Es evidente que estamos conviviendo en una sociedad muy permisiva. La
comparación con la educación que se recibía hace treinta años con la que está
vigente ahora es muy diferente. La de antes de apoyaba sobre todo en la
exigencia y en la disciplina, la de ahora en la libertad y en la conveniencia
personal. Tiene repercusiones en la formación de la personalidad y en la
relación familiar de los padres con los hijos. Valores como el esfuerzo, el
trabajo, el sacrificio, la fuerza de voluntad… , apenas se inculcan y están
olvidados, aunque los que los practican son los que triunfan y salen adelante. Y
en la familia cada vez es más tensa, sobre todo en la adolescencia, la relación
familiar y son frecuentes los enfrentamientos de los hijos con los padres,
esgrimiendo su autonomía y reforzados por aventuradas teorías sicológicas.
Lo padecemos en la vida social y política con los nuevas leyes tildadas de
progresistas, que quiebran toda ética y moral y que propugnan los populismos
e ideologías libertarias. Algunas van hasta contra el sentido común y tienen
como eslogan aquel “prohibido prohibir” del mayo francés del 68.
Se va extendiendo el engaño de que el mal no existe, que es una creación de las
religiones. Lo que no se puede negar es su existencia, como lo demuestran las
guerras, la violencia, los abusos, la corrupción, el maltrato, la mentira rampante,
las injusticias que claman… Y lo que nos cuesta más aceptar es que lo
padecemos, a veces misteriosamente, en el fondo de nuestro corazón, que nos
inclina a aquello de San Pablo de que: “hago lo que no quiero y no quiero lo que
hago”. Mucho mal sale de los corazones de los soberbios, vanidosos, envidioso,
egoístas, violentos, empoderados…
El próximo domingo volvemos a encontrarnos con la figura de Juan el Bautista
en la escena del bautismo de Jesús en el Jordán. Nos quiere decir quién es Jesús
y por qué viene a compartir nuestra vida. Es el Hijo de Dios, que viene a quitar
el pecado del mundo. Viene a enseñarnos y ayudar a luchar contra ese mal que
puede brotar del corazón y que provoca graves males sociales. Mucho mal
puede quitarse simplemente amando, teniendo un corazón sano. A eso, tan
importante, viene y nos ayuda Jesús, el Señor. No lo olvidemos.

Por Diego