La palabra en el tiempo 74

La ambición es innata al ser humano. La mayoría de las personas tenemos el
deseo de llegar a poseer riqueza, fama y poder. Como seres humanos nos
planteamos alcanzar metas ambiciosas y ponemos todo nuestro empeño y afán
por alcanzarlas.
Pero la ambición también puede degenerar en acciones negativas cuando las
personas se dejan arrastrar por el abuso y, saltándose todos los principios
éticos y morales, quieren dominar y subyugara los demás haciéndoles daño,
recortando sus libertad y atentado contra su dignidad.
Cuando esto se da en la familia se llama machismo, por mucho tiempo
maltratando a las mujeres. En lo social se llama caciquismo, esclavizando a los
ciudadanos. Y en lo político de llama totalitarismo recortando o anulando
libertades, imponiendo gravosos impuestos, despertando el culto o adulación a
los gobernantes, engañándolos con falsas promesas que nunca se cumplen.
Hoy, se combate el machismo, se lucha por superar el caciquismo, pero
reaparece de nuevo el totalitarismo en formas variadas de populismo.
También en la iglesia puede darse este abuso de ambición de poder. El papa
Francisco lo denuncia repetidas veces llamándolo clericalismo, que es una forma
de dominar los clérigos interpretando el ministerio recibido en la ordenación
como un poder y no común servicio. Se manifiesta en una Iglesia en la que se
distinguen mucho dirigentes y subordinados, entre los que enseñan y los que
deben aprender. Esto puede llevar a una iglesia elitista que cree que tiene
respuestas para todo y no necesita escuchar. Así, se aleja de la realidad y del
mundo que tiene que evangelizar. Para corregir esta actitud ha convocado el
nuevo Sínodo: “Por una iglesia sinodal”. Es hora de que nos escuchemos unos a
otros.
Este domingo, en el evangelio de San Marcos, aparece también el pecado
de ambición de poder en el grupo importante de los Doce. Santiago y Juan, los
hijos del trueno, quieren poder sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda
en el Reino del Señor. Jesús les hecha un jarro de agua fría. Conmigo, el primero
tiene que ser el último. Aquí “reinar es servir”. Lo entendió muy bien San
Ignacio de Loyola que tiene como lema: “En todo amar y servir”.