Fueron 35 las mujeres que participaron en el XIV Sínodo Ordinario de la Familia, de un total de 335 miembros que estuvieron presentes en el aula sinodal a lo largo de tres semanas del pasado mes de octubre. Proporcionalmente, una por cada diez varones, participaron en esta última sesión. No olvidemos que se trata del “sínodo de obispos”. Ellos son los miembros natos. Las mujeres, como otros varones, asisten como auditoras o expertas invitadas “con voz pero sin voto”. El porcentaje representa un aumento significativo con relación a otros eventos similares. Es una de las notas características del papa Francisco que ha hecho ver que la Iglesia tiene que afrontar este desafío de revalorizar y poner en igualdad a la mujer en la Iglesia y más todavía, enriquecerla con su genio femenino y tener en cuenta –viendo el ejemplo de la Virgen María en el canto del Magnificat- su carácter profético.
De ese grupo femenino, 17 eran esposas que con sus maridos fueron llamados a dar testimonio de su vida familiar o a hablar de la misión apostólica que tienen encomendada en su iglesia diocesana. Otras pertenecían a institutos de vida consagrada que como religiosas estaban comprometidas en acciones sociales de atención a la familia; el último grupo eran mujeres laicas que tenían a su cargo alguna responsabilidad que está relacionada con el matrimonio o la familia, como la canadiense, Moira McQueen, directora del Instituto Católico de Bioética, o la profesora-periodista Lucetta Scaraffia corresponsable en la dirección del suplemento mensual del periódico vaticano L`Osservatore : “Donne Chiesa Mondo”, revista que, bajo el pontificado de Benedicto XVI, se comenzó a publicar en mayo de 2012, por iniciativa del director Juan María Bian. El objetivo de esta publicación mensual es dar presencia y palabra a las mujeres en el órgano de comunicación oficial de la Santa Sede. Me parece una buena estrategia para abrir y avanzar en el logro de esa mayor consideración de la aportación y opinión de la mujer en la Iglesia. En España, se encarta traducida al español en la revista semanal Vida Nueva.
Todas han manifestado su satisfacción por haber sido convocadas a tomar parte en este sínodo que trató de un tema tan importante y trascendental como es la familia. Pero su genio femenino les hizo observar algo que ellas piensan que se debe tener en cuenta para el futuro: una mayor participación para intervenir y hablar, sobre todo en los círculos menores y de proponer enmiendas a la relación sinodal, ya que de la familia, hay aspectos donde la mujer sabe mucho más y tiene mayor experiencia que los varones; que debían haber participado matrimonios que han tenido que afrontar un calvario de vida y no solo los que han tenido la suerte de llevar una vida ejemplar; y que, en el dialogo con los obispos asistentes, han tenido que ir ganando aprecio y valoración, superando un cierto complejo de inferioridad, porque hasta ahora estos encuentros no han sido frecuentes y habituales, aun tratándose temas propios de la familia. Algunas habían propuesto celebrar antes un congreso donde, en un clima de igualdad y libertad, laicos y obispos abordasen en dialogo sincero y abierto algunos de los temas o situaciones que se iban a abordar en el sínodo.
En los debates inevitablemente tenía que aflorar una vez más la situación de la mujer en la Iglesia, tanto en la dimensión ministerial (algún obispo solicitó el que pudieran recibir el diaconado), como en la encomienda de responsabilidades importantes en el gobierno y funcionamiento de la Iglesia. Esto queda reflejado de una forma tamizada en la Relación Final en el párrafo 27, en que se pide “su participación en la toma de decisiones, su participación en el gobiernos de algunas instituciones y su participación en la formación de los mismos ordenados” y argumentando que esta mayor valoración suya en la Iglesia tendrá efectos positivos en la vida social.
Va ganado terreno la forma de afrontar el papel de la mujer en la Iglesia no reivindicando lo primero la ordenación sacerdotal que sigue siendo una cuestión para unos cerrada por el papa San Juan Pablo II, para otros teólogos debatida y que la teología tratará se seguir esclareciendo, sino por lo que parece más obvio de la igual dignidad que les permita ocupar puestos de dirección. Una organización tan plural y presente en tantas culturas, donde todas las responsabilidades las ostentan varones, tiene que resultar hoy extraña. Me quedo con la frase del papa Francisco: “Una iglesia sin mujeres es como el Colegio Apostólico sin María”
Javier Gómez Cuesta.
(Publicado en La Nueva España. Domingo 8 de Noviembre de 2015)