El calificativo más frecuente de este nuevo año 2023 es el de “año electoral”. Lo
venimos oyendo desde hace tiempo. Pronto estaremos convocados a depositar
nuestro voto para elegir dirigentes responsables de las alcaldía, comunidades
autónomas y, antes de finalizar el año, para el gobierno general de la nación. Se
buscan políticos capacitados. La política es tan importante que exige líderes
preparados porque se puede llevar a los pueblos a la prosperidad y buena
convivencia o al desastre y el enfrentamiento. Ejemplos no faltan. Estamos
atravesando una etapa de la que todos los análisis constatan una preocupante
degradación de la política. Abundan en ella personas poco o mal preparadas,
con intereses bastardos, que buscan más imponer ideologías superadas que
servir al bien común. El mismo Parlamente ha perdido calidad en los debates, se
aleja de la realidad ética y social en la leyes que promulga y se mantienen
alianzas espurias que buscan mantener poderes más que resolver los problemas
de la vida real cada vez más graves y acuciantes. Romper el consenso de la
transición es paranoico e imperdonable.
Si miramos a la Iglesia, también tenemos que reconocer que peregrina con
dificultades, a causa de los problemas y situaciones de pecado que cometen
algunos miembros cualificados; y por la incertidumbre y dificultad de encontrar
formas y estilos de anuncio del Evangelio que incidan en la cultura y en la
mentalidad actual. Ahora en homilías de diez minutos. Somos muy
conservadores y poco misioneros. Nos encerramos más que salimos. Como en
otras épocas históricas de crisis oscuras de la iglesia, estamos esperando esos
santos que iluminados por el Espíritu sepan señalar nuevos caminos. Es posible
que los tengamos entre nosotros y no los queramos ver y seguir. Entre ellos
puede contarse al papa Francisco.
Como siempre, porque es la Palabra Viva, no caduca y del pasado, el evangelio
de San Mateo del próximo domingo, después de las bienaventuranzas, hoy
añade que tenemos que ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”. Puede parecer
pretencioso. Pero son metáforas muy expresivas. Basta con un poco de sal para
que los alimentos tengan más sabor. Mucha la prohíben los médicos. Y basta
con un poco de luz para seguir el camino y no tropezar. Encender, ¡lo
necesario!, sin relumbrones, que está muy cara. Lo peor es lo nos puede pasar:
que la sal se vuelva sosa y que pongamos la luz “debajo del celemín”, del cesto.
Sí, esto es lo que nos pasa.
Javier Gómez Cuesta