Nada te turbe, nada te espante(2)
VIVIR CON ESPERANZA
Comienza diciembre. Los escaparates se exhiben atrayentes y provocativos. Somos frágiles consumidores. Luces de colores cuelgan en las calles, algunas tan abstractas, geométricas y jeroglíficas que no se sabe lo que anuncian. Necesitan intérprete que nos explique si eso es el solsticio engañándonos a ser druidas o festejar saturnales. Un icono luminoso de la familia de Belén abogaría al menos por el valor de la familia y la necesidad de aumentar la natalidad ante la España vacía. Pero eso es religioso y no lo permite la ideología en curso. Europa, al menos desde siglo Vº, celebró la Navidad y San Francisco de Asís en el 1223 inició la representación en nacimientos y belenes. ¿Nuestros antepasados estaban equivocados?
A la espera de la Navidad comienza el Adviento. Es como un sendero a recorrer para llegar al portal. Ya sabes cuál y a quién vas a encontrar. ¡Adviento!, bonita y expresiva palabra: ad-venire, alguien viene hacia nosotros, a nuestro encuentro, el que esperamos y nos trae lo que esperamos, lo que puede llenar y entusiasmar el alma. Es tiempo de esperanza. La esperanza es el motor de la vida y de la historia. Te animo a cultivarla estos días. Nos hace bien, estamos llenos de miedos, temores y pesimismos. Predomina este ambiente sociopolítico que nos zarandea y nos enfrenta. La esperanza es apertura al futuro, a lo que está por venir, lo que deseamos obtener y disfrutar. Es una de las virtudes llamadas por el catecismo “teologales”, esas tres hermanas que no pueden vivir una sin las otras y que son fe, esperanza y caridad. Tienen una referencia Dios. Las tres, durante mucho tiempo, han sido nombre propio de mujer. Pero también son virtudes laicas. La persona humana, incluso agnóstica o atea, no puede vivir sin “creer, sin esperar, sin amar”. La diferencia es que éstas son de luces cortas, las teologales de luces largas aunque haya niebla.
El evangelio de este domingo nos incita a escrutar los “signos de los tiempos”, expresión feliz del Concilio Vaticano. Los grandes cambios que se prometían y se desean para este nuevo siglo XXI no se producen. Se anunciaba el siglo de la ética y sufrimos la mayor crisis de valores ante una preocupante apatía e indiferencia. H. Kung no pudo lograr culminar su proyecto de una ética mundial que él razonaba por el temor al fanatismo y el olvido de la verdad. Estamos asistiendo con ligereza y frivolidad al planteamiento de los problemas más serios de la vida y de la convivencia social.
Al mismo tiempo reclama de nosotros “vigilar y despertar del sueño”, el vivir de manera lúcida, el mantener una sensata resistencia para no caer en el gregarismo y no reflexionar. Tenemos que recuperar la dimensión social de la fe que la estamos olvidando o por lo menos silenciando. El evangelio es para la vida, la actual también. Tenemos que recuperar la esperanza de que es posible cambiar el rumbo de esta sociedad. Lo que se necesita son personas que tengan el coraje de poner en juego sensatez, sentido ético y moral, calor humano y solidaridad. Todo muy propio del Adviento.
Javier Gómez Cuesta