Radio (2): viernes 22 de noviembre de 2019
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Finaliza el año litúrgico. Sí, no coincide con el calendario gregoriano de los doce meses. El año litúrgico nos ayuda a recorrer la vida de Jesús de Nazaret. Celebra ciclos que tienen una hondura y sabor especial: adviento con la actitud de espera y esperanza; Navidad con la alegría de la vida; cuaresma con la reflexión y revisión de nuestra conducta; la Pascua con el rejuvenecer y atisbo de una vida nueva… Ayudan a romper la monotonía del correr y suceder de los días.
Finaliza con una fiesta de Jesús: Jesucristo Rey del Universo. Así la denominó la reforma conciliar para quitarle todo matiz político que pudo tener en sus orígenes.
El título de rey no fue del gusto de Jesús. Huyó de él. Cuando lo aceptó, en el pretorio de Pilatos, más que sensación de grandeza y poder, daba risa y compasión. Su trono fue la cruz y su corona de espinas. Símbolos de su entrega y amor infinitos y especialmente a los últimos, a los excluidos. Así han sido vistos la cruz y el crucificado a lo largo de los veinte siglos de historia.
Hay en España una obsesión enfermiza de arrancar y suprimir el símbolo del crucificado que a lo largo del tiempo ha servido para identificar nuestra cultura y, sobre todo, para no olvidar la memoria de tantos crucificados, y mover a la defensa de excluidos, pobres y abandonados. ¿No serán estos los que más pierdan con esta manía de ideología sesgada? Me pregunto si harían lo mismo con los retratos del Che Guevara, Martin Luthero King o el P. Ángel tan mediático…
De lo que sí habló insistentemente Jesús es de construir el Reino de Dios. Hay un sueño inherente a la humanidad: otro mundo es posible. Este Reino de Dios pone los mejores cimientos: Verdad, justicia, amor y paz. Hoy se reclama a gritos su necesidad en España.