante y necesario recuperar, pero
más que el cuerpo serrano, el ánimo, la perspectiva de nuestra vida, el
coraje de vivir, la fortaleza para enfrentarnos con los reveses que siempre
llegan sin previo aviso. La luz del futuro de la vida se nos ha quedado con
pocos voltios, tenue y necesitamos potenciarla, encontrar una nueva
fuente de energía que ilumine con más claridad el camino, el sentido de
nuestra existencia. Es importante lo que hemos vivido, pero es más
importante lo que nos espera por vivir.
Ahora que hay que cumplir tantas normas y tener tantos cuidados para el
disfrute en las playas y lugares de ocio y deporte, tenemos que buscar
tiempo para dedicarnos a nosotros mismos, a pensar, a revisar, a
preguntarnos qué hacemos en esta vida, a encontrar la riqueza y la
maravilla de nuestro interior, de nuestro yo, de nuestros ideales y sueños,
de nuestras esperanzas. Darnos cuenta del misterio que llevamos dentro.
A eso nos invita Jesús, cuando nos dice: “Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados que yo os aliviaré” Es el momento de probar o

recuperar la medicina espiritual que él nos ofrece, la transfusión de vida
que él nos puede hacer.
Hay cansancios que influyen y condicionan más de lo que pensamos
nuestra vida y que no se curan solo con vacaciones y diversiones, como es
la paz del corazón, la serenidad del espíritu, la alegría e ilusión del
corazón. Necesitamos un descanso liberador que nos haga un poco más
introspectivos y contemplativos. Así podríamos escuchar la voz de nuestro
interior, tener conciencia de lo que somos y llevar una vida más personal.
No ser vividos por el ambiente, sino vivir con más libertad y dignidad.
Nos daríamos cuenta de que vivimos demasiado aprisa. Solemos decir:
“Qué aprisa pasa el tiempo” Es el ritmo que le damos nosotros, con
tantos quehaceres y ocupaciones, atropellados a golpe de reloj, de
internet, del iphone, del wasat. Estamos sometidos a la cultura del
rendimiento. Es la diferencia entre lo rural y lo urbano, entre el tener y el
ser, entre la calidad de vida de lo corporal, de lo material, y lo espiritual.
Tenemos que ordenar y valorar mejor nuestra vida, y saber el elegir lo
esencial e importante de lo superficial y accidental. El tiempo que damos a
la familia, el dialogo familiar, la atención a las amistades, la contemplación
de la naturaleza, .. y el tiempo que damos a Dios, a escuchar su voz, Él que
nos ha dado la vida, puede llenar de sentido y de amor nuestra vida.
Porque hay otro cansancio difuso, difícil de describir, como de vacío
interior y cansancio de nosotros mismos, de nuestra mediocridad, de
insatisfacción, que es sin duda el que nos puede curar el Señor en el
dialogo y relación con él. Por eso nos dice: “Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, que yo os aliviaré”.
Todos podemos tener la experiencia, la sensación de que hay una
dimensión en nuestra vida que no se puede llenar o colmar de cualquier
manera, que necesita de otra relación, de otra voz, para calmarse y
pacificarse. Llevamos un misterio dentro y solo Dios y nuestra relación con
él, puede colmarlo. Ojalá que en estas vacaciones encontremos tiempo y
silencio para ello.

Señor Jesús:
Has comenzado tu misión
y tu anuncio de que Dios
es cercano y lleno de amor.
Percibes un cierto fracaso, porque
“los sabios y entendidos” no lo admiten.
Pero tu oración está llena
de agradecimiento porque
son los sencillos de corazón
los que lo acogen.
Hoy nos haces una sublime revelación:
que sólo Tú, que eres el Hijo,
puedes revelar a Dios y
nos lo muestras como Padre.
Siempre ha habido muchos sabios
y entendidos que han querido
ponerle condiciones a Dios
para creer en Él.
Tienen su propia concepción
soberbia y “científica”
de la vida y de la religión.
No admiten que Tú puedas
ser la verdadera revelación,
que en Ti podamos conocer y
admirar el misterio de Dios Padre,
que nos ama, que quiere establecer
una relación cordial con nosotros,
que nos ve como hijos.
Señor, enséñanos a ser
“mansos y humildes de corazón”
y así ver y sentir esa relación
como un yugo suave de amor
en el que encuentran

descanso las angustias y
las dudas de nuestro corazón.
Amén

Domingo 13º del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 37-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».

Palabra del Señor

Homilía

El pasaje del evangelio de este domingo 13º del denominado Tiempo Litúrgico Ordinario, este año del ciclo A, que corresponde a San Mateo, describe algunas de las cualidades del estilo de vida que Jesús desea para identificar a sus discípulos. La primera indicación o propuesta nos puede dejar un tanto sorprendidos y atónitos. “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí… no es digno de mí”. A primera vista, nos parece una minusvaloración de la familia y una exigencia excesivamente radical. Para entenderla, tenemos que acudir al tiempo del inicio del cristianismo, en el seno de la religión judía, revelada por Dios por medio de los profetas, pero negada a admitir a Jesús de Nazaret como el Mesías esperado. Para una familia judía, el que uno de sus miembros renunciara a su fe yavista vetero-testamentaria para bautizarse como discípulo de la nueva religión del que, “muerto y resucitado”,  se manifestó como el Hijo de Dios, era inconcebible. Podemos imaginarlo con la actitud de los del islamistas que pretendieran pasar al cristianismo. Tenemos ejemplos vivos, actuales y frecuentes en Asia y África. Son los mártires de nuestro tiempo.

Podemos entenderla e interpretarla también parafraseándola con otra pasaje del Génesis muy conocido: “Por eso dejara el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer..” “Por eso deja el hombre a su padre y a su madres y se une a Jesucristo…”. En ninguno de los dos casos deja el hombre de amar a sus padres, sino que le da prioridad al nuevo amor.  Jesús quiere expresar, con este sentencia chocante,  la relación que hemos de tener con él, ponerlo en el centro de nuestra vida, así fortalecerá todos los amores. Los padres e hijos cristianos somos capaces de hacer cosas extraordinarias, unos por los otros, movidos por esa fuente de amor que es Jesucristo “que nos amó hasta el extremo”.

El amor a Jesucristo no disminuye el amor a la familia, lo potencia y ennoblece, pero el Señor quiere que nos sintamos también miembros de esa otra gran familia, no de  sangre, sino de espíritu y de fe, la que él funda,  que tiene la misión de establecer el Reino de Dios colaborando con él. Puede darse el conflicto, cuando se oponen a un seguimiento del Señor más entregado, como puede ser el sacerdocio o la vida religiosa. Pero la  familia ha de ser siempre una escuela de valores que ayuda a sus hijos a encontrar la vocación y la situación en la vida en que han de ser felices y han de colaborar a realizar el proyecto de Dios. Y entre esos valores esta la siembra, el cuidado y el crecimiento en la fe. Se echa de menos esta misión y responsabilidad de la familia. En este campo puede hacer más de los que hace. La familia imprime carácter. La observación que nos hace Jesús, debe despertar esta pregunta: ¿qué centralidad tiene la relación cordial con Jesús? Cordial, de sentir, no solo de saber.

Otra advertencia llamativa que nos hace hoy Jesús, el Señor, es esa de que “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro” Una de las cosas que más agradablemente nos ha llamado la atención en estos meses del sufrimiento de la pandemia es el número de personas que altruistamente se han preocupado de los demás, por humanismo y por amor cristiano. Ha sido evidente el valor y la eficacia del voluntariado, el voluntariado de Caritas. El voluntariado tiene raíz y génesis evangélica. En las primitivas comunidades ya había voluntarios que cuidaban y ayudaban a las viudas, huérfanos, necesitados… “los pequeños” que llama el evangelio. Es una de las formas concretas de vivir la caridad, el amor cristiano, que no es sentimentalismo, sino compromiso: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed…” el voluntariado cristiano tiene una característica, que no solo es dar cosas, es darse a sí mismo. No es cuestión de una acción esporádica, es abrir los ojos y darse cuenta de que la situación es tan grave e inhumana que hay que poner la mano en el arado. La caridad cristiana no se conforma con la limosna, aunque a veces tenga que practicarla para socorrer a alguien, supone la justicia, lucha por ella, pero va más allá, en la forma de trato con el hermano necesitado mostrándole su afecto y su ternura, “como si fuese una sonrisa de Dios”, dice el papa Francisco. La caridad no es fría, escueta, distante, tiene rostro, tiene caras, “toca y cura las llagas”.

La iglesia española tiene que intensificar la fuerza humanizadora y evangelizadora del voluntariado para aliviar las necesidades humanas y hacer visible y concreto el amor a los hermanos. Es lo que nos está diciendo el papa Francisco con esos signos imaginativos y útiles que hace con los pobres y enfermos. Ahora envía respiradores a los hospitales de naciones americanas y africanas que sufren el envite de la epidemia. No soluciona el problema, pero indica la dirección en que debe caminar la Iglesia. Hoy, además de soluciones técnicas, es necesario afecto y amor humano. Y en esa clave deben trabajar los voluntariados, especialmente los de marca cristiana.

La obra buena en favor de los demás, hecha con generosidad de corazón, siempre tiene paga, nos asegura el Señor,  la mejor,  la suya, cuando nos dice que lo hicimos a unos de estos “pequeños” a él se lo hicimos y también la mirada o sonrisa agradecida que nos llena el alma del que recibe nuestro gesto. Es muy acertada la frase de San Agustín: “Lo que no hagas tú, quedará sin hacer”. Amén.

ORACIÓN

Señor, Jesús:

Con palabras y comparaciones

sorprendentes y expresivas,

nos insistes hoy en tu manual del amigo

y discípulo fiel, que hemos de ser

“dignos de ti”.

Tenemos tendencia a vivir

una relación contigo light,

de conveniencia, de oportunismo.

Ser discípulo y seguidor tuyo

no es cuestión de tradición,

exige una decisión personal

que hay que ir renovando y

fortaleciendo todos los días

para mantenerla viva,

para que sea una adhesión y

compromiso con tu Persona y

con tu misión de construir

un mundo más digno,

más justo, más fraternal.

Esto lleva a compartir tu destino. 

Por eso nos dices que hay que llevar

la cruz para liberar las cruces

de los demás y hay que perder

y entregar la vida para luchar

y alcanzar una vida mejor para todos.

Nos hablas también de la acogida

y de la hospitalidad.

Atravesamos una época grave

de migraciones, desplazamientos,

de sectores de descartados,

ninguneados, olvidados.

Nos dices:

el que acoge a uno de estos

“pequeños”, me acoge mí.

Señor, que seamos dignos de ti.  Amén

Fiesta del Corpus Christi

Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a

Moisés habló al pueblo diciendo:
«Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón: si observas sus preceptos o no.
Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para hacerte reconocer que no solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios.
No olvides al Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con serpientes abrasadoras y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres»

Palabra de Dios

Salmo

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sion.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 16-17

Hermanos:
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo?
Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan.

Palabra de Dios

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Palabra del Señor

Homilía

Este año no podemos celebrar la fiesta del Corpus Christi con la solemnidad con que la celebramos otros años. La enfermedad pandémica que nos aflige y tortura ha desbaratado y entorpecido de tal manera nuestra forma de vida que no son posibles los modos de relación normal entre nosotros, ni la forma de encontrarnos y reunirnos, dificulta la posibilidad de algunas de celebraciones, como la Primera Comunión de los niños que hemos tenido que posponer y la tradicional procesión de este día del Corpus. Pero, aunque sea con media solemnidad,  debemos celebrar esta fiesta, porque se trata del reconocimiento y agradecimiento de la Presencia real de Jesucristo en el Eucaristía. Esa presencia que hace posible el que la iglesia siga existiendo y cumpliendo su misión evangelizadora  y humanizadora. Sin esa presencia, la iglesia sería una organización social más, que el viento de la historia se la hubiera llevado  por delante, como le han sucedido a tantas.

Tan necesaria es esa presencia que, cuando se quiso negar o desvirtuar, difundiendo entre el pueblo cristiano que solo estaba simbólicamente pero no realmente Jesucristo presente en la Eucaristía, fue ese pueblo sencillo y creyente, al que asiste e ilumina también el Espíritu Santo, el que salió a la calle  llevando la Hostia Consagrada y expresando la fe en esa presencia sacramental. Así nació este fiesta del Corpus  y la procesión, esa procesión festiva que la singulariza,  con engalamiento de los balcones, con los caminos alfombrados, con incienso y cantos, porque es el Señor, el habita con nosotros, el que tiene su casa entre las nuestras, el vecino amable que sostiene nuestra vida,  el que sale a nuestra calles y plazas, el que nos llama a la unidad y comunión fraterna, que nos señala a los hermanos que necesitan. En la procesión, él va con nosotros y nos compromete a instaurar y plantar el Reino en el mundo y en la sociedad en que vivimos. ¡Es el día de la Caridad! ¡Esla Jornada de Cáritas!

Jesús nos dejó esta nueva presencia eucarística en la última e íntima Cena, antes del inicio de la Pasión, en la que se despidió de sus discípulos. Cumplía así su promesa de que estaría con nosotros hasta los últimos tiempos: “Yo estaré siempre con vosotros”. Y nos la dejó en forma de comida y de bebida, para darnos a entender cuál es la finalidad de su presencia: alimentar nuestra vida, mantener nuestra unión con él, fortalecer nuestro seguimiento como discípulos y testigos, en definitiva, saciar nuestra hambre espiritual y, también saciar el hambre material allí donde se necesitase, como lo hizo él cuando la multiplicación de los panes. La Palabra que se hizo carne,  la divinidad que asumió la humanidad, esta Palabra Divina tiene fuerza transformadora, tanta que transformó el suplicio de la cruz en manifestación suprema de amor. Y en aquella última Cena su palabra transformadora hizo  que el pan se transustanciara en su Cuerpo y que el vino se convirtiera en  su sangre: Este es mi Cuerpo que se entrega…Esta es mi sangre que se derrama…” Adelantaba el amor supremo de la cruz. Ellos serán su nueva presencia real resucitada para nosotros. Ese Pan Eucarístico, es el Señor que transforma nuestra vida en la suya, ese vino es el Señor que nos salva  perdonando nuestros pecados. San Juan en su evangelio nos recuerda las palabras de Jesús: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carme y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”.  Y quiere ser la vida del mundo. Así lo vieron, lo entendieron, lo sintieron aquellos comensales, que enseguida comenzaron a celebrar y necesitar su nueva presencia. Es la Eucaristía la que hace, al que edifica a la Iglesia.

La procesión es lo más característico de esta fiesta del Corpus Christi. Este año no puede salir. Pero hay otra procesión en la calle. Es esa procesión de las colas de personas entristecidas, desesperadas, que tienen hambre, que han perdido el trabajo, que han quedado excluidas, marginadas, que no les llegan las ayudas prometidas… en esta pandemia que, además,  origina esa crisis socio-económica tan grave o más que la de la enfermedad. Ahí está también presente Jesucristo: “Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed… ¡Nadie se identificó tanto con los pobres y necesitados! Es el día de la Caridad.

Caritas ha organizado una campaña imaginativa en la que nos invita a ser “activistas del reino”. La nuestra es la revolución del amor. Nos quiere convencer  del “poder de cada persona, porque cada gesto cuenta”. Se nos llama a ser protagonistas de la solución y no quedar indiferentes ante la situación. Sugiere en su programa ocho gestos. Te apunto alguno de ellos: ¡Enrédate! Seguro que puedes hacer algo por los demás sin esperar nada a cambio. No nos refugiemos solo con lamentos en casa.. Pertenecemos a un a Iglesia en salida. El Pan de la Eucaristía nos empuja a compartir la vida. ¡Participa! Hay mucho que hacer entre todos. Hazte “activista de la caridad”, siembra gestos de justicia, esperanza y solidaridad.

Este año la procesión del Corpus está en la calle, en esas colas de personas que tienen hambre y necesidad. Y los locales de Caritas son como las UCIS para que muchos puedan comer y tener vida. Amén

ORACIÓN

En esta fiesta del Corpus Christi

reconocemos, veneramos y adoramos

tu presencia real y permanente

 entre nosotros. Lo habías dicho:

 “No os dejaré huérfanos”.

 No nos dejas solos y desorientados

en el camino de la vida.

Admiramos el realismo de tus palabras

“Yo soy el pan de vida”, nos dices.

No son metáforas. Tú estás ahí

para darnos vida. Pero nos invitas

a vivir una vida como la tuya,

una vida entregada, una vida derramada.

Cada vez que comulgamos debiéramos

caer en la cuenta que nos adherimos a Ti,

y deseamos que tu vida sea la nuestra.

En la Eucaristía está el centro

para la unidad y comunión de tu Iglesia

como una gran familia, porque

“comemos todos del mismo pan”. .

Ese Pan eres Tú, que nos das la fuerza

para amar, vivir, luchar, evangelizar, y

realizar tu Reino entre nosotros.

Por eso nos invitas cada Domingo a

celebrar la Eucaristía como un encuentro

contigo y con los hermanos,

a escuchar tu Palabra, la que ilumina,

la palabra de la Verdad y a

 “comer tu carne”, a comulgar para ir

transformando nuestra vida

a imitación de la tuya.

Como los discípulos aquel día

en Carfanaún, te decimos hoy:

“Danos siempre de ese pan”.

 Amén

Fiesta de la Santísima Trinidad.

Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9

En aquellos días, Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad».
Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra. Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».

Palabra de Dios

Salmo

R/. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y glorioso. R/.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
Bendito eres sobre el trono de tu reino. R/.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos. R/.

Bendito eres en la bóveda del cielo. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13, 11-13

Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
Saludaos mutuamente con el beso santo.
Os saludan todos los santos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros.

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Palabra del Señor

Homilía

Al finalizar el tiempo de Pascua con la fiesta de Pentecostés, nuestro calendario cristiano nos invita a celebrar varias fiestas que  nos ayudan a conocer verdades que enriquecen nuestra fe y que amplían nuestro acercamiento a la vida divina. Hemos celebrado este jueves pasado a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, en la que los sacerdotes suelen conmemorar sus bodas de plata y oro  de la ordenación al ministerio y renovar la entrega de su vida a imitación de Jesucristo; celebraremos el Sagrado Corazón de Jesús de tanta devoción e invocación a la confianza: “Sagrado Corazón, en vos confío”; el próximo domingo la fiesta tan bonita del Corpus Christi que nos saca en procesión de fe y agradecimiento al Señor sacramento por nuestras calles y plazas; y este domingo, la fiesta de la Santísima Trinidad, a la que los cristianos de hoy no le prestamos mucha atención, porque eso de que “son tres personas y un solo Dios”, nos suena a jeroglífico inexplicable y lo relegamos a ese apartado de “doctores tiene la iglesia…”, a mí no me metas en líos.

Nuestros antepasados la valoraron mucho. La Trinidad fue un nombre frecuente en el bautismo de mujeres y varones. La invocación a la Trinidad encabezaba antes los testamentos ante notario: “En el nombre de la Trinidad Santísima…” como una confesión de fe en la que se había vivido y se quería morir. Invocando a la Trinidad de salía de casa santiguándose en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo, acogiéndose a la providencia de Dios y sintiéndose acompañado por él. Tan querido era esta realidad Trinitaria de Dios, que los conquistadores pusieron su nombre a muchas de las ciudades e islas que conquistaron en América. Hoy el mantra popular de que “esto es más difícil de entender que el misterio de la Trinidad” ha alejado este misterio de la intimidad de la vida de Dios de la órbita de nuestra fe. Ni nos esforzamos por acercarnos a la verdad de ese misterio. Incluso algunos preguntan si es necesario creer en la Trinidad para ser católico. O con visión más utilitarista, que abunda mucho, te dicen: ¿para qué vale ese misterio trinitario?

