Comenzamos un año nuevo de este este siglo XXI. Apenas se está cumpliendo alguna de las venturosas predicciones y augurios que se señalaban y esperaban en esta nueva aventura secular.  Van veinte años ya y seguimos sumidos en la incertidumbre y en la preocupación. Lo equivocado es pensar que se debe principalmente al azar y al mal fario y que la actividad y modo de vivir de las personas no tiene nada que ver. Que todo se debe al clima y a los virus como si hasta el presente no hubiera habido problemas climáticos y de pandemias. Olvidamos la historia. Vivimos demasiado en el ahora y presente.

Una de las dificultades para progresar por una civilización más humana es el individualismo tan acusado en el que hemos caído. Tanto, que hasta las relaciones afectivas y las fidelidades más sagradas se han vuelto quebradizas. Esclavo de su ego, el hombre postmoderno tiene miedo a darse al otro y prefiere vivir desatado, rehusando vínculos y compromisos estables. Su acusada independencia y egoísmo o egolatrismo, le impiden sacrificarse por ningún tipo de amor humano o divino. Esta situación me recuerda aquel programa de T.V de los años noventa, que tuvo tanta audiencia: “Lo que necesitas es amor”.  Seguimos igual

Con la fiesta del Bautismo de Jesús el próximo domingo, finaliza el tiempo de Navidad. El evento que nos narra San Marcos es tan importante que hace resonar la misma voz de Dios indicando, que Jesús,  que inicia su vida pública es “su Hijo amado, el predilecto”. No es el poder, sino el amor el que salva. Es la lección que no acabamos de aprender. La situación de la pandemia es lo que más reclama. Lo dice bien el papa Francisco “Fratelli tutti”