Ayer me desayuné con la noticia en el periódico de que la alcaldesa de
Gijón anuncia que en breve aplicará en la ciudad “un reglamente de
laicidad”. Me entraron temores. Hay una izquierda que siempre que habla
de laicidad, por la forma de explicarse, se parece mucho más al laicismo.
Sin duda, es lo que “en breve”, esa es su promesa, más necesita la ciudad.
La desgracia actual de algunos políticos es que están más dedicados a las
proclamaciones ideológicas, que a resolver los problemas graves de los
ciudadanos. Basta con salir a la calle.

Por si vale para algo, recuerdo lo que dijo el presidente francés, de la
Francia laica, sobre la laicidad: “Considero que una nación que ignora la
herencia ética, espiritual, religiosa de su historia comete un crimen contra
su cultura, contra esa mezcla de historia y arte y de tradiciones populares
que impregna profundamente nuestra manera de vivir” Y añade: “la moral
laica corre el riesgo de agotarse o de transformarse en fanatismo”
Hemos comenzado la Cuaresma: Me atrevo a asegurar, que no ha sido
pequeño el número de fieles que han acudido este miércoles a recibir la
imposición de la ceniza. Desde luego, más que en los carnavales, pero sin
tocar el tambor. En silencio y con humildad. Son ciudadanos que viven con
impregnación y valores religiosos. No son extraterrestres.
La palabra “cuarentena” que oímos varias veces al día en esta pandemia,
indica aislamiento, recogimiento, cuidado de la salud. Es heredera del
vocablo cristiano “Cuaresma” que nos señala un tiempo, todos los años,
para cuidar nuestra vida interior, los valores en que nos fundamentamos y
el sentido que damos a nuestra vida. Es decir a cuidar el espíritu, el alma.
Por eso, el próximo domingo, Jesús nos dirá: “Convertíos y creed en el
evangelio”. Es como la vacuna evangélica para todo el año.