Dios es más cercano a nosotros de lo que pensamos. La Trinidad nos revela la vida de Dios, el rostro de Dios, cómo es él. No es un razonamiento o especulación nuestra, sino que nos lo reveló Jesucristo, el que nos lo podía revelar. Fue él el que nos habló del Padre, como fuente y origen de todo;  nos dijo que él era el Hijo, enviado por el Padre para conociéramos cómo es Dios y quienes somos nosotros para él, y nos anunció la venida del Espíritu Santo que mantendría el amor vivo en nuestro corazón y la unión vital con la Trinidad y familia divina.  Como dijo Tomás de Kempis: “la Trinidad es un misterio destinado al corazón y no a la cabeza”. Porque Dios nos sobrepasa. Nos puede suceder como a San Agustín, cuando paseando por la playa vio al niño echando cubos de agua del mar en un hoyo. Le pregunta al niño: “-¿Qué haces?. -Vaciar el mar en el hoyo”, respondió el inocente. Eso es imposible. ¡Como meter a Dios en nuestra razón! “Deus semper maior”,  nos sorprende, nos sobrepasa.

Dios es amor. Y si es amor no puede ser un ser cerrado sobre sí mismo, porque se amaría a sí mismo, lo cual es la negación del amor. Ni es un ser solitario, que no se interesa por nadie,  sino abierto a crear, a dar vida. Dios comunidad. Pero lo amor es la que más une, por eso su realidad más profunda es ser Unidad en la Trinidad. Es Uno porque es todo y solo Amor. Y por ser amor es apertura, acogida, diálogo, misericordia, compasión … salvación. Como “Señor, Dios compasivo y misericordioso”, se presenta en el Sinaí a Moisés (1ª Lectura del Éxodo). Y como amor que salva lo define  San Juan en el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca…  porque Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él”

Volviendo a esa pregunta utilitarista que nos hacíamos al principio: ¿para qué vale el misterio de la Trinidad? ¿merece la pena acercarnos,  con los pies descalzos como Moisés, y contemplarlo?. Para conocer la intimidad de Dios, cómo es Dios a quien debemos alabar y adorar. Y nos manifiesta que la última realidad, la realidad más profunda de la vida,  es el amor. Dios es amor y nososotros , como hechura suya, creados por él, participamos de ese amor. Necesitamos ser amados y mar. Por eso nos brota en los momentos más determinantes de nuestra existencia, como lo acabamos de palpar en este trance terrible de la pandemia ¡cuánto amor salió a la superficie!

Y nos vale también para saber relacionarnos con el Misterio de Dios de manera viva y concreta.

Dios es Amor. Es Amor-Padre: que nos ha dado la vida y, como hijos,  nos ha creado a su imagen y semejanza. Estamos hechos para amar.

 Es Amor-Hijo: que nos ha manifestado quien es Dios para nosotros entregando su vida en la cruz por nosotros, que  nos ha hermanado con él, ha asumido nuestra existencia y nos ha hecho participes de la vida divina.

Es Amor- Espíritu Santo: que ha sido derramado en nuestros corazones para que podamos vivir en comunión con él y amar a los demás.

El Misterio de la Trinidad nos hace descubrir que lo que constituye a la persona en su verdad más profunda es el amor. Hasta tal punto, que la vida humana no tiene sentido sin amor.

Esta fiesta de la Trinidad nos recuerda que todo amor verdadero, por humilde que sea, tiene en su interior “sabor de Dios” Por eso, los matrimonios y familias cristianas, las amigas y  amigos creyentes podemos gustar y celebrar el Misterio de Dios Trinitario en lo más hondo de su corazón. Amén

Oración

Señor, Jesús:

Hoy celebramos

la fiesta de tu familia,

de tu Santísima Trinidad.

Eres Tú mismo el que nos has acercado

al misterio de la vida íntima de Dios.

Es un misterio que nos sobrepasa.

Con humildad escuchamos

lo que Tú nos enseñas.

Nos hablaste del Padre que nos creó,

nos sostiene en la vida y nos ama.

Nos anunciaste y nos enviaste

al Espíritu que nos guía e ilumina

y nos llena el corazón

con vuestro amor.

Tú te nos revelaste como

el Hijo enviado para nuestra salvación

y nos manifestaste, con toda tu vida,

muerte y resurrección,

el amor tan grande que nos tenéis.

Con razón pudo decirnos

el apóstol Juan: “Dios es amor”.

Y de vuestra familia trinitaria

procede todo amor verdadero.

Sois la fuente donde se genera el amor.

En vosotros hemos sido injertados

cuando nos bautizaron

en el nombre del Padre, del Hijo

y del Espíritu Santo”.

Por eso, todos estamos llamados al amor.

Señor, el misterio de vuestra vida

ilumina el misterio de nuestra vida. Amén

Fiesta de Pentecostés

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

PALABRA DE DIOS

Salmo

R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R/.

Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13

Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor

Homilía

En el calendario cristiano, este domingo es una fiesta importante. Se llama Pentecostés, palabra de origen griego que significa “quincuagésimo”, es el quincuagésimo día después de la resurrección del Señor. Nos recuerda que desde el día de la Resurrección del Señor, el día de Pascua florida,  hasta hoy han transcurrido cincuenta días. Y en este día celebramos un acontecimiento fundamental para la Iglesia: la venida del Espíritu Santo, el cumplimiento de la promesa Jesús, de que una vez ascendido al cielo, no nos dejaría solos y abandonados, sino que nos enviaría el Espíritu que nos guiaría por la vida. Ese acontecimiento, de forma literaria, nos lo cuenta San Lucas en el Libro de los Hechos de los apóstoles, la primera lectura de hoy. Esa venida del Espíritu significa la creación, el nacimiento de la Iglesia. Sin espíritu no hay vida, sin espíritu la iglesia está inactiva, muerta. Por eso, la fiesta de hoy es tan importante.

Para entenderlo mejor podemos decir que es la fiesta de la interioridad de la persona y de la interioridad de la Iglesia, de que la persona no es solo un organismo, ni la iglesia una institución o una estructura.

El relato bíblico de la creación del hombre nos puede ayudar muy bien a comprenderlo. Cómo Dios coge barro, lo amasa y modeló a Adán,  luego sopló sobre él “el aliento de vida” y el barro se convirtió en “ser viviente”. Es una descripción literaria,  pero que nos acerca a interpretar el misterio de nuestra vida. Somos barro, somos frágiles, pero movidos, vivificados por un “algo”, “un espíritu”, “un aliento”, que hacen que las manos se muevan y expresen amor en el abrazo, que los ojos vean y en la mirada  manifiesten ternura, amor, que el corazón mueva el circuito de la sangre pero que sea la residencia de los sentimientos, del espíritu que nos da vida. No somos solamente barro,  un puro organismo, llevamos un misterio dentro, un alma, un algo divino.

Vivimos muy del exterior, muy de las cosas “de fuera”. Si nos paramos a pensar, tenemos que reconocer que más que vivir, nos viven, que sentimos con sentimientos prestados, emanados desde fuera; pensamos más que con autonomía, con pensamientos e ideas con las que nos bombardean desde fuera. Perdemos nuestra interioridad, que es como perder nuestra personalidad, nuestra libertad, nuestra autenticidad. Vivimos la cultura de la frivolidad, no prestamos mucho cuidado y atención a nuestra interioridad. Necesitamos ahondar en nuestro interior y darnos cuenta de que llevamos dentro un Espíritu, el aliento de Dios que nos da vida, que es la fuente de la vida, porque Dios además de habernos creado, nos sigue manteniendo, animando nuestra vida. Por eso, queremos vivir y vivir más y vivir felices y las cosas nos cansan y el amor nos llena.  La fiesta de Pentecostés nos recuerda y nos invita a celebrar esa interioridad y a cuidarla, que se expresa en que somos hijos de Dios y llevamos en nosotros su Espíritu. Si llevamos genes de nuestros padres, llevamos también genes de Dios, que hacen y harán posible nuestra existencia y vida divina.

También la Iglesia de la que somos miembros y formamos parte, recibe el aliento de Jesús. Nos dice San Juan en el Evangelio: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y le dijo. Recibid el Espíritu santo…”  La misión y tarea de la Iglesia es la misma que la de Jesús. Tiene que hacer en el mundo lo que hizo Jesús. De tal manera que tiene que realizar el proyecto que Jesús inició de humanizar la vida. Por eso, la iglesia tiene que estar en primera línea de ayuda a los demás. Cuando hoy hablan de las caritas parroquiales, de las parroquias que están con las puertas abiertas para atender a tantos necesitados como está maltratando esta crisis que nos vine encima, está haciendo lo que hizo Jesús, realizando el proyecto de Jesús, y defendiendo la libertad y luchando por la dignidad de las personas. El Espíritu de Jesús es el que nos mueve, es el que nos convierte en Iglesia viva y no en museo de recuerdos, ni nos acartona en el pasado. La iglesia de Pentecostés es una iglesia que no se resigna a ser un institución decorativa, muy devocional y poco comprometida. Es la Iglesia “en salida” (es un acierto esta expresión del papa Francisco), que sale al encuentro de las personas para anunciar el mensaje que Jesús le ha confiado, animada por Espíritu que hoy se nos manifiesta en forma de viento y de fuego, para movilizarla y llenar de ardor.

En la iglesia, la celebración de las fiestas de los acontecimientos de Jesús, hacen actuales para nosotros esos acontecimientos. Nos son recuerdos, son acciones de hoy, porque Jesús es siempre presente para nosotros. Abramos hoy el corazón a la venida de su Espíritu, que nos haga salir de nuestro letargo y nos renueve con la fuerza de lo interior a nosotros y a su Iglesia. Amén

ORACIÓN

Señor, Jesús:

Con la efusión de tu Espíritu

en este día de Pentecostés,

festejamos el inicio de tu Iglesia,

de esta asamblea de personas que,

convocados por Ti, celebramos

cada domingo tu presencia.

El Evangelio de hoy sigue siendo

realidad: en el domingo,

 “el primer día de la semana”,

nos llenas de alegría, de paz, de esperanza

y nos infundes tu aliento de vida.

Tu has creado y puesto en marcha

este nuevo Pueblo de Dios, esta Iglesia

y le das tu Espíritu para que tenga

un mismo corazón, la guíe

y la ilumine a lo largo de la historia.

