El sexagenario Concilio Vaticano II
Quedan las ascuas, con la esperanza de que un nuevo viento haga surgir de
nuevo las llamas, la luz y el calor del entusiasmo de aquel extraordinario
acontecimiento eclesial con resonancias mundiales (véase la hemeroteca
internacional de aquellos años 1962- 65) que fue la celebración del Concilio
Vaticano II. Se han cumplido este martes, día 11 de octubre, los sesenta años de
su inauguración. Hoy ya apenas quedan testigos presenciales. Uno de los muy
últimos fue nuestro arzobispo emérito D. Gabino, que nos acaba de dejar, como
aquel papa bueno Juan XXIII, un hálito de bondad y de paz, de concordia, unión
y reconciliación. Pero quedamos los convencidos de que no fue un
acontecimiento frustrado, sino obra del Espíritu que, por enredos de los
hombres, tiene efectos retardados.
El Vaticano II fue una aventura, “una moción imprevista e inesperada”, la
describió el mismo papa convocante. Cuando la anunció por sorpresa el 25 de
enero de 1959, fiesta de la conversión San Pablo, pensó más en una dimensión
ecumenista, de “unión de los cristianos”. Al final, del ecumenismo pasó al
“aggiornamento” de la Iglesia, palabra que lo identificó pero que olvidamos. El
acontecimiento mediático más importante, más transmitido, radiado y
televisado hasta entonces y que logró una gran difusión, conocimiento y
aceptación de la misión de la Iglesia. Fue una paloma de la paz en medio de una
temida guerra fría; el mensaje del 25 de octubre de 1962 de Juan XXIII, ayudó a
la distensión en el momento abismal de los misiles de Cuba. Kruschev mismo se
lo reconoció. Causó una revolución eclesial, así lo dice ¿el último? obispo testigo
de 99 años, L. Bettazzi, emérito lúcido de Evrea-Turín. En la jornada 2ª se vino
abajo todo el andamiaje preparado y en ocho días se diseñó una nueva
arquitectura que, con percances, logró su objetivo: lograr una iglesia dialogante
con el mundo “abriendo ventanas para que entrara aire nuevo”. Manifestó la
universalidad-catolicidad de la iglesia, la diversidad de culturas y el encuentro y
conocimiento entre ellas, y se planteó sobre todo qué es la Iglesia y cuál es su
misión: un Iglesia para el mundo. Hoy, en lenguaje de Francisco, una iglesia
“tienda de campaña”, una iglesia hospital, una iglesia sinodal, en la que
tenemos que caminar juntos. Sabiendo que el viento sopla, tenemos confianza
de que “la esperanza no defrauda”.
Javier Gómez Cuesta

Por Diego