La imagen de la Iglesia

Las nuevas tecnologías de la información te permiten tener presencia virtual en muchos acontecimientos que no son transmitidos por las televisiones públicas o privadas.  Pude ver cómodamente desde mi mesa de trabajo por el canal YouTube “episcopal asamblea” el discurso del cardenal Blázquez al inaugurar la Asamblea de la Conferencia Episcopal Española, que al mismo tiempo era también de despedida, al finalizar las tres trienios como presidente que permitían los estatutos antiguos, a lo que se añade que tiene la edad cumplida que obliga a presentar la dimisión al Papa como obispo de la diócesis, en este caso Valladolid.

Estas reuniones plenarias de la Conferencia Episcopal me parecen importantes para comprobar y auscultar la vitalidad de la Iglesia española y reflexionar sobre la respuesta evangelizadora que está dando a la situación, hoy tan fluctuante, de la sociedad. Como dijo Pablo VI “la Iglesia es para evangelizar y esa es su misión y razón de ser”.  Evaluar cómo se va desarrollando esa tarea me parece ineludible. Por otra parte, estas reuniones dan una imagen de la Iglesia española en su conjunto, necesaria  por el modo de ser de la Iglesia, divida en diócesis (en España 70) con total autonomía respecto de las demás y solamente obedientes al Papa que las preside en la Caridad. Este nuevo organismo que pretende la concertación y búsqueda de consensos, nació con  muchas reticencias en el Concilio Vaticano II, que tuvo ojos clarividentes y supo prever y “profetizar” el futuro de los tiempos. Hoy se ven muy necesarias e importantes.

 Además, la iglesia necesita tener imagen, reflejarla y proyectarla  para desempeñar su misión. Que se sepa que existe, que está en pie, que tiene voz y criterio evangélico, que está atenta las situaciones y problemas de la sociedad-comunidad y que propone soluciones y ayudas poniendo la  mano en el arado. La Asamblea Plenaria de la Conferencia y lo que en ella se trate son momentos luminosos de esa imagen. Tiene que dar imagen, no de poder que es la equivocada, sino de servicio, que es la suya, que lo hace muy bien, pero que lo vende regular o se lo silencian y tapan con sus equivocaciones que también las tiene. Por poner un ejemplo actual, hablando de “la España vacía o vaciada”, la Iglesia sigue presente en cada pequeño pueblo-comunidad y allí, por pequeño y envejecido que sea el grupo  que lo habita, el párroco les acerca los servicios y  los conforta y anima con su presencia cercana y humana.

El discurso de D. Ricardo Blázquez  lo encontré muy autorreferencial, muy intraeclesial. Es una crónica o relato de dos documentos elaborados por  los mismos obispos, el de la Formación en el Seminario y el de la renovación de los estatutos de la Conferencia en clave más misionera y sinodal, con algunas precisiones teológicas  de su saber doctrinal y conciliar.  A pocos, fuera del entorno episcopal, puede interesar. Hay una llamativa alusión al Congreso de Laicos “Pueblo de Dios en marcha” de febrero pasado, que debiera ser la mina e explotar. Dice: “Hemos podido constatar con sorpresa la riqueza y vitalidad que, en medio de la fragilidad, existe en nuestra Iglesia”  Si a ese “gigante dormido” del laicado  se le deja despertar y se le apoyan sus iniciativas en el campo que le es propio, cambiaria y se haría más atractiva y normal la imagen de la iglesia en una sociedad secularizada. Los del presidente de la Conferencia debieran de ser discursos en que se toma el pulso a la relación  de la Iglesia de la española  con  la sociedad a la que es enviada y para la que tiene que estar pronta en salida.  A pelear una nueva etapa sale ahora con un nuevo presiente, el cardenal Omella de Barcelona. No lo tiene fácil ni en el campo eclesial ni en el político. La Iglesia de Cataluña también juega el partido. Pidamos al Espíritu que los enrevesados conflictos políticos no le estorben para  ver con claridad cúal es la orientación que debe seguir la iglesia española.

El próximo domingo San Mateo nos relata el pasaje de la transfiguración del Señor.  Una iglesia transfigurada que refleje mejor el rostro de Cristo, que no tenga miedo a la innovación  pero sí al inmovilismo, es la que necesitamos.    

                                                     Javier  Gomez Cuesta