Ese Espíritu que nos hace sentirnos

hijos del Padre, hermanos tuyos,

hermanos entre nosotros.

Y con la fuerza del Espíritu nos envías

a la misión; a anunciar tu oferta de vida

en las calles y en las plazas;

a entrar en el corazón de la sociedad;

a hablar “lenguas extrañas”

que todos entiendan; a ponernos

al servicio de los más necesitados;

a reconocer y defender la dignidad

de las personas;

a multiplicar la  alegría y la paz.

Ayúdanos a recibir tu Espíritu

en esta Eucaristía y que nos llene

de fe, esperanza y amor. 

Amén.

La Palabra en el tiempo.24/05/2020 Fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11

En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseño desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».
Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?».
Les dijo:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”».
Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

Palabra de Dios

Conclusión del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»

Palabra del Señor

Homilía

La fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos ha sido una fiesta muy popular y muy celebrada en las parroquias. Solía ser un día muy indicado para las Primeras Comuniones. Jesús sube al cielo, pero queda en una nueva presencia sacramental, la de la Eucaristía, para “estar con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos”, nos asegura en el evangelio de San Mateo y nos invita a su mesa para fortalecer nuestra fe. Es uno de los días comprendidos en el dicho tan difundido: “Hay tres jueves en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo, el Corpus y la Ascensión” Tiene más de verdad de fe, para señalar acciones importantes de Jesús, que de certeza climática, que se refleja también en este otro dicho: “Por la Ascensión, cerezas en Oviedo y trigo en León”  Los dos manifiestan la popularidad de la que hablamos.

Hoy es un domingo más, dentro del tiempo de Pascua, que puede pasar desapercibida. Se celebraba en jueves, para cumplir  cronológicamente lo que nos cuenta San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, de que Jesús Resucitado estuvo “apareciéndoseles (a los discípulos) durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios”.  La reforma del antiguo calendario laboral suprimió muchas fiestas intersemanales porque había que trabajar mucho más y descansar menos. Hoy se le está dando la vuelta a esta decisión y se nos prometía la jornada de cuatro días, porque los adelantos tecnológicos pueden permitirnos más dedicación al ocio y al descanso y “hay que disfrutar más de la vida”. La crisis económico-social que se nos viene encima puede dar al traste con ese sueño. Lo que sí es necesario recordar que el descanso fue una ley bíblica que afectaba al hombre y a la naturaleza. Al hombre para dedicarse a la dimensión espiritual y relacional con Dios y con los demás. Y a la naturaleza para no explotarla abusivamente y desertizarla (Lev. 25).  Hoy se reclama como necesario más tiempo de ocio, pero hay que revisar si la cultura pagana que se propaga ayuda a cultivar más la dimensión espiritual de la persona, que es donde se asientan los valores humanos y de los que brotan los sentimientos de gozo, satisfacción, fraternidad, solidaridad, relación cordial y sabor y alegría de vivir. ¿Qué es más importante, tener más músculo o mejor corazón? Sin valores humanos, sin ética y moral, la vida se vuelve superficial y no encuentra sentido. Vivir así es solo un efímero pasatiempo.

La fiesta de la Ascensión, leyendo y reflexionando sobre las lecturas de la Palabra de Dios, tiene un doble mensaje que nos pueden venir muy bien en estos momentos.

El primero se deduce de que los apóstoles vieron cómo Jesús subía al cielo. ¡Mirar al cielo!, ¿miramos alguna vez? ¿Pensamos y deseamos que el cielo sea o será nuestra meta?, ¿la estación término de nuestra vida? La cultura actual se empeña en atiborrar nuestra ansiedad de tener, de disfrutar de lo inmediato y apaga y seca nuestro deseo y sed del “más allá”, de lograr esperanzas, de plenitud de sentimientos, de sentirse inundado de alegría y felicidad espiritual, la que colma, la que llena nuestro ser.

La palabra “cielo” es muy expresiva de actitud de amor, de cariño. Cuando le decimos a alguien “eres un cielo”, estamos manifestando lo que es para mí esa persona, que tenemos una relación de cariño, de dulzura  y amor que nos hace felices a los dos. El cielo es la casa del amor. Porque allí está la fuente del amor. Dios es amor. El cielo es la experiencia culmen del amor, de la comunión gozosa con Dios y con los demás y con toda la creación. El cielo es la fiesta del amor. Estamos hechos, creados, para el amor. Es lo que nos llena, lo único que merece la pena lograr y alcanzar.  Y a eso ha venido Jesús, a enseñarnos a amar y revelarnos nuestro destino final. La  Ascensión es una invitación a mirar al cielo.

El segundo mensaje es que nos deja responsables con una gran encomienda: evangelizar el mundo. Evangelizar es humanizar.  Y nos lo marca como imperativo: “Id y haced discípulos de todos los pueblos”. Discípulos libres que trabajan por la libertad, que luchan por la justicia, constructores de un mundo mejor. Id, salid, es “la iglesia en salida” a la que nos invita insistentemente el papa Francisco. Es esa iglesia que sale a decirle a las personas quienes son y qué fin y destino nos espera. No se trata de profesar una ideología o cumplir un programa político seducidos engañosamente por un poderoso. Jesús, el Señor, nos fortalece para  continuar  esa misión que él denominó como la construcción del Reino de Dios donde el hombre no es para el sábado sino el sábado para el hombre, donde el progreso es para vivir en libertad, con dignidad y como hijos de Dios, que es la última referencia a tener en cuenta, no la del que domina o juega él a ser divinidad. Desde el paraíso ha sido la tentación del hombre. La fiesta de la Ascensión posee un hondo contenido que sigue teniendo una validez muy actual. Porque la Palabra de Dios es para  ayudarnos a descifrar el misterio de la vida. Tenemos que mirar más al cielo y la tierra es nuestro campo de labranza.

ORACIÓN

Señor, Jesús:

Con la fiesta de la Ascensión

finaliza tu tiempo entre nosotros,

ese tiempo histórico y

esa presencia nueva de resucitado

que nos llena de gozo y de esperanza.

Pero nos dices que

estarás siempre con nosotros.

Te encontraremos en la Eucaristía,

en la Palabra y en los hermanos.

Antes de subir al cielo

nos haces dos encomiendas

que tienen que ser para nosotros

una responsabilidad.

Nos mandas

“hacer nuevos discípulos”

que sigan también

tu proyecto de vida,

que se empeñen en vivir con Tú,

que hagan de su bautismo

un compromiso de vida para todos

vivamos como hijos de Dios.

Nos falta garra y convicción

para llevar a cabo esa misión.

Necesitamos ser en el mundo

una Iglesia más significativa.

Tenemos que seguir tus pasos,

realizar tus gestos

y confiar más en el poder

del servicio y del amor.

Lo que Tú hiciste en aquella Galilea,

tenemos que testimoniarlo nosotros,

como discípulos,

en el mundo de hoy.      Amén

Sexto Domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 14,15-21:

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros.

No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.

El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».

Palabra del Señor

Homilía

No prima la búsqueda y el afán de manifestar y mostrar  la verdad en los tiempos en que vivimos. Abundan las medias verdades y la mentira, de tal forma que la palabra mentira sale varias veces en cualquier informativo o programa de actualidad. Tiene razón Jesús en el evangelio cuando nos dice que “el mundo no conoce la verdad”,  ni parece tener interés por ella.  La mentira es caldo de cultivo para el gregarismo y el populismo. Se ha perdido la confianza en las instituciones y en aquellos que tienen la responsabilidad de informar sobre la situación de la catastrófica enfermedad pandémica del coronavirus e incluso de la situación sociopolítica de la nación. Leer y escuchar a los medios de información produce desconcierto y hace  temer y vislumbrar un futuro difícil, convulso. Sin verdad no hay libertad, ni dignidad. La persona es por naturaleza una buscadora de la verdad. No solo buscamos la verdad científica, sino la verdad existencial del sentido de mi vida. La que responde a la gran pregunta de ¿quién soy yo? Esa es la verdad primordial.

Se difunde que la verdad es inalcanzable y que todo es relativo.  Si hay alguien de nuestro tiempo, que analizó y entendió muy bien la cultura en la que nos movemos, fue  Joseph Ratzinger, el papa emérito Benedicto XVI. Denunció insistentemente que estamos esclavos de la dictadura del relativismo “que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida de todo el propio yo y sus antojos” Lo malo y demoledor es, cuando lo que se impone, son los antojos de los que mandan. Y no el bien común

Una persona mentirosa es despreciable. Por eso, parece inconcebible que la mentira abunde últimamente  y de tantas maneras en todos los estratos sociales y se aguante  y se tolere sin una reacción más contundente.

Precisamente Jesús llama al diablo “el príncipe de la mentira”, el engañador. Si algo caracteriza a Jesús es la búsqueda de la verdad.

Jesús es el hombre verdadero que nos ilumina para encontrar lo que es bueno y discernir entre lo verdadero y lo falso. Para él la verdad no es una doctrina, no es una ideología. Nos dice que “la verdad mora en nosotros y está en nosotros” La verdad está en el interior de cada uno, es una luz, una fuerza, un aliento, tiene mucho que ver con el amor, tanto que nos acerca al misterio último que es Dios, Dios es amor. La frase más sublime y más real sobre la verdad salió de los labios de Jesús: “La verdad os hará libres” Que, a contrario,  podemos concluir nosotros, que la mentira nos hará esclavos. Analicemos la realidad que estamos viviendo. Tenemos ahora tiempo y datos suficientes para ello.

Solo la verdad podrá humanizarnos. Jesús no se dejó engañar ni por el poder de los romanos que dominaban el imperio,  ni por las trampas y engaños de los fariseos que ocultaban bajo preceptos religiosos. No adoptó falsas posturas ni apariencias, ni sucumbe a artimañas políticas. Él busca el Reino de Dios y su justicia.

