Llevamos un año en el que la enfermedad es la mayor preocupación de las personas del mundo entero. Es la primera vez que una epidemia afecta a todas las naciones; y todos los habitantes del planeta, en el mismo momento de la historia, se dan cuenta de su vulnerabilidad. Con el número de afectados, contagiados y fallecidos se abren diariamente todos los informativos y es el tema principal, casi obsesivo, de nuestras conversaciones y  temores. El verse enfermo es una de las experiencias más duras y estremecedoras, que nos hacen palpar nuestra fragilidad y nos obligan a vivir dependientes de los demás. Tenemos que añadir que la enfermedad afecta también a todo el entorno familiar, de amistad y vecindad.

Desde Hipócrates y Galeno, la medicina ha ido avanzando y consiguiendo grandes remedios para curar las enfermedades, pero van surgiendo otras nuevas o aparecen las antiguas con modalidades distintas, como esta del Covid19 contra la que está entregada a un intenso trabajo de investigación encomiable que, sin duda, logrará su éxito. 

Se ha escrito y con acierto, porque también es una experiencia comprobada, que el cristianismo es una religión terapéutica. Son muchos los enfermos que han encontrado en la fe en Jesucristo fortaleza, valor y energía positiva para hacer frente a esta situación  y no caer en la depresión, sensación de abandono y soledad o desesperación por el sufrimiento, sobre todo interior y espiritual, porque para el corporal existen eficaces paliativos.

Ninguna ocupación y dedicación ha sido tan llamativa y diaria para Jesús como la atención y curación de los enfermos. En el evangelio del próximo domingo, le vemos curando a la suegra de Pedro. En cuanto le dieron noticia de su enfermedad, acudió inmediatamente a su lado, la cogió de la mano y la puso en pie. Mostró así, infinitud de veces,  su fuerza sanadora. Y que la enfermedad nos abre a otra dimensión de la vida. La medicina de Jesús es: “Tu fe te ha salvado”.