¡Qué intensa emoción sintió aquel hombre cuando estando en oración Dios le pidió que llevase a cabo aquella gran Obra¡ El mismo Dios le había asegurado que no desesperase que él le proveería de lo necesario.

Empezó la obra poniendo todas sus fuerzas todo su corazón y toda su alma y poco a poco se empezaba a vislumbrar lo grande que sería aquello, empezaron a llegar donativos y también personas dispuestas a ayudar, pero él los rechazaba a todos, no eran tan buenos como él. No era él, acaso, el elegido para llevar a cabo aquella gran Obra.

Poco a poco el trabajo se fue haciendo más rutinario, más cansado, más pesado y más molesto; hasta un punto en el que ya se le hacía insoportable. Los donativos también dejaron de llegar. Como iba pues a ser capaz de llevar a cabo su gran Obra. Dios le había abandonado.

Tampoco nadie venía para apoyarle. A punto estaba de tirar la toalla cuando pasó por allí un anciano. El anciano se quedó contemplando aquella obra y exclamó:

-Bonita obra, como me gustaría que se acabase.

En estos momentos el hombre le dijo al anciano:

-No puedo más, Dios me ha abandonado. Él me prometió que nada me faltaría y, ya ves, no tengo ayudantes no tengo dinero y no tengo fuerzas. Dios me ha abandonado.

El anciano le dijo:

-Alguna vez te dijo Dios que la obra la tenías que hacer tu solo?

-No -le contesto el hombre,- los ayudantes que surgieron no estaban a la altura.

-Ah ¿no?… y no sería que no quisiste escucharles, o no quisiste guiarles. Dios no nos pide nada imposible, nunca, lo que pasa es que a veces no queremos llevar a cabo lo que Él nos pide para su honor y gloria, sino que lo queremos llevar a cabo para el nuestro y así las cosas no funcionan.

En ese momento el hombre se dio cuenta de su error, le pidió perdón a Dios de todo corazón y también pidió perdón a los que habían tratado de ayudarle. Éstos volvieron y le ayudaron.

Y sabéis la obra fue mas majestuosa y grandiosa por que tenia también el aporte de mas personas, y por que no solo acercaría a Dios a los hombres en el futuro sino en todo el tiempo en el que se llevo acabo.

En cuanto al hombre aprendió que uno solo no puede hacer mucho y al anciano se le vio varias veces más por ahí, cada vez que alguien decía “eso sólo lo puedo hacer yo” o las tareas se volvían rutinarias. En ese momento él les sonreía e, inmediatamente, alguien se arrepentía y volvía a trabajar con los demás y para los demás, que es tal y como Dios quiere que hagamos las cosas.