Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 — 19, 42 (pincha para leer)
Reflexión sobre el Viernes Santo y la Pasión del Señor
Hoy hace casi 2000 años que por mandato de la autoridad y la petición ignorante de un pueblo, unos soldados hincaron en la cima de en un monte llamado Calvario, una cruz en el que habían clavado un reo inocente, torturado, desangrado, pero inhiesto, dócil a las voces del verdugo, como quien sabe de antemano que aquella cruz estaba preparada para su último momento. Va morir con dignidad, va a hacer verdad que la vida no se la quitan, la da, la entrega. Aquella cruz para él deja de ser vil instrumento de castigo, para ser pódium de victoria. Aquel palo seco vuelve a ser árbol de la vida, con sabia nueva, dando aquel fruto que el coma de él vivirá para siempre, tendrá con él una nueva vida. La muerte de aquel condenado fue tan misteriosa, atípica y singular que fue uno de los soldados, como por inspiración divina, el que dio con la clave de aquel suceso, cuando mirándole, exclamo: “¡Verdaderamente este era Hijo de Dios!
Sí, en aquella cruz finalizaba su vida entre nosotros, la que comenzó en el seno de la Virgen María, el que nació en la pobreza de Belén, Jesús de Nazaret, el hijo de María y José, el Mesías anunciado por los profetas del A.T., el Hijo de Dios, el Maestro, el Señor, el Salvador.
En el zenit de la tarde de aquel viernes santo, con el trasfondo de la luz mortecina que se va apagando, se recorta la silueta de aquella cruz. El palo vertical une la tierra al cielo; el horizontal ofrece el abrazo del cielo a la tierra. Allí, en el Calvario, sucede el episodio más importante de la historia de la humanidad. Allí muere el Hombre-Dios, allí la muerte ha sido vencida y surge victoriosa, resucitada, la vida.
Jesús de Nazaret, divide el tiempo y la historia. Antes de Cristo y después de Cristo. Fue una señal, para quien lo quiera ver, de la intervención divina. No ha sido un hecho anodino. ¡Cuánta literatura se ha escrito, cuánto debate se ha entablado! Aquel que siendo Dios se hizo hombre y asumió nuestra naturaleza humana desvela el misterio del hombre, su origen y su destino, lo que es y lo que espera.
Hay una tendencia malsana, secularizante, de arrancar y quitar las cruces de edificios y espacios, de descrucificar y descristificar todo, como si lo cristiano fuera un maleficio o una superstición. Es intentar arrasar la vida pasada, la historia vivida, la cultura engendrada, que sembrada de evangelio, lleva el honor y la dignidad bien ganada de apellidarse cristiana. Hasta ahora además de signo de referencia de la fe, la cruz era signo y ejemplo de un hombre humilde, hijo de un artesano, que sin poder ni riqueza, pasó por el mundo haciendo el bien, con la misión de construir un Reino de verdad y de vida, de bondad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. ¿Por quién le quieren sustituir? ¿Hay alguien en la historia que le pueda suplantar? ¿Se puede desconocer el numerosísimo grupo de personas -diría que millones, los más, anónimos- que a lo largo de la historia movidos por su ejemplo han hecho grandes cosas por la humanidad?
¿La cantidad de crucificados enfermos, atribulados, que ahora hacen frente, hacemos frente, a esta situación, o han muerto en paz -solos como el Señor- con la promesa de la vida nueva, en quién encontramos consuelo y esperanza? La cruz no es signo de destrucción, sino de salvación. Allí volvió a surgir la vida.
Muchos conocen la famosa frase ni Nietzsche que “Dios ha muerto”. No habla de la no existencia de Dios, sino de que lo hemos matado nosotros. Pero se suele desconocer que él mismo después se preguntaba : “¿Dónde va ahora la tierra? ¿Nos persigue el vacío? ¿Tenemos que convertirnos en dioses?” No le habremos matado, pero estamos bastante lejos, le vamos abandonado, nos vamos exiliando de él. ¿No será esta la peor calamidad de este momento?
Hoy, en la liturgia de Viernes Santo no se celebra Misa, Eucaristía. La de este día, es una celebración antigua que la iglesia ha querido mantener. Tiene cuatro pasos: la lectura de la Pasión del Señor, la oración universal, la adoración de la cruz y la recepción de la sagrada comunión, que nos llena de amor y de fortaleza para ser discípulos y seguidores de Jesús.
