
“Tempus fugit”, escribió el gran poeta Virgilio. Sí, el tiempo vuela, esa es la
impresión que nos llena de nostalgia al finalizar el año. El que despedimos,
este 2022, nos deja marcados por dos impresiones. La primera, la de las
secuelas del mutante covd19, difícil de extirpar y con temores de que
vuelva a reaparecer, aunque con la experiencia positiva de que la
fragilidad que sufrimos solamente puede ser atajada por una fraternidad o
al menos una generosa solidaridad de las personas y países, todos, que
habitamos y conformamos este planeta azul. La otra es la de que, todavía
es posible la guerra, más asoladora y dramática que nunca, como la
invasión de un país libre, Ucrania, por una potencia comandada por un
déspota ambicioso, a pesar de estar convencidos de que la “guerra nunca
más” y de los organismos, como la ONU, tutores de la paz. Nos queda la
esperanza de que en Europa y en el mundo libre se recuperen el espíritu y
los valores y derechos humanos, de raíz cristiana, que la configuraron,
después de la 2º guerra mundial. Nos faltan líderes que, por encima de
personalismos e ideologías gastadas o perversas, sepan ser dar confianza
y guiar para encontrar nuevos caminos que busquen, lo que acuñó Juan
XXIII, en la “Pacem in terris” como “bien común”
La paz sigue siendo un bien fundamental todavía poco cuidado, protegido
y defendido. El nuevo 2023, comienza lleno de incertidumbres y de
miedos, por las carencias energéticas, desigualdades económicas,
autocracias y populismos y hasta temores de una 3ª guerra mundial.
Por esto, el santo Pablo VI instituyó el 1º de enero la Jornada de la Paz, y
la festividad de santa María Madre Dios, para entrar en el nuevo año de la
mano de La Virgen María y así recibir el bíblica bendición: “El Señor te
bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El
Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.