En el balance de esta atapa de afectación por la pandemia, una de los hechos muy positivos es el número de personas que, movidas por el corazón, se han decidido a salir de sí mismas y hacer algo por los demás. Dejando aparte a todos los que por su profesión se vieron implicados en primera y peligrosa línea que han dado un ejemplo no solo de profesionalidad sino de humanidad, dándose hasta poner en riesgo su vida, ha habido muchas personas, grupos, comunidades, que han aportado su granito de arena, estrujando su ingenio, desde que los que han improvisado un taller de mascarillas, o formas de entregar y hacer llegar los alimentos a los necesitados, hasta lo que se han dedicado a llamar por teléfono y para dar aliento y ánimos a las familias alcanzadas por la temible enfermedad.
Las mismas Caritas parroquiales han recibido más ayudas que nunca, en especie y en dinero, y los voluntarios, en su mayoría, personas mayores y en edad de riesgo, han estado también al pie del cañón para atender a todos los necesitados. ¿No sería este el momento de hacer un llamamiento a los jóvenes para este voluntariado, ahora en que se evidencia palpablemente la eficacia de esta organización eclesial?
El voluntariado es una escuela de humanidad. El voluntario no solo da cosas, se da a sí mismo. Y experimenta lo que dice el Señor: que hay más alegría en dar que en recibir.
En el evangelio del próximo domingo nos anima a ello al decirnos que “El que dé, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, solo porque es mi discípulo, no perderá su paga”. Anima a tus hijos.