“Es necesario redescubrir la valentía de soñar”. Con esta frase puso punto final el papa Francisco a la semana de ejercicios espirituales en la que participó, con más de sesenta cardenales , obispos y otros colaboradores, en la casa de retiro que tienen los padres paulinos (los que se dedican a la comunicación y tienen librerías por todas las ciudades del mundo) en Ariccia, en la zona de los Castillos Romanos, en la cercanía de Roma. Dice que soñar (se entiende despierto) hoy es un acto de valentía. Lo hicieron los santos, como San Francisco Javier, que le llevó a las puertas de China.
Francisco también sueña. Sus setenta y ocho años no se lo impiden. No es un hombre de desengaños sino de sueños. Se lo preguntó Antonio Spadaro s.j., director de la revista La Civiltà Cattolica, que goza de cuasi oficialidad vaticana, en aquella famosa entrevista que le hizo en agosto del 2013, a los seis meses de iniciar la aventura del papado. ¿De qué tiene la Iglesia mayor necesidad en este momento histórico? ¿Qué Iglesia sueña?, le interrogó. El Papa le respondió: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad”. Es lo que practica él con toda naturalidad. Lo que desconcierta y hasta escandaliza a algunos. Preferirían un papa a lo divino, arcangélico. Poco a poco, sin armar ruido –sí murmullos y murmuraciones- va dejando a un lado protocolos y ceremonias que distanciaban y cuasi divinizaban. Busca la cercanía, el contacto. Ahora, por encima de sus muchas actividades y ocupaciones –la agenda de un papa no la equipara ningún gobernante del mundo- lo practica con las llamadas por teléfono o las breves cartas personales que él mismo escribe de su puño y letra. Uno de sus mayores críticos, el periodista italiano Antonio Socci, autor del libro “Non é Francesco. La Chiesa nella grande tempesta” en el que le acusa de ser un papa “ilegítimo” y se lo ha enviado para mayor inri, ha recibido respuesta personal: “Querido hermano: He recibido su libro… gracias por el gesto. He comenzado a leerlo y estoy seguro de que tantas de las cosas que están allí me harán bien”. El escritor quedó patidifuso y convertido.
Este domingo, 13 de marzo, se cumplen tres años de su inesperada elección. Todo fue novedoso e inédito aquella noche, el nombre elegido: Francisco; el saludo del Santo Padre: “bona sera”; la afirmación de que el cónclave es para dar un obispo a Roma y que han ido a buscarlo al fin del mundo; la invitación a rezar juntos por el papa emérito Benedicto: Padre nuestro con Avemaría a la que respondió unánime toda la plaza; y antes de su bendición, la petición de que recen al Señor “para que me bendiga, la bendición del pueblo que pide la bendición para su obispo. Hagamos un silencio…” visionando el vídeo, el silencio es impresionante. Ante la sorpresa de su elección, hubo dudas y lamentaciones de mala profecía. Los que le conocían sabían con seguridad que empezaba una etapa nueva de la Iglesia. No se equivocaron.
El rezo del ángelus, que puntualmente dirige el obispo de Roma desde la ventana del antiguo apartamento papal cada domingo, marcó la línea dominante característica de este Sucesor de San Pedro: La Misericordia. De virtