Estábamos en la capilla y entonces me fijé en Jesús en la cruz y en ese momento quise ir a curarle y a consolarle. Sé que es una escultura, pero sé que representa lo mucho que tuvo que sufrir Jesús.
Mi catequista se dio cuenta de mi tristeza y me preguntó:
–¿Qué tienes, por qué estás tan triste, qué te ocurre?
–Quisiera ir y curarle, quisiera consolarle. ¿Por qué está así?,-le contesté.
Mi catequista entonces me miró con dulzura y nos dijo:
-Está así por mí y por ti.
Voy a tratar de explicároslo, pero para ello tengo que hablaros de algo que pasó hace mucho tiempo, quizás en el principio del tiempo.
Dios, que es amor, con amor creó a unos seres espirituales, dotados de inteligencia y voluntad y también de una gran belleza. Los llamó ángeles.
Resultó que uno de esos ángeles, el más bello, se creyó superior a Dios y creyó que no lo necesitaba más y rechazó radical e irrevocablemente a Dios. Y apareció el pecado. Con él arrastró a unos cuantos ángeles, pero no a la mayoría que siguen con Dios.
Al alejarse de Dios, por soberbia, se alejaron del Amor. Y, desde entonces, son llamados demonios.
Dios, por amor y con amor, siguió creando más seres y así creó al hombre y a la mujer.
Entonces en el demonio surgió la envidia y trató de alejar al hombre de Dios, hizo que le desobedeciera y no sólo eso, sino que hizo que el hombre y la mujer se sintieran sucios, culpables e indignos de estar al lado de Dios, porque el demonio no soportaba que Dios amase al hombre y que el hombre amase a Dios.
También intenta hacernos creer que la muerte es el final de todo.
Por eso, Dios nuestro Señor, decidió hacerse humano como nosotros. Así apareció Jesús. Por eso decimos que Jesús es tan Dios como el Padre y tan humano como nosotros. Jesús vivió con nosotros para vencer a la muerte, al demonio y al mal.
Jesús nos mostró lo mucho que Dios nos ama, que nos perdona siempre, que siempre está con nosotros y que por nosotros lo da todo, hasta la propia vida.
El demonio tentó e hizo todo lo que pudo para que los hombres hiciesen padecer y sufrir a Jesús hasta llevarle a la muerte. Pero se equivocó.
Jesús, por amor a Dios y a los hombres, se entregó, con sufrimiento y dolor, pero voluntariamente. Él podría haber destruido a sus enemigos sin más, pero, por amor, padeció sufrió y murió. Pero no se quedó en el sepulcro.
Y por amor también resucitó al tercer día, venciendo a la muerte, al pecado y al mal, demostrándonos lo mucho que nos ama. Y ahora está vivo y podemos comunicarnos con Él. Aunque el demonio nos tiente, Él puede más y, aunque por el pecado nos sintamos muertos y lejos de Dios, si le pedimos perdón de corazón, Él nos volverá a la vida. Después de la muerte, si hemos aceptado la salvación que Él nos da, estamos salvados y viviremos felices con Él eternamente.
En cuanto a qué podemos hacer por consolarle, creo que podemos hacer muchas cosas, la primera aceptar y agradecer su salvación, la segunda tratar de quitar las cosas malas que tenemos (envidias, caprichos, egoísmos, en resumen, faltas de amor) la tercera hacer pequeñas obras buenas, obras de amor y ofrecérselas a Él.
Para que se las podamos ofrecer, la catequista nos ha traído una cruz de cartulina que está hueca. Cada semana nos va a dar unos papelitos donde vamos a apuntar las cosas buenas que hacemos. En la catequesis arrugaremos el papelito y lo pondremos dentro de la cruz.
Voy a empezar desde hoy a hacer muchas cosas buenas para demostrarle a Jesús lo mucho que lo quiero.