Vivimos en una sociedad muy plural. Incluso en lo religioso. En la vida diaria nos encontramos con creyentes piadosos y con creyentes críticos con la Iglesia actual. Tropezamos con personas agnósticas o indiferentes y con afiliados rigurosos a los nuevos movimientos que han brotado en el cuerpo eclesial. Con gente que cree solamente en “algo” y con personas que desean creer y no encuentran la luz que necesitan.
Vivimos todos juntos y mezclados, pero en realidad sabemos muy poco de lo que el otro piensa acerca de Dios y la imagen o la experiencia que tiene de él. A veces, hasta las mismas parejas no saben ni conocen, el uno del otro, ese mundo religioso interior. Es un tema que no tocan en sus conversaciones. Se respetan.
No es fácil saber cómo Dios trabaja el corazón y la conciencia de cada uno. El próximo domingo, entre las parábolas del Evangelio, está la del “trigo y la cizaña”. Conviene no precipitarnos en juicios y acusaciones. Decía San Agustín que “Solo Dios conoce a los suyos”. Sólo él sabe quién vive con el corazón abierto al Misterio. El amor y la solidaridad es fácil que nos conduzcan a su encuentro.