Tenemos la sensación de que se está trivializando no solo el cumplimiento de las leyes sino su misma elaboración en los parlamentos. Vivimos una cierta anomía. Hay una exaltación de la libertad individual: Yo hago con mi vida lo que quiero, lo que me gusta. La conducta y el criterio ético y moral, no solo se ha desconectado de Dios como creador del hombre, sino de toda racionalidad. Las leyes las dicta el parlamento según la ideología de los partidos mayoritarios. Va quedando lejos la sentencia de Montesquieu de que “Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”
Eso hace que sea muy difícil encontrar principios éticos y morales compartidos. Ni siquiera consensos en mínimos. Lo vemos ahora con ley de la eutanasia. Discrepan las izquierdas para quienes debe facilitarse la eutanasia en ciertas condiciones, naturalmente discutidas hasta por los médicos, y las derechas que proponen que es más urgente y humano el lograr una buena ley de cuidados paliativos. Excepto en casos singulares, como el gallego Sampedro, las personas no quieren morir, lo que quieren es no sufrir y estar atendidas con humanidad y cariño. En el evangelio del próximo domingo, Jesús toca esta cuestión de las leyes aludiendo a tres mandamientos que afectan a cuestiones muy actuales: la eutanasia, el divorcio y la falsedad en el hablar. Una cosa es lo que dicen y otra lo que él nos propone. Mira a ver si te convence.