La pandemia del covid19, además de poner en peligro la salud y la vida de toda la humanidad, está provocando una terrible y temible crisis económica y social. Afecta a todos los sectores económicos. Hasta el futbol, que mueve tantos millones y que es un deporte que se juega al aire libre, al no poder asistir a los campos,  tiene que someter a  jugadores y empleados a cuantiosos porcentajes de rebaja salarial. Pero lo aceptan sumisos por salvar al club que les da de comer y algo más.

No hacen los mismo políticos y gobernantes, que tienen asegurado su sueldo y no corre peligro por grave que sea la situación que atravesamos. Uno esperaría un gesto ejemplar de solidaridad y sensibilidad al ver el aumento del paro, los “ertes” de empresas, y las persianas abajo de tanto pequeño comercio y hostelería. Al fin y al cabo, ellos son en cierta manera los responsables de la  mejor o peor gestión -más bien peor- de esta coyuntura adversa. Las colas de hambre están en la calle.

Son las personas sencillas, las familias normales, las feligresías de las parroquias, las que siempre se recortan generosamente sus escasos ahorros y ajustados haberes, para compartir y colaborar con  las organizaciones benéficas y humanitarias como Caritas,  Mensajeros de la paz, Banco de alimentos y otras, porque el corazón para hacer el bien siempre es imaginativo y sorprendente. El próximo domingo, el último del año litúrgico, ya que comienza el “adviento Navideño, el evangelio nos recuerda el baremo con el que será evaluada nuestra vida. Basta tener un poco de corazón, de compasión y justicia. ”Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed…” Lo sabemos de memoria. Así nos juzgará Dios. Y no lo dudes,  también la historia.