Evangelio según san Juan 14, 1-12
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa
de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a
prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré
conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya
sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me
conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo
habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto
a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo
estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta
propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo
estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que
yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre».
Palabra del Señor
Homilía
Solo los que pasan de los ochenta años, que han vivido la guerra civil, pueden haber sufrido una situación más calamitosa y desastrosa como la de la pandemia que nos persigue, agrede, hiere y mata. La estamos viviendo con miedo, pero también con fortaleza y esperanza de poder vencerla. Pero los afectados y los muertos alcanzan cifras escalofriantes. Son más de doscientos veinte mil los afectados, de ellos más de cuarenta y cinco mil los sanitarios que combaten, a veces en condiciones deplorables, como soldados en el frente, y superan ya los veintiséis mil las víctimas de esta enfermedad que trae el retortero a la ciencia. Subrayo estos datos, porque son la cruda realidad que estamos viviendo y conviene que nos haga reflexionar y que nos interrogue sobre cómo vivimos, por qué sucede esto, y si hay otra forma de vivir, y de enfrentarnos a la finitud, a la fragilidad y el mal. Como es frecuente oír estos días: “¿Otro mundo es posible? Esta pandemia arrasadora, ¿nos va a cambiar algo la vida?
El mal es un misterio que nos supera, lo sabemos, pero son verdad dos cosas: abusamos y maltratamos a la naturaleza y no somos capaces de lograr un asentimiento global de que tenemos que cultivarla y no explotarla, que es la “casa común”. Y segundo, utilizamos mal de nuestra libertad, nos creemos los dueños de este mundo, que podemos vivir como queramos, y que lo importante es pasarlo a mi gusto sin tener en cuenta que formamos una misma familia, con pequeñas diferencias, pero hay muchas desigualdades y nos despreocupamos unos de otros. La meta es ser ricos y no ser humanos que nos llevaría a ser hermanos. Hemos perdido el sentido de la vida. Ni nos preguntamos si lo tiene. Como si la vida fuera un laberinto en el que nos perdemos cada uno.
Hemos olvidado la ética y la moral, ¿quién habla de ellas? y no nos importa leer y saber la historia de la humanidad para no repetir los mismos errores. El mundo empieza con nosotros. Nuestros antepasados eran ignorantes. Malcuidamos nuestros sentimientos, agrandamos nuestras diferencias. Hasta que sucede algo que nos tira del caballo ganador y entonces es cuando cambiamos de dirección y decimos que “todos a una, todos juntos para vencer al enemigo”. Y que es necesario el dialogo, el consenso, el entendimiento, la ayuda mutua. Cuando el agua nos llega al cuello.
Es una forma de reconocer la verdad evidente la del Evangelio: “Solo el amor salva”. “El amaos unos a otros” tan insistente de Jesús, que no acabamos de tomarlo en serio. No nos salva el poder, ni el afán de riqueza y dinero, como lo estamos viendo ahora. La unión de médicos, sanitarios fuerzas armadas, y trabajadores de la alimentación, del transporte, y otros ….son los que nos han hecho posible afrontar esta epidemia brutal. No las diferencias y debates de los que nos gobiernan. Algunos no están dando el mejor ejemplo.
En este 5º domingo de Pascua vamos a volver a darnos cuenta de que el evangelio es para la vida, que la Palabra de Dios, que proclamamos cada domingo y cada día, es palabra que da vida, que orienta e ilumina. Hoy la situación que nos plantea es: ¿Qué sería de nosotros sin Jesús? ¿Qué sería de nuestra vida sin Dios? ¿Se puede vivir sin él? ¿La vida sin Él tiene horizonte, tiene sentido? ¿Es mejor dejarse llevar por los hombres poderosos que por Dios? ¿Es mejor cumplir la que mandan los hombres que lo que nos propone Dios en el modo y ejemplo de la vida de su Hijo Jesús de Nazaret?
Vemos que los discípulos estaban desconcertados, turbados, como nosotros con tantas predicciones inseguras y protecciones que tenemos que guardar. Jesús les dice: “¡Que no tiemble vuestro corazón, creed en Dios y creed en mí!” Tened confianza en mí.
Y les hace la propuesta insólita, única, diferenciadora de otras formas de religión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” Este que veis y conocéis. Fiaos de mí. Y esto ser cristiano. Cristiano es ser una persona que descubre en la persona de Jesús la forma más sensata de caminar por este mundo, la verdad más honda de la existencia y la esperanza que da alegría y gozo a la vida.
Camino, verdad y vida, las tres son fundamentales para la existencia humana. Si la persona es un ser en relación, el camino de la vida ¿a dónde o quién nos lleva? ¿Qué verdad es la mía, quién soy yo, por qué necesito amar y que me amen? ¿Mi vida tiene alguna esperanza o es efímera, es solamente un epifenómeno que aparece por casualidad y se diluye en la nada y todos los que nos hemos relacionado aquí y amado y querido, nos perdemos ya de vista?
“Yo soy el camino”. El camino que “amándonos unos a otros, por encima de nuestras diferencias, nos lleva a la fraternidad. ¿Hay otro que pueda lograr esa unidad y hermandad? Y nos lleva al misterio de Dios. Dios es ese misterio unificador, porque Él es la fuente de la vida. Hemos salido de sus manos. Llevamos su huella, sus genes, que nos hacen familia.
“Yo soy la verdad”. El escándalo del mundo moderno es que no hay verdades. Estamos inundados de mentiras. La mentira se ha convertido en moneda corriente. Nos hace más manipulables, somos y hacemos lo que nos digan. Sin verdad de lo que soy, mi vida pierde peso y consistencia. Soy único, no soy un gregario. Soy capaz de preguntarme quien soy y buscar la verdad que justifica mi vida. Soy hijo de Dios que es amor. ¡Esa es mi verdad!
“Yo soy la vida” El que nos da la esperanza de vivir, el que ilumina el misterio que somos y hace posible sentir, desear, amar y alcanzar la alegría y el gozo de vivir. El que con su vida, no solo con su doctrina, nos ha revelado el salto a la vida plena.
Como al apóstol Felipe nos dice también: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces?
Eso es lo pretende Jesús hoy, que le conozcamos. Y con Él encontremos otra forma de caminar por la vida. Otra verdad que nos saque de nuestra superficialidad y que nos permita usar bien la libertad. Y otra esperanza que dé energía y que motive nuestra vida. Y ahora, hagámonos la pregunta: ¿Puedo vivir sin Él?
Oración
Señor, Jesús:
En este tiempo pascual
ayúdanos a volver de
los caminos equivocados
porque tú eres el
CAMINO
que confluye en la fraternidad
y que nos lleva hacia el Padre.
Aléjanos de las mentiras
que nos sacuden y nos engañan
porque Tú eres la
VERDAD
que nos revela el misterio de nuestra existencia
y nos muestra que Dios es amor.
No dejes que tiemble
nuestro corazón
para poder alcanzar el sitio
que nos tienes preparado
porque tú eres la
VIDA
que colma de alegría nuestro corazón
y nos lleva hacia Dios.
Queremos caminar contigo
y acompañarte en cada una
de las personas
que van a nuestro lado,
gozando y sufriendo,
trabajando y luchando
por la construcción y realización de tu Reino.
Amen