En pleno ajetreo de la Navidad, nos informa el Instituto Nacional de Estadística de que la tasa de la natalidad sigue descendiendo. Asturias, no solo es la que tiene el índice más bajo de España, sino de Europa. Produce escalofrío. Un mundo sin niños se muere, una región sin niños no tiene futuro. El niño es el signo de la vida. Nuestra Asturias sufre este grave problema desde hace más de treintaicinco años. Hay causas económicas que son parte de la explicación. Este período es paralelo a la crisis de la industria asturiana que no acaba de despegar a una nueva fase y modelo
que genere trabajo. Para formar una familia hay que tener un trabajo digno.
Pero no podemos dejar fuera de la explicación otra causa ideológica muy defendida por sectores autodenominados progresistas. Basta con evaluar el énfasis que se ha puesto en la defensa del aborto y la propagación furibunda de mantras y eslóganes egoístas y compararla con la débil y floja reivindicación de una legislación que proteja la familia y ayude y fomente la natalidad. En los datos preocupantes del informe están las consecuencias. Ahora se oye el grito de la España vacía.
Llegamos al último domingo del tiempo de Adviento. San Mateo nos cuenta en su evangelio cómo fue el nacimiento de Jesús. Dios se hace niño. Ese nacimiento en Belén, en una familia pobre pero llena de cariño y ternura, cambió el sesgo la historia. Ese Niño en el pesebre llena de esperanza a los personas de buena voluntad. Cuéntate entre ellas. Somos dos mil quinientos millones de cristianos en el mundo que el martes en la misa de “gallo” cantaremos: Noche de Dios, Noche de paz.
¡Feliz, cristiana Navidad!