HOMILIA
Ciegos en busca de la Luz
Estamos atrapados por el misterio del mal que se nos ha presentado en forma de virus desconocido, extendiendo una nube negra de miedo y de pánico por el mundo entero. Nos resulta algo increíble en este siglo XXI de tantos adelantos. La conquista del estado de bienestar tan proclamado por autoridades y poderosos se ha resquebrajado. Y afecta a todos, aunque es verdad que a unos más y a otros menos, porque los bienes de este mundo siguen siendo difíciles de distribuir con equidad y justicia. Pero el mal mete miedo a todos.
Este misterio del mal que despreciamos, que minusvaloramos, que creemos que es cosa de hechiceros, de religiones, de ignorantes y atrasados, que es un coco para meter miedo… Hasta que nos topamos con él y nos asustamos. Ese mal va creciendo porque nos encuentra desarmados, distraídos y nos sentimos impotentes. La vida, nuestro futuro de vida, entra en un túnel, se vuelvo oscuro, ¿será verdad eso que oímos que dice en la Biblia del “poder de las tinieblas”? No vemos; y tropezamos con la incertidumbre que nos derriba, nos tiemblan las piernas. Luchan a momentos en nuestro interior el pesimismo y la esperanza, la fragilidad y la fortaleza. Pero nos sentimos solos, necesitamos de los demás. Unidos tenemos más fuerza, más ánimo, ahora nos parecen injustificables las diferencias. Formamos una misma humanidad, o todos a una o no hay modo de vencer al mal, aunque aparezca en forma de bichitos, de virus. Pero ellos vienen unidos en forma de pandemia.
Esta anómala y dramática situación puede hacer nos reflexionar y darnos cuenta de muchas cosas. La primera, una verdad fundamental de las que nos reveló Jesús: Que al mal se le vence con el bien. Es el momento de poner en práctica a tope el “amaos unos a otros” y ver que es posible también la segunda parte, la que nos dice Jesús: “como yo os he amado”, es decir, sin poner precio, sin contrapartida, porque somos hermanos, porque podemos ser caritativos, solidarios, Y lo somos, ¡vaya que si lo somos!. Emocionan los gestos innumerables de generosidad, de altruismo, de imaginación para buscar remedios y soluciones, para arrimar el hombro… Somos creación de un Dios que es amor, y estamos amasados con amor aunque seamos de tierra y frágiles…
Nos damos cuenta ahora del poder del mal físico, del mal de la enfermedad, del mal del cuerpo, pero tiene que llevarnos a ver el mal del alma, de otra epidemia o pandemia que podemos sufrir, la de los malos sentimientos, de los odios, del egoísmo, de la exclusión, del individualismo e insolidaridad y hasta de la superficialidad, porque por ser superficiales (“eso es cosa de chinos y nos reíamos”) y despreciar el mal y nos creernos cientistas y progresistas y “arreligiosos”, está pasando lo que está pasando. Si, en la misma naturaleza que no obra al azar, sino que tiene leyes precisas, muchas desconocidas todavía y con la ciencia fruto de la inteligencia, el hombre podrá encontrar el remedio y la forma de vencer al mal. Porque la naturaleza es la casa del hombre que dios le dio, para cuidarla, no para explotarla y maltratarla. Ella es el hábitat donde Dios nos puso para que hagamos maravillas, no para jugar a ser dioses como en el paraíso. Y la inteligencia es una facultad solo humana para que el hombre puede obrar con pericia y libertad. ¿Qué es el hombre?, es la gran pregunta que tenemos que hacernos ahora. ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestro futuro y destino? Ahora, refugiados en casa, viviendo días difíciles, tenemos que plantearnos estas preguntas. Si no hay respuesta desde la trascendencia, todo es demasiado efímero y engañoso. Lo que llevamos dentro, el amor, le alegría, la esperanza, el sentido de la vida ¡que lo tiene!…piden más. En el silencio impuesto, tenemos que escuchar la voz de nuestro interior, la voz espiritual, la voz de Dios. Consuela y serena tener la convicción de ser hijo de Dios, del Dios de la vida que nos comunicó en su Hijo Jesús algo nuevo no soñado: la resurrección, no la inmortalidad, sino la resurrección. Otras respuestas son meras hipótesis.
Estamos ahora sumidos en la oscuridad, como el ciego de nacimiento del evangelio de este 4º domingo de Cuaresma. Jesús nos trabaja los ojos del alma, como al ciego, pero quiere hacernos ver con los signos de los tiempos una nueva forma de vida. Nos invita a hacer el mismo recorrido y lavarnos en la piscina de Siloé para empezar, después de esta crisis, a vernos y ver la vida como un don de Dios con ojos nuevos. Que la Santina de Covadonga experta en ganar batallas nos ayude a vencer esta que nos aflige y nos tortura. Amén