FELICIDAD Y CALIDAD DE VIDA

Todos buscamos la felicidad. Los psicólogos dicen que es una tendencia universal del ser humano, que la llevamos en las entrañas. Algunos la califican de vocación, en la línea de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola que nos invita a descubrir que hemos sido creados para ser felices, aunque engañados, le estropeamos a Dios el proyecto. Se la describe como una mezcla de alegría y paz interior que invade todo nuestro psiquismo, dando como resultado un estado de ánimo, de alma,  que nos hace sentirnos contentos con nosotros mismos. Hoy no se habla mucho de esto. Es un tema demasiado espiritual. Como el lenguaje todo lo cambia y lo desfigura, ahora no se dice que “soy feliz”, sino que tengo una buena “calidad de vida” y en política la condicionan al  calificativo de “progresista”  prometiéndonos que seremos felices en “el país de las maravillas”.

De todas formas, es importante porque hasta la ONU le dedica un día especial: Día Internacional de la Felicidad y le asigna el 20 de marzo, porque “la felicidad y el bienestar son aspiraciones universales de los seres humanos”. Lo curioso es que fue iniciativa de un pequeño país asiático desconocido, Bután, entre China y la India que afirma que es más importante el paradigma de la Felicidad Nacional Bruta que el Producto Nacional Bruto.

Lo cierto es que tiene mucho que ver con el amor, la esperanza, la confianza (¡que son las virtudes teologales!), el sentirse querido, el tener  un proyecto que dé sentido a la vida y una visión positiva de las cosas y un cierto equilibrio y armonía entre la cabeza y el corazón. Por eso, se suele preguntar si los creyentes tienen más posibilidades de ser felices. No salen mal parados en las encuestas. Contamos con la experiencia contrastada por muchos de que Dios nos ama, él que es la fuente del misterio del amor, tiene sentido la vida (la nada asustó a los más  acendramos marxistas y agnósticos que como Horkheimer se lamentaba de que o hay victoria sobre la muerte o no hay justicia para todos), nos espera un segundo capítulo que solo vislumbramos y tenemos confianza en Jesús, como maestro, que pasó por este mundo haciendo el bien.

El próximo domingo, Jesús en el evangelio nos sorprende señalándonos un camino para lograr la felicidad. Lo asegura con éxito. Es el que él ha vivido. Son las bienaventuranzas, el no poner el corazón y la ansiedad en el poder y las riquezas, el estar al lado de los pobres y los que sufren, el ser compasivos, compresivos y tener grandeza  para perdonar, el secundar valores limpios y nobles y el no arrugarse o acobardarse ante las dificultades y denostadores.

Por  este camino quiere llevar el papa Francisco a la Iglesia de este tiempo. Algunos de los de dentro no se lo ponen fácil.  Aunque minoritarios, decepcionan por lo que representan. Añoran estilos más doctrinarios y rigoristas. Prefieren  una iglesia acorazada que misionera, “en salida” a una cultura nueva. ¿Quieren volver a suscitar las controversias del Concilio? Se ha pagado un precio alto por guardar el paño en el arca.

Javier Gómez Cuesta