J. Ratzinger, buscador de la Verdad.
La Verdad, con mayúsculas y con minúsculas, en la teología y en el mundo
intelectual y del pensamiento. Así podemos describir a Joseph Ratzinger, el papa
Benedicto XVI, que sorprendió al elegir este nombre aunque para él el más
adecuado por lo que significó San Benito y los Benedictinos en la cultura
europea, que ha sido uno de los campos de preocupación y contribución suya.
Mucho se ha escrito de él en estos últimos días por diversas personas de variada
ideología o mentalidad. Me vino al pensamiento la figura del Cid que, según la
leyenda, ganó la batalla después de muerto. Sin duda fue el papa más criticado
de los últimos tiempos, especialmente por los de “casa”, pero también el más
elogiado por su magisterio y sus intervenciones en foros académicos y políticos
como en el Parlamento inglés, el 17 de septiembre de 2010 y en el alemán el 22
de septiembre de 2011, dos discursos memorables para la historia del
parlamentarismo.
Tuve la suerte de poder saludarlo tres veces, en las visitas “ad limina”
acompañando al arzobispo D. Gabino, una de ellas en la plaza de San Pedro,
donde nos encontramos casualmente, él vestido de sotana negra y cubierto por
una boina, sin otros distintivos. En la conversación afectuosa y sencilla pude ver
que nada tenía de aquel “panzerkardinal” y mucho menos del “rottweiler de
Dios” como algunos le apostillaban. Practicó la verdad con amor y el amor con la
verdad; para él eran inseparables, lo dejó claro en la “Caritas in veritate”.
Mi primer conocimiento de J. Ratzinger fue con el Concilio Vaticano II. Su
celebración coincidió con mis estudios de teología en Comillas. Pronto saltó a la
fama un joven teólogo alemán que asistía como asesor del cardenal J. Frings de
Colonia. Tuvo una gran importancia en las primeras sesiones, cuando hubo que
reestructurar todos los documentos preparados bajo la dirección del Ottaviani,
por otros de teología más actual, la que estaba ya vigente en la Universidades
Europeas. Ratzinger, 35 años, brillante, le preparó el discurso más crucial que
pronunció el cardenal Frings el 27 de noviembre de 1962. Era un momento
crítico. Basta hojear la historia del Concilio de Giuseppe Alberigo, para ver que
su nombre aparece citado decenas de veces.
No fue solo un gran teólogo, fue también un intelectual de prestigio que salió al
areópago del pensamiento para dialogar y debatir con valentía y sabiduría, cual
Pablo de Tarso, con los intelectuales más sobresalientes de su tiempo,
agnósticos y ateos : Flores DÀrcais, J.Habermas, Onifreddi… Hoy se echan de
menos personas que actualicen este dialogo, tan necesario en esta etapa de
secularización, en la que “la razón necesita de la fe y la fe de la razón”. Resucitar
este dialogo lo tendría como su primer milagro.
Javier Gómez Cuesta

Por Diego