Eso quiere y espera de sus discípulos. Estamos en el 6º domingo de Pascua, el anterior a la fiesta de la Ascensión a los Cielos. Jesús pretende decirnos hoy cómo podemos seguir unidos a él, que aunque vuelve al Padre porque finalizó su misión aquí “no vamos a quedar huérfanos”.  A la hora de despedirse, les promete que pedirá al Padre que les dé “el Espíritu de la Verdad”, que es esa fuerza interior, esa luz del alma, ese aliento luchador que va aumentando a medida que amamos y estrechamos la unión y  la amistad con Jesús, hasta poder decirnos que: “Yo estoy con vosotros y vosotros conmigo” Esta es la verdadera experiencia cristiana.

  El Espíritu de la Verdad nos va transformando por dentro, va dándonos criterios de valor, nos dota de la facultad de discernir lo verdadero de lo falso, lo humano de lo inhumano, lo justo de lo injusto, lo esencial de lo secundario, lo eterno de lo efímero, hasta convertirnos  en verdaderos seguidores, discípulos y testigos suyos. Los seguidores de Jesús han dejado en la historia huellas imborrables y han contribuido como nadie a la fraternidad de este mundo; muchos han dado su vida por esa verdad.  Esa es la llamada que , según el papa Francisco, hace el Señor Resucitado a su Iglesia. El mundo está enfermo de egoísmo, de explotación, de mentiras, de injusticas, de lenguaje falso y engañoso… de pecado, en definitiva, aunque nos parezca antigua la palabra, pero es la más auténtica. Por eso necesita “una Iglesia Hospital”, que cure con la verdad del amor.

Jesús nos dice también que ese Espíritu será nuestro Defensor, que nos defiende de lo que nos puede destruir  como personas y nos recuerda lo que somos y a qué y por quién estamos llamados, el que nos ilumina para aplicar en el tiempo que vivimos las enseñanzas de Jesús y saber leer el Evangelio como el libro de la vida.

Jesús nos deja con la encomienda de que tenemos que establecer  un mundo más humano, que él llama el Reino de Dios. Y para ello nos promete el Espíritu de la Verdad. Abramos el corazón para recibirlo. Lo necesitamos.

ORACIÓN

Señor, Jesús:

En este Domingo

nos das los últimos consejos

antes de tu despedida.

Nos insistes en el amor

como norma de vida.

Como sabes que no es fácil

mantenernos en esta actitud,

nos prometes que pedirás

al Padre que nos envíe

el “Espíritu Defensor”.

Necesitamos luz, fortaleza

y aliento sostenido.

Necesitamos que alguien

nos recuerde tu verdad

para que no nos desviemos

del Evangelio.

Hoy nos descubres el sublime

misterio de la vida divina

a la que nos llamas a participar.

Nos dices

Yo estoy con el Padre

y vosotros conmigo

y yo con vosotros”.

Esta es la suprema revelación

que nos haces.

Estamos llamados a vivir

esta relación contigo.

Para ir descubriéndola

y preparándola nos envías el Espíritu.

Nunca nos dejas desamparados.

Nos falta sentir y vivir

con más convicción esta experiencia

de la nueva presencia de Jesús.

Sin relación honda con Jesús

no hay ni cristiano ni iglesia.

¡Señor, confiamos en Ti!

Tú eres maestro de vida.

Nos enseñas que la verdad es el amor.

Esto es lo que de palabra y obra tenemos

que manifestar y testimoniar.

Amén.

Quinto Domingo de Pascua

Evangelio según san Juan 14, 1-12

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre».

Palabra del Señor

Homilía

Solo los que pasan de los ochenta años, que han vivido la guerra civil, pueden haber sufrido una situación más calamitosa y desastrosa como la de la pandemia que nos persigue, agrede, hiere y mata. La estamos viviendo con miedo, pero también con fortaleza y esperanza de poder vencerla. Pero los afectados y los muertos alcanzan cifras escalofriantes. Son más de doscientos veinte mil los afectados, de ellos más de cuarenta y cinco mil los sanitarios que combaten, a veces en condiciones deplorables, como soldados en el frente,  y superan ya los veintiséis mil las víctimas  de esta enfermedad que trae el retortero a la ciencia. Subrayo estos datos, porque son la cruda realidad que estamos viviendo y conviene que nos haga reflexionar y que nos interrogue sobre cómo vivimos, por qué sucede esto, y si hay otra forma de vivir, y de enfrentarnos a la finitud, a la fragilidad y el mal. Como es frecuente oír estos días: “¿Otro mundo es posible? Esta pandemia arrasadora, ¿nos va a cambiar algo la vida?

El mal es un misterio que nos supera, lo sabemos, pero son verdad dos cosas: abusamos y maltratamos a la naturaleza y no somos capaces de lograr un asentimiento global  de que tenemos que cultivarla y no explotarla, que es la “casa común”. Y segundo, utilizamos mal de nuestra libertad, nos creemos los dueños de este mundo,  que podemos vivir como queramos, y que lo importante es pasarlo a mi gusto sin tener en cuenta que formamos una misma familia, con pequeñas diferencias, pero hay muchas desigualdades y nos despreocupamos unos de otros.  La meta es ser ricos y no  ser humanos que nos llevaría a ser hermanos. Hemos perdido el sentido de la vida. Ni nos preguntamos si lo tiene. Como si la vida fuera un laberinto en el que nos perdemos cada uno.

Hemos olvidado la ética y la moral, ¿quién habla de ellas? y no nos importa leer y  saber la historia de la humanidad para no repetir los mismos errores. El mundo empieza con nosotros. Nuestros antepasados eran ignorantes. Malcuidamos nuestros sentimientos, agrandamos nuestras diferencias. Hasta que sucede algo que nos tira del caballo ganador y entonces  es cuando cambiamos de dirección y decimos que “todos a una, todos juntos para vencer al enemigo”. Y que es necesario el dialogo, el consenso, el entendimiento, la ayuda mutua. Cuando el agua nos llega al cuello.

Es una forma de reconocer la verdad evidente la del Evangelio: “Solo el amor salva”. “El amaos unos a otros” tan insistente de Jesús,  que no acabamos de tomarlo en serio. No  nos salva el poder,  ni el afán de riqueza y dinero, como lo estamos viendo ahora. La unión de médicos, sanitarios fuerzas armadas,  y trabajadores de la alimentación, del transporte, y otros ….son los que nos han hecho posible afrontar esta epidemia brutal. No las diferencias y debates de los que nos gobiernan. Algunos no están dando el mejor ejemplo.

En este 5º domingo de Pascua vamos a volver a darnos cuenta de que el evangelio es para la vida, que la Palabra de Dios, que proclamamos cada domingo y cada día, es palabra que da vida, que orienta e ilumina. Hoy  la situación que nos plantea es: ¿Qué sería de nosotros sin Jesús? ¿Qué sería de nuestra vida sin Dios? ¿Se puede vivir sin él? ¿La vida sin Él tiene horizonte, tiene sentido? ¿Es mejor dejarse llevar por  los hombres poderosos que por Dios? ¿Es mejor cumplir la que mandan los hombres que lo que nos propone Dios en el modo y ejemplo de la vida de su Hijo Jesús de Nazaret?

Vemos que los discípulos estaban desconcertados, turbados, como nosotros con tantas predicciones inseguras y protecciones que tenemos que guardar. Jesús les dice: “¡Que no tiemble vuestro corazón, creed en Dios y creed en mí!” Tened confianza en mí.

Y les hace la propuesta insólita, única, diferenciadora de otras formas de religión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” Este que veis y conocéis. Fiaos de mí. Y esto ser cristiano. Cristiano es ser una persona que descubre en la persona de Jesús la forma más sensata de caminar por este mundo, la verdad más honda de la existencia y la esperanza que da alegría y gozo a la vida.

Camino, verdad y vida, las tres son fundamentales para la existencia humana. Si la persona es un ser en relación,  el camino de la vida ¿a dónde o quién nos lleva? ¿Qué verdad es la mía, quién soy yo, por qué necesito amar y que me amen? ¿Mi vida tiene alguna esperanza o es efímera, es solamente un epifenómeno que aparece por casualidad y se diluye en la nada y todos los que nos hemos relacionado aquí y amado y querido,  nos perdemos ya de vista?

“Yo soy el camino”. El camino que  “amándonos unos a otros, por encima de nuestras diferencias, nos lleva a la fraternidad.  ¿Hay otro que pueda lograr esa unidad y hermandad? Y nos lleva al misterio de Dios. Dios es ese misterio unificador, porque Él es la fuente de la vida. Hemos salido de sus manos. Llevamos su huella, sus genes, que nos hacen familia.

“Yo soy la verdad”. El escándalo del mundo moderno es que no hay verdades. Estamos inundados de mentiras. La mentira se ha convertido en moneda corriente. Nos hace más manipulables, somos y hacemos lo que nos digan. Sin verdad de lo que soy, mi vida pierde peso y consistencia. Soy único, no soy un gregario. Soy capaz de preguntarme quien soy y buscar la verdad  que justifica mi vida. Soy hijo de Dios que es amor. ¡Esa es mi verdad!

“Yo soy la vida” El que nos da la esperanza de vivir, el que ilumina el misterio que somos y hace posible sentir, desear, amar y alcanzar la alegría y el gozo de vivir. El que con su vida, no solo con su doctrina, nos ha revelado el salto a la vida plena.

Como al apóstol Felipe nos dice también: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces?

Eso es lo pretende Jesús hoy, que le conozcamos.  Y con Él encontremos otra forma de caminar por la vida. Otra verdad que nos saque de nuestra superficialidad y que nos permita usar bien la libertad. Y otra esperanza que dé energía y que motive nuestra vida.  Y ahora, hagámonos la pregunta: ¿Puedo vivir sin Él?

  Oración

Señor, Jesús:

En este tiempo pascual

ayúdanos a volver de

los caminos equivocados

porque tú eres el

CAMINO

    que confluye en la fraternidad

y que nos lleva hacia el Padre.

Aléjanos de las mentiras

que nos sacuden y nos engañan

porque Tú eres la

VERDAD

    que nos revela el misterio de nuestra existencia

y nos muestra  que Dios es amor.

No dejes que tiemble

nuestro corazón

para poder alcanzar el sitio

que nos tienes preparado

porque tú eres la

VIDA

    que colma de alegría nuestro corazón

y nos lleva hacia Dios.

