
Con frecuencia aparecen falsos anuncios de ciencia ficción de que está
próximo o inminente el fin del mundo. Se teme como presagio cuando
finaliza un siglo, o se alinean los astros, o un asteroide que se acerca
peligros a la tierra. Abundan también pseudoprofetas y videntes
convencidos de haber tenido revelaciones especiales que se sienten
impulsados a comunicarlas en tono alarmista al mundo entero.
Naturalmente que este planeta azul y con ello la vida humana en él tendrá
un final. Los científicos investigan sobre la probabilidad de este evento y
pronostican cifras astronómicas que apenas caben en nuestra
imaginación: 10 mil, 11 millones de años. En fin, que según el ritmo de la
naturaleza y las leyes que la rigen, no es para ahora.
Más preocupante es el deterioro y la abusiva explotación a la que
nosotros sometemos esta casa común que Dios nos ha dado para cultivar
y cuidar. A pesar de las alarmas de los científicos por su continuo
calentamiento, los mandatarios políticos, ahora reunidos en Egipto en la
COP27, no logran cumplir sus acuerdos. Más temor nos infunden las
amenazas del posible empleo de las armas nucleares en las guerras por
políticos locos de poder, como estamos viendo en el conflicto de la
invasión de Ucrania.
El próximo domingo, San Lucas, con lenguaje apocalíptico, alude a esta
situación. Pero Jesús, contra lo que parece, no predice ni habla del fin del
mundo. Sino que nos alerta sobre la finalidad de la historia y de cómo
nosotros tenemos que saber luchar y detener las fuerzas destructivas: “Se
alzará pueblo contra pueblo… habrá epidemias y hambre…”, relata el
texto evangélico; y cómo comprometernos, contando con su ayuda, “yo
os daré sabiduría”, nos dice, para lograr un mundo más humano, más
justo a pesar de las calamidades y adversidades que podamos encontrar.
Atravesamos tiempos difíciles, pero no es el momento del lamento y
resignación, es el tiempo del testimonio y la confianza sabiéndonos en las
manos de Dios, Padre y Creador.