En casa de mi padre hay muchas moradas

Mi catequista nos ha hablado de la Virgen y de los santos. Todos hemos comentado los que conocemos.

San Pedro que es el patrón de Gijón. Nuestra señora de Covadonga que es la Patrona de Asturias y que es la virgen María, nuestra catequista nos dijo que todas las advocaciones de la virgen son María pero que, como la queremos tanto, le damos nombre y vestido diferentes.

Empezamos, después, a decir otros nombre de santos, San Antonio, Santa Rita, Santa Barbara, San Juan, Santa Clara , San Francisco, el padre Pio…

Hay muchísimos y nuestra catequista nos dijo que todos los santos, a partir de un punto en sus vidas, hicieron siempre la voluntad de Dios y que todos nosotros teníamos que tratar de ser santos; yo lo veo muy difícil la verdad…

Al salir, la abuela nos dijo que hoy nuestro peregrinar nos iba a llevar  al Cenáculo.

Para nosotros el cenáculo está en la capilla “Panis Vitae” de nuestra iglesia y allí fuimos, tras hacer el saludo al Señor nos sentamos y la abuela nos dijo:

-Mirad peregrinos Jesús ya les ha lavado los pies a sus discípulos y le ha hablado a Pedro de que le va a negar. Les dice:

«No os inquietéis. Creed en Dios y creed también en mí.

En la Casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo habría dicho. Yo voy a prepararos un lugar.

Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevaros conmigo, a fin de que donde yo esté, estéis también vosotros.

 Ya conocéis el camino del lugar adonde voy».

Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?».

Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí».

-Por eso, niños, si seguimos a Jesús, si hacemos lo que él nos pide, seremos felices ahora y también nos preparará un sitio en el reino de los Cielos. ¿Y cual fue el mandamiento nuevo que nos dejó Jesús?

-Amaos los unos a los otros como yo os he amado- Dijimos todos a la vez.

Al salir le dije a la abuela:

-Vale abuela, hacer la voluntad de Dios es querer a los demás como Jesús nos quiere, pero nosotros no somos capaces de hacer los milagros que el hacía, es muy difícil saber qué es lo que tenemos que hacer.

-No tan difícil -dijo la abuela-, creo que vamos a ir a ver a unos amigos.

Sacó su teléfono, hizo una llamada y luego nos dijo:

-Venid que vamos a conocer a un matrimonio amigo mio.

Llegamos a casa de unos señores de la edad de mi abuela, más o menos. Estos señores estaban muy felices y en su casa olía muy bien: en la cocina la señora tenía una olla muy grande, eran albóndigas. Con mucho cuidado fueron rellenando 15 tuppers con las albóndigas y en 15 bolsitas ponían las albóndigas, un bollo de pan, un botellin con agua y una naranja 

La señora nos dijo:

-Así que queréis saber como se descubre lo que quiere Dios de nosotros, ¿eh? Bueno pues en mi caso fue gracias a mi marido que ahí lo tenéis.

El sonrió y se sonrojo un poco pero luego nos dijo:

-Veréis me acababa de jubilar y, como me aburría, no sabía muy bien que hacer. Entonces salimos a pasear mi señora y yo. Al atardecer vi que en muchos sitios: cajeros, bancos de parque y demás había gente que no tenía donde ir. Al principio trataba de convencerles para que fueran al albergue Covadonga, pero me di cuenta que no querían. Luego, al llegar a casa, vi que nosotros sí teníamos que cenar y ellos no. Al principio empezamos llevándole un poco de comida y conversación a uno a dos y bueno ahora ya vamos por 15. Nosotros damos nuestro paseo y les llevamos la comida y charlamos con ellos y vemos su cara de felicidad, como dijo Jesús: aquello que hagáis por esos mis hermanos más pequeños por mi lo hacéis.

Nos ofrecimos para ayudar con las bolsas y dimos el paseo con ellos. Se les veía tan felices cuando entregaban la comida y hablaban con los pobres.

-Como veis -dijo la abuela-, se trata de hacer felices a los demás. Empezad hoy por casa: sonriendo, haciendo vuestra tarea, ayudando a los papás.

Al despedirme de la abuela, le dije:

-Gracias abuela por crear los peregrinos, eso también es la voluntad de Dios seguro, porque cuando estás con nosotros, veo la misma sonrisa de ese matrimonio y la sonrisa de mi catequista, seguro que es la sonrisa de Dios.

Mi abuela me dio un gran abrazo. Luego hice los deberes, puse la mesa y casi me escaqueo a la hora de secar los platos, pero me acordé y ayudé. Cuando lo hice, mis papás estaban muy felices.