Queremos caminar contigo

y acompañarte en cada una

de las personas

que van a nuestro lado,

gozando y sufriendo,

trabajando y luchando

por la construcción y realización de tu Reino.

Amen

Cuarto Domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 10, 1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

Palabra del Señor

Homilía

Estamos en el mes de mayo. Brota la naturaleza con pujanza, se llenan los rosales de flores. Hoy lo novedoso es que, por fin, podemos hacer una salida tasada de casa después de la cincuentena que llevamos enclaustrados. Es como si volviéramos a la vida.

Lo hacemos acompañados de la Virgen María a quien dedicamos siempre este mes de mayo con el rezo del rosario, que ojala volviera a ser la oración de las familias, y la dedicación de las primeras flores. Por fin la Pascua hace soplar la brisa de la vida.

Este 4º domingo de Pascua tiene nombre. Es el Domingo del Buen Pastor, una de las figuras alegóricas con las que se denominó el Señor para descubrirnos el misterio de su Persona. Para decirnos quién era el para nosotros. Él es como el pastor para las ovejas. Antes,  este domingo era el día del párroco. Una forma de expresar que la parroquia es como una familia. Se ha perdido. Muchas veces pienso que no tener cada domingo una motivación que ayude a encontrar más sentido a la celebración ha hecho que la liturgia dominical caiga en la rutina. La celebración es para la vida y hay que darle motivaciones de la vida a la celebración para que despierte deseos de vernos, de encontrarnos, de querernos y nos comuniquemos nuestra alegría, nuestros sentimientos, a veces también nuestro dolor y tristeza.

Por cierto, que hoy se celebra “el día de la madre”, que aunque tenga aspectos comerciales, las madres, todas las madres, las que nos  han dado la vida, la mayor grandeza de la mujer, bien merecen una fiesta en que les manifestemos nuestro cariño. También la Virgen María tiene como su mayor título ser “la Madre de Jesús, la Madre de Dios”

La finalidad de este 4º domingo de Pascua es descubrirnos y recordarnos el “cómo” quiere Jesús que se nuestra relación con él. Qué trato desea que tengamos con él.  Quiere que sea una relación cordial, afectuosa, de intimidad, el “tú a tú” con nosotros. Por eso se hizo hombre como nosotros, buscando cercanía. Podía haberse encarnado en otra modalidad de mayor importancia, de élite, de super-hombre, de hombre fantástico, de los tienen magia y  poder. Se hizo hombre pobre, esclavo, como pidiéndonos respuesta a su amor,  a su estado de necesidad.

Lo dice muy bien este pasaje del comienzo del capítulo 10 de San Juan donde nos expone la parábola del buen pastor. Esta figura del pastor es propia de una cultura agrícola, pero tuvo una gran importancia porque además de un oficio o dedicación era también un título importante que daba a los grandes personajes. Precisamente por lo que llevaba ser pastor y dedicar toda la vida a las ovejas.

De hecho en este pasaje la alegoría es doble. Jesús es el Buen Pastor pero es también “la Puerta” del aprisco, del corral,  donde se guardan y refugian las ovejas.  “Yo soy la Puerta”, nos dice. Nos puede extrañar esa simbología tan vulgar, una puerta. Pero puede ser muy intuitiva para nosotros en estos momentos, en que esperamos abrir la puerta para salir del obligado y larguísimo encierro. La vida tiene o puede tener muchas puertas de salida. ¿Por qué puerta queremos salir nosotros? ¿Nos ha cambiado o nos va a cambiar algo la vida este trauma existencial que hemos padecido?

“Yo soy la puerta, el que entra por mí se salvará”, salvar la vida, ahora nos damos más cuenta del valor de la vida, de que no la podemos echarla a perder, de que lo podemos malgastar en superficialidades. Ahora es el momento de preguntarnos en qué la empleamos…si nos dedicamos a lo esencial.

Por la Puerta de Jesús se puede  “entrar y salir”, es la puerta de la libertad. Podemos hacer el doble movimiento de entrar y salir, a veces necesitamos entrar y estar con él, que nos ilumine, nos fortalezca;  y tenemos que salir, no podemos quedar encerados. Él nos dice que “saca las ovejas fuera”. Es “la Iglesia en salida” en la que nos insiste el papa Francisco, que no se encierra en sí misma, que no se acobarda, que sale al mundo, a la realidad que viven las persona, ahora con problema de la salud y con el problema económico y social que nos viene encima y que va a sumir a muchos en  la pobreza y la necesidad. Es aquella iglesia de la que nos hablaba ya cuando el Concilio el santo Juan XXIII de una iglesia que tiene que abrir puertas y ventanas… una iglesia de católicos confesantes, que saben que su fe da respuestas a la vida.

Jesús quiere una relación cordial, no distante, no de pregunta y respuesta de catecismo. De amigo, de intimidad, de corazón! porque sus ovejas conocen su voz y el pastor las llama por nombre. Es una relación personalizada. Posiblemente hemos perdido el timbre de voz de Jesús. Sabemos cosas, aunque cada vez menos, sobre todo las nuevas generaciones, porque tampoco de él y con él se habla en casa.  Tenemos cierta cultura religiosa pero desconocemos su voz, no oímos nuestro nombre cuando nos llama.

¿Por qué puerta vamos a salir de este encierro? Nos dice hoy que él ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. Ahora nos damos cuenta del milagro de la vida que somos cada uno. Y vemos que Jesús nos quiere seguir regalando y dando vida. ¡Nos manda vivir! Es el imperativo que llevamos grabado en lo más honde de nuestro ser. Y vivir no solo es el funcionamiento orgánico, físico, es principalmente amar, es  tener esperanza, es sentir deseo de más felicidad, es luchar por valores sobre todos espirituales, la justicia, la paz, la honradez, la verdad…, es cuidar los sentimientos, es abrirse y disfrutar con los demás, es vivir como Jesús. Porque Jesús vino a enseñarnos a vivir. Y revelarnos el misterio de la vida que, aunque tengamos que dar muchas curvas, es punto final de nuestra existencia. La vida de relación con Él, la vida espiritual es parte esencial de nuestra salud integral. La fe anima a vivir, da vida, porque disipa nuestros temores, ilumina nuestras dudas, fortalece nuestras debilidades, agranda nuestro amor. Nos tenemos que dejar conducir por el Buen Pastor a las verdes praderas  a las que se entra y sale por Él que la Puerta que entrando tiene mejor salida. Amén

ORACIÓN

Señor, Jesús:

Seguimos intentando disfrutar,

a pesar de las contrariedades que sufrimos,

de este tiempo pascual

en el que Tú nos ofreces la vida nueva

para renovar y enriquecer la nuestra.

Con expresivas alegorías

nos sigues enseñando a conocerte más

y poder ahondar en nuestra amistad.

Hoy nos dices que eres para nosotros

un “Buen Pastor”

que das la vida por nosotros

y que nos conoces como somos,

con nuestras alegrías y nuestras penas,

con nuestros buenos deseos

y nuestros problemas.

Nos haces una invitación a confiar en Ti,

a sentir tu cercanía, a seguir tus pasos,

porque nos llevas a “verdes praderas”

que nos hacen fuertes y robustecen

el sentido de la vida.

Nos dices, también, que eres

la Puerta” por la que podemos entrar

a una nueva forma de vivir y

quien entra por Ti, se salvará”,

encontrará nuevos horizontes,

no la malgastará, gustará la alegría

de ese don tuyo. Por esa puerta

debemos entrar con libertad.

Tú no impones, invitas yendo delante,

como el Buen Pastor,

con tus obras y palabras.

Señor, tenemos que reconocer que

a nuestra fe la falta vitalidad, fortaleza,

testimonio, por nuestra pobre

y distante relación contigo.

Tú eres la fuente de la vida.    Amén.

Homilia del 3ºDom. Pascua 2020

Evangelio de San Lucas, cap. 24, versículos del 13 al 35

Homilía

En el evangelio del domingo anterior, el 2º después de Pascua, el evangelista San Juan nos contaba el encuentro del testarudo apóstol Tomás con el Señor Resucitado. Tomás, era como muchos de hoy, que no admiten más que lo experimental, que tienen  como obsesión “ver para creer”, y había pedido tocar, meter los dedos y las manos en las  llagas y el costado de Jesús para creer que había resucitado como les había prometido. Si recordáis, finaliza ese pasaje con una bienaventuranza que es para nosotros, para los que no hemos coexistido con la vida histórica de Jesús de Nazaret. Como verdadero hombre, vivió en Palestina unos años, un tiempo. Una vez finalizado ese tiempo aquí, Jesús vive y tiene una presencia nueva. Por eso, mirando a Tomás a los ojos, le dice: “Tomás, porque me has visto, has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”

El evangelio de este tercer domingo de Pascua es una de las páginas más bellas, alentadoras y esperanzadoras del Evangelio. Nos dan ánimos para salir de nuestra tristeza, de nuestra angustia, de nuestra sensación de vacío o fracaso. San Lucas es el evangelista que nos cuenta este pasaje del encuentro de Jesús con dos discípulos que huían llenos de miedo de Jerusalén e iban a refugiarse a Emaús.

Veréis cómo el evangelio, la Palabra del Señor, es para la vida, es palabra viva, que nos ayuda a vivir con lucidez cada día, cada circunstancia. Tenemos que seguir aprendiendo a creer. Creer es confiar en Dios por encima de todo, “contra viento y marea”, contra el viento de esta cultura agnóstica y contra la marea de superficialidad que nos inunda y nos distrae, no dando importancia a la dimensión espiritual que es la más importante; somos más únicos por el espíritu que por el cuerpo. Nos identifica más el alma que el color de los ojos. El alma duele a veces más que el cuerpo. Pero la cuidamos muy poco, necesita su cuidado, tratamiento y su alimento. El alma no se calma con engaños. Ahora tenemos tiempo para cultivar nuestro espíritu que pide siempre relación Dios. Qué afirmación la de Calderón de la Barca: “El honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios”

Vemos a dos discípulos que van andando, comentado lo que había pasado en Jerusalén con su maestro y amigo Jesús de Nazaret, “profeta poderoso en obras y palabras… que nuestros jefes condenaron a muerte y crucificaron”.  Estaban rotos, defraudados, pesimistas, desalentados. A nosotros, este año nos cuesta abrir el corazón a la alegría y a la luz de Pascua. Se nos quedan en la antesala del corazón. Nos preocupa y nos desalienta lo lento que va este proceso de crisis, la falta de soluciones, los números  y estadísticas que cada día nos frustran,…es difícil sobreponerse. ¡Nos duele el alma! Necesitamos el médico del alma. Y es Jesús el que, como a los de Emaús, sale a nuestro encuentro y se interesa por nuestra situación. Quisiera entablar conversación con nosotros. Nos domina la sensación de que Dios está lejos. Esa es nuestra equivocación. No acabamos de reconocerlo y ver que camina con nosotros.