La proclamación de la Pasión del Señor del Viernes Santo es siempre la del evangelista San Juan. La Pasión y Muerte del Señor nos la narran los cuatro evangelistas. Cada uno según su propia óptica y estilo. Como podréis ver, ésta de San Juan, más que un relato dolorido dando relieve al sufrimiento, es una contemplación serena, calmada, donde Jesús no está abatido, destruido, acabado, sino que domina la situación con seguridad, sin poder, sin violencia, pero con ánimo templado, valiente, sin venirse jamás abajo. Comienza en el Huerto de los Olivos, saliendo al paso de Judas y la soldadesca, dándoles cara: “¿A quién buscáis?”, les pregunta. “¡Soy yo!”, contesta con aplomo y firmeza.
Ante la pregunta de Pilatos de si era Rey, no se calla, no se acobarda, dice abiertamente que lo es, pero que su Reino no es como los de aquí, de poder, vanidad, oropeles, de riquezas y apariencia. Jesús por estos reinos no lucha, los abomina. Sabemos de qué Reino y valores se trata. El primero el de la verdad. “Qué es la verdad?, le requirió Pilatos. Hoy también, ante tanta mentira, habría que hacer esta pregunta. ¡Él es la verdad de la vida!
Ni por un momento asoma indicio alguno del triunfo de sus adversarios. Llegados al lugar del Calvario le crucifican. Levantan su cruz en medio de otras dos (san Juan no dice que son ladrones, porque vino a salvar a los pecadores). ¡Ha llegado la hora! Es la revelación suprema del amor de Dios. Ahora Dios nos demuestra hasta donde nos ama. Ahora sentimos que el amor de Dios es siempre, siempre, infinito. Ahora se hace verdad que “el nombre de Dios es Misericordia”. El amor de Dios es más fuerte que la muerte.
Inhiesto, sereno, con dignidad, como quien ha llegado triunfante a la meta, como Señor del tiempo y de la historia, pronuncia tres frases, que componen parte de las llamadas “siete palabras de Cristo en la Cruz”. Tres son de este evangelio de san Juan.
Viendo a su Madre llorosa, dolorosa, pero entera, mujer fuerte, y al joven discípulo, el único que aguantó la tragedia: “Mujer; ahí tiene a tu hijo”, “Hijo ahí tiene a tu madre”. Su madre, lo único que le quedaba nos la da también en la cruz . María comienza al pie de la cruz una nueva maternidad. La que hemos experimentado todas las generaciones cuando le suplicamos: ”Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”
La segunda palabra es fruto del agotamiento, de la deshidratación: “Tengo sed” Sí tiene sed, está desangrado y el organismo se lo pide. Pero siente otra sed, la de nuestro amor, la de nuestra confianza, la de nuestra fidelidad, la de una iglesia más suya, la de un mundo más fraterno, más justo. Este mundo da síntomas de agotamiento. Ojalá, que no osemos saciarle la sed con vinagre.
Su última palabra, es escueta, lacónica, serena: “Todo está cumplido”. Pone sello de oro a su misión. Ha dado testimonio de la verdad y de la bondad de Dios. Ha hecho de su vida y de la cruz una fuente de amor y de perdón. Bebiendo en esta fuente podemos construir su Reino. Comienza ahora ahora nuestra tarea y nuestra misión.
Esta ha sido la gran intervención de Dios para la salvación del mundo.
Tengamos un gesto de amor y de agradecimiento para él, esta tarde de Viernes Santo, desde la cruz de nuestra situación. Que nos dé su fortaleza de desear y ser capaces de resucitar con él a una vida más de su Reino. Amén
ORACIÓN
Señor, Jesús:
Esta tarde de Viernes Santo te buscamos a Ti.
Con tantos quehaceres y preocupaciones,
nos olvidamos de Ti.
Pero hoy hemos vuelto a revivir
el drama de tu pasión.
Es lectura y reflexión obligada para un cristiano.
Necesitamos verte, escucharte,
adorarte, besar con humildad tus pies.
Sabemos que íbamos a encontrarte en la Cruz.
Llegaste ahí por la grandeza de tu amor,
con dignidad, sin perder la compostura.
Estás ahí porque no has querido
violentar la libertad del hombre.
No has querido defenderte con armas y violencia,
has querido luchar sólo con el corazón.
Ahora comprendemos que tu Reino
es un reino de amor, de justicia, de paz.
Esa Cruz a la que estás cosido
es una hoguera de amor,
una denuncia de la injusticia, y un clamor de paz.
Pilato, al sacarte al balcón escarnecido y torturado, dijo
“Este es el hombre”.
Nunca se dijo una verdad tan grande.
Ni por un momento tuviste la tentación
de abandonar tu misión, renunciar a tus convicciones,
o perder la confianza en el Padre.
Señor, en esa cruz lo vemos:
El amor genera vida. Señor, nos abrumas.
Nos entregas hasta tu Madre.
Toda madre es generadora de vida.
Que mirando tu Cruz, esperemos la nueva vida.
Amén