Jesús, con los descorazonados discípulos de Emaús  hace dos cosas muy normales, muy sencillas, para sacarlos de su desesperanza. Las quiere  practicar también con nosotros.

La primera es prestarles atención, darle importancia a lo que le dicen,  los escucha con paciencia y compresión dejando que manifiesten sus sentimientos, entiende su preocupación y desolación. Pero enseguida les explica las Escrituras, les habla con convicción.  Les viene a mostrar el misterio de la vida. Que no hay rosas sin espinas, que hay que pasar por la cruz para llegar a la resurrección. Que ya estaba anunciado en los profetas y que el mismo Jesús lo había anticipado. Que su vida es paradigma de la nuestra. Eso mismo,  lo hace también con  nosotros cuando leemos y escuchamos la Palabra de Dios. Nos habla de que este mundo, en el somos peregrinos, es finito, frágil,  pasajero, de que nos dejamos engañar por el “maligno”, y  somos víctimas del sufrimiento y del dolor que, en muchas ocasiones, lo causamos nosotros dando la espalda o alejándonos de lo que Dios quiere, creyéndonos señores y dueños de nuestra vida. Utilizamos una frase que nos delata: “A vivir que son dos días”. Olvidamos  que la vida es un don suyo y  abusamos de lo que tenemos y somos.

Jesús nos descubre nuestro destino final, nuestra estación término, la que intuye y vislumbra el espíritu, la que parece más racional para el hombre que no es “un ser para la nada” sino un hijo de Dios. De que estamos llamados a una nueva Vida, que es la que él nos anuncia y testifica con su propia vida. No nos da una lección teórica. Da testimonio veraz. Hay un dato importante también en este pasaje: el hecho de la resurrección no nace de la fe, no es la fe la que inventa la resurrección, los discípulos no lo esperaban;  sino al contrario, es la fe la que nace del hecho de la resurrección;  los discípulos son sorprendidos por la presencia y encuentro con Jesús. Fue el encuentro con Jesús resucitado el que les hizo pasar del desánimo y la duda, al entusiasmo y al testimonio exponiendo su mismo pellejo en un ambiente furibundo: “¡Aquel al que vosotros matasteis, ha resucitado y nosotros somos sus testigos!. Esta es la respuesta al enigma: nuestra vida dará con él un salto cualitativo: ¡Resucitaremos con él!

El segundo camino para encontrarnos con Jesús es, cuando llegando a la villa de Emaús, Jesús hace ademán de seguir adelante. Ellos, seducidos por sus palabras que les habían llegado al corazón, le retienen y le invitan con insistencia a que se quede a cenar con ellos “porque atardece y el día va de caída” ¡Qué normal nos tiene que parecer este gesto! Lo mismo haríamos nosotros, también le pagaríamos muy gustosamente la cena. Sentados a la mesa ocurrió lo inesperado, lo fascinante: “Le reconocieron al partir el Pan”. Qué gesto tan personal, tan suyo,  tenía Jesús al partir el pan, para que le reconocieran por ello.  Jesús era muy de comidas con los amigos y con los pecadores. La comida es comunión de vidas. Invitaba y se dejaba invitar. Tan suyo, tan entrañable era aquel gesto que, al final se nos da en comida, en “pan de vida”: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre. Esto soy yo”  Al verlo, cayeron en la cuenta, captaron su presencia, reconocieron quién era aquel “desconocido”  Y  qué profundidad alcanzó la mirada del alma de aquellos discípulos, hasta entonces oscura, desolada: Sí, “se les abrieron los ojos”, aprendieron a creer. El Crucificado es el Resucitado. Y el Jesús Resucitado visible, desapareció de su visibilidad. ¡Se quedó en el pan y en el vino! Quería ser nuestro alimento, nuestra fortaleza para las inclemencias del camino. Era su nueva presencia, su resucitada y sacramental presencia real para nosotros.

Para los creyentes, para los discípulos de hoy, es la bienaventuranza de: “¡Dichosos los que crean sin haber visto!”. Abriendo el corazón a su Palabra, sentándonos gustosos y con los ojos abiertos de la fe a su mesa cada Domingo, el día del Señor, el día de la comunidad cristiana, Jesús resucitado nos ayudará a interpretar los acontecimientos de la vida, a sentir que camina a nuestro lado y con él podemos pasar de la tristeza al gozo, de la duda a la confianza, y de la tristeza a la alegría. Que nos ayude e interceda por nosotros la mejor testigo, su madre y nuestra madre, la Virgen María. Amén

Segundo Domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor

Homilía

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana. Así comienza el pasaje del Evangelio de este 2º domingo de Pascua, que suele llamarse el evangelio de Tomás, o de las dudas de Tomás. San Juan Pablo II, el año jubilar 2.000 canonizó a santa Faustina Kowalsca. Esta religiosa polaca tuvo unas visiones de Jesús relacionadas con  el perdón de los pecados, cuya misión reciben los apóstoles en esta aparición de Jesús resucitado y determinó entonces que este domingo se llamase, “Domingo de la Divina Misericordia”

Nosotros estamos soportando una larga noche  de incertidumbre y sufrimiento esperando ver la luz de la nueva aurora, “la luz del primer día de la semana”, para nosotros de una nueva etapa de la vida que anhelamos comenzar. Un hilo de esperanza nos sostiene. Estos días podemos darnos cuenta de lo importante que es la virtud de la esperanza.  Versificaba el gran poeta francés Charles Péguy, que de la tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad,  la esperanza es la más pequeña, pero la que más le gusta a Dios. “La esperanza vino  al mundo en Navidad…Es ella la que hace andar a las otras dos, la que las arrastra y la que hace andar al mundo entero”

El papa Francisco, en la Vigilia Pascual, nos dio un gran ánimo al anunciar que el que nació en Navidad, ¡ha resucitado! Y que esa noche salvífica, esa Noche Pascual, luminosa, deslumbrante, conquistamos un derecho que nadie nos puede arrebatar: el derecho a la esperanza” No es un mero optimismo, es un don del Cielo. La esperanza de Jesús infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida

Como los discípulos estamos en casa y, por miedo, con las puertas cerradas. Es el momento de encontrarnos con nosotros mismos, de conocernos mejor, de palpar nuestra fragilidad y de la necesidad de recurrir a alguien que nos ayude, que nos anime, que descifre el misterio lo que vivimos. Es el momento de hablar con Dios y de encontrarlo en el fondo de nuestro corazón, de darnos cuenta de que la vida es un don suyo y  de que en lo más íntimo podemos sentir su presencia amorosa, porque somos hechura suya. Lo que pasa es que muchas veces le tenemos las puertas cerradas. No nos paramos a sentir su presencia y hablar con él. Así no es posible abrirse a la esperanza, a la sorpresa de su aliento, al ánimo,  a superar la soledad que nos encoge y nos abruma.

Por eso hoy Jesús, como a los apóstoles amedrantados, sale a nuestro encuentro y nos saluda como a  ellos: ¡Paz a vosotros! Es él,  que nos puede hacer pasar de los miedos de la noche a paz del nuevo día, de la oscuridad tenebrosa a la luz de la alegría. Nos costará. Pero tenemos que abrirle las puertas del corazón, tenemos que escuchar su apalabra siempre de ánimo y de vida y responderle. Tenemos que rezar. Es el tiempo de la oración.

Jesús conoce nuestra fragilidad. Ni una palabra de reproche a los apóstoles por haberle dejado solo, por haber huido, por haberle abandonado. Es más les colma con la misión del perdón, de decir que él  una fuente de misericordia, de compasión, de perdón. Y en su nombre: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados…”

Nuestra fe vacilante, pero sostenida por la  esperanza, se ve sorprendida a veces,  de dudas y de vacilaciones, de enfriamientos y distanciamientos. Él sale siempre a nuestro encuentro. Él nos busca primero. Tenemos que seguir aprendiendo a creer. No se tiene  un kilo de fe para siempre, para toda la vida y con eso tengo bastante. La fe es confianza con Dios, es relación amorosa con él.  Y como el amor tiene que seguir creciendo. Como en la familia o con los amigos a medida que nos vamos relacionando, tratando  e intimando, va creciendo nuestro amor, nuestra amistad, nos vamos necesitando. Necesitamos de Dios. Es la mayor evidencia de esta abrumadora situación que estamos atravesando. Necesitamos de Dios que nos sostenga y necesitamos de los demás, porque Dios es Padre, todos somos de su familia.

Con mayor o menor convicción  decimos que una vez atravesado este anochecer tan duro, las cosas en el nuevo día no pueden seguir como antes. A los discípulos les cambió la vida Jesús que al encontrase con ellos en la casa cerrada se puso en medio y “les enseñó las manos y los pies”. Desde entonces constituyó el centro de su vida. Es el momento de sopesar lo que vale, lo que es esencial, lo que merece la pena.

Necesitamos un Plan para Resucitar. Es lo que se ha adelantado y nos ha propuesto el papa Francisco en un alentador y estimulante mensaje que nos ha dirigido. En él nos invita a  un nuevo modo de vivir, de tratarnos, de relacionarnos, a superar la indiferencia –que es el mal de nuestro tiempo y de nuestra fe- , a instaurar la civilización del amor con una “iglesia en salida” que, como Tomás, mete las manos en las llagas de Cristo y que se va construyendo con los ladrillos de cada uno. No dejemos huecos. Nos invita a tomar el relevo de los héroes anónimos, de esos santos de la casa de al lado, que luchan exponiendo su misma vida para vencer  a la pandemia, para salvar vidas; y, sin olvidar nunca la memoria de los que se nos han ido en la más triste soledad, ponernos nosotros a continuación y con entrega a la enorme tarea de transformar la indiferencia en amor, el individualismo en solidaridad, el hambre, la pobreza, la exclusión en dignidad humana, la mentira en verdad, el poder en servicio, la venganza en perdón y sentirnos cristianos, católicos responsables de una sociedad más justa y fraterna. Será posible si abrimos las puertas cerradas a la fuerza expansible del viento de su Espíritu. El Espíritu de Jesús es siempre  transformador y creador. Amén

ORACIÓN

Señor, Jesús:

Desde el primer momento

de tu nueva presencia como resucitado,

al encontrarte con tus discípulos,

quisiste quitarles el miedo,

despertarlos de la cobardía, e infundirles

coraje, valentía, entusiasmo y alegría

para seguir con el anunció de tu Evangelio

Señor, no podemos vivir con

“las puertas cerradas”, amurallados y a la defensiva.

El papa Francisco nos incita a ser una iglesia

“en salida”, “una iglesia hospital de campaña”,

una iglesia con conciliar que saber leer

los signos de los tiempos y se hace presente

con tu mensaje de misericordia, de liberación,

de humanidad, de paz  y perdón.

allí donde vemos los clavos

de tus manos y tu costado.

Tenemos que ver y sentir tu nueva presencia

resucitada y sacramental

en cada comunidad  eclesial y  parroquial,

en cada uno de nosotros. 

Y, con la fuerza  del  Espíritu que nos infundes,

ser capaces de anunciar el evangelio

a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Como  a Tomás, que tu presencia nos transforme;

con humildad y reconocimiento

te decimos también:

¡Señor mío y Dios mío!

 Inunda  en esta Pascua nuestro corazón

de entusiasmo y alegría

y , como tus discípulos y tantos santos

a lo largo de la historia,

 que seamos testigos de tu evangelio,

con decisión  y con coraje.  

Amén

Domingo de Pascua de resurrección

Evangelio de la Vigilia Pascual

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 1-10

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:
«Vosotras, no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado».
Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Palabra de Dios

Evangelio del Domingo de Pascua de Resurrección

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Reflexión para este día

¡Esperanza y fortaleza en esta

Pascua de Resurrección!

¡Aleluya!, ¡Aleluya!, es el canto que hoy debiéramos entonar con  alegría, con entusiasmo, con gozo. Este año entonamos  está exclamación tan propia de este día movidos por la fe y la esperanza pero con la sordina de nuestra situación que nos impide hacerlo a pleno pulmón. Hasta nos puede costar oír la música  energizante del Aleluya de Haendel. Tenemos que echar mano de la más robusta fe que se nos tambalea, de la confianza de que Dios no nos abandona, de la certeza de que Jesús ha coronado su obra de salvación, de que ha venido a nosotros y se ha encarnado con una finalidad importantísima, que la justifica.  Tenemos que preguntarnos por qué Dios se hizo hombre para darnos cuenta de quiénes somos. Vino a manifestarnos nuestra identidad de hijos de Dios y por lo tanto estamos llamados a vivir y participar de su misma vida. La vida nueva, la vida resucitada que nos ganó en el gesto supremo de amor en la cruz.

Acudimos a la Virgen María, a quien en este tiempo pascual toda la  iglesia le canta “Regina coeli laetare. Aleluya” (Alégrate Reina del Cielo, aleluya). Que ella nos ayude a colmar de alegría nuestro corazón, ella que atribulada en la pasión, nunca dudó  con esa intuición de madre, que la historia de su hijo, que fue también un misterio para ella, tendría un final feliz.

El hecho más importante de la intervención de Dios en la historia es que resucitó a su Hijo Jesús de entre los muertos. Dios se ha manifestado verdaderamente con este hecho insólito, que sobrepasa todo poder terreno,  antes anunciado por Jesucristo, pero imposible de comprender y de aceptar hasta que no se realizó en él.  Eso es lo que confesamos en nuestro credo: ¡Dios resucitó a Jesús de entre los muertos! El amor de Dios es más fuerte que la muerte. El amor, el amor humano,  siempre da vida, nos da vida. El amor infinito de Dios nos alcanza su misma vida. El amor une vidas.

Hoy es la fiesta principal de nuestra fe cristiana: Pascua de Resurrección. Paso de la muerte a la vida. Es San Pablo mismo, no uno cualquiera, un ateo, un agnóstico, o un científico el que nos dice que es la prueba de fuego: “Pero si Cristo no resucitó vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe” (1Cor.15, 14) De tal manera que este hecho acredita la verdad de nuestra creencia. Es su fundamento. De lo contrario, aun habiendo existido históricamente Jesús de Nazaret, solo sería una persona más o menos famosa, que llamó la atención por lo que decía e hizo con algunos necesitados, pero que fue,  y ya no es. Y su mensaje nos podría gustar más o menos, pero no tendría la solidez, ni podría ser el verdadero criterio que guiara nuestra vida y desentrañara el misterio de nuestra existencia. ¿Quién soy yo?

Porque Jesús ha resucitado, ha sucedido algo nuevo, algo extraordinario, algo que afecta a nuestra vida

¿Qué es resucitar? Ahí está la novedad. No es la reanimación de un cadáver, como fue lo de Lázaro. Es algo difícil de describir porque no tenemos experiencia. Es volver a ser nosotros mismos pero de otra manera, ya sin las limitaciones de esta vida: enfermedad, dolor, miseria, pobreza, injusticia, muerte. Es entrar en una nueva dimensión, es un salto cualitativo, es alcanzar una nueva manera de ser hombre.

Lo que si podemos afirmar con toda certeza es que la fe no crea el hecho, como si fuera una imaginación que idearon los apóstoles y que en acuerdo logrado transmitieron. A ellos mismos les costó trabajo  entender esta nueva realidad de Jesús, tuvieron muchas incertidumbres y dudas, porque no contaban con que esto le sucedería al Maestro. Las mismas dudas  y negaciones que tuvieron de su crucifixión. ¡Cómo Jesús iba a ser crucificado sufriendo una muerte de esclavos, siendo quien era! Ellos si vislumbraban que era alguien divino. Lo mismo les sucede con Jesús resucitado y sus apariciones y encuentros. No le conocen. Se sorprenden de su presencia inesperada, imprevista, repentina; es él pero no parece él. Era algo completamente diferente a lo de Lázaro. El fenómeno de la resurrección superaba su modo de comprensión.  Cuando el prendimiento huyeron despavoridos, tuvo él que salir a su encuentro. Le  costó trabajo convencerlos.

Esas incertidumbres que manifiestan en las apariciones de los evangelios sobre si es él o no, se pueden justificar porque ya no es Jesús encarnado, es Jesús encarnado y resucitado, glorioso, su cuerpo es glorioso y desconocemos sus propiedades. Como se les mostró en el monte Tabor cuando la transfiguración y no entendieron qué era aquello de “resucitar de entre los muertos”. Ya no está presente humanamente aquí, ahora se les presenta  desde la inmensidad de Dios. Viene de allá. Eso sí, una vez convencidos darán todos la vida por el maestro, por el Señor, por el Resucitado, por seguir como discípulos construyendo su Reino.

Tenemos que añadir, lo que nos atañe a nosotros. La resurrección de Jesucristo nos es un hecho aislado y personal suyo. Estamos nosotros tan vinculados con esa novedad, con ese salto cualitativo, que San Pablo mismo lo formula  de esta forma tan convincente  y decisiva: “Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado… pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (1Cor15, 16ss.). En otra parte nos dice que Cristo es la Cabeza del cuerpo y donde está la cabeza estaremos los miembros.

La resurrección de Jesucristo tiene una dimensión universal. Es un escalón hacia arriba que Dios infunde por Jesucristo en la existencia humana y el cosmos.  Basta sentir los gran anhelos de vivir, de vivir felices, de amar y llenarnos de amor, incluso de alcanzar un mundo más justo donde logren justicia los excluidos de la tierra para sintonizar con la verdad de este acontecimiento.

En la espesura del momento en que nos encontramos, con el testimonio de Pedro y Juan que van corriendo al sepulcro y lo encuentran vacío, se abre un nuevo  futuro, sin vendas, libre, en el que  alcanzaremos  el ser plenamente hijos de Dios. Y ante la pregunta inquietante de qué sucederá con nosotros, como será nuestro final, escuchamos el anuncio del ángel: “¡No está aquí, ha resucitado!”.  Como a María Magdalena,  que tampoco lo esperaba, saldrá a nuestro encuentro.

El que se hizo como nosotros en el seno de la Virgen María, Resucitado, nos hace como él, en el seno del Reino de los cielos.  

Aleluya. Amén

ORACIÓN

Señor, Jesús:

¡Aleluya, aleluya!

Feliz Resurrección.

Hoy toda la iglesia es un canto

de alabanza gozosa a Dios

por tu Resurrección.

Hoy es el día de la alegría y la esperanza.

Lo que muere por amor,

el amor entregado, resucita.

Hoy entendemos aquella frase de

que si el grano de trigo

no muere, no da fruto.

El fruto es la vida nueva,

la vida resucitada.

Hoy tenemos en Ti la confianza

de que Dios no abandona

a los que confían en Él.

Nuestro principal enemigo,

la muerte, ha sido vencida.

Contigo estamos llamados a la Vida.

Pero la resurrección no es solo una meta final.

Ha de ser una experiencia

presente en nuestras vidas:

Tú estás siempre resucitando nuestra vida,

inyectado vida nueva en nuestra venas,

en los sacramentos,

especialmente en la Eucaristía.

Y esta vida es para comunicarla,

para entregarla, para injertarla.

La vida atrapada se muere,

la vida sembrada se multiplica.

Señor, en el surco hondo de mi alma

siembra semillas de Pascua.

Señor, gracias por tu alegría.

¡Aleluya! ¡Aleluya!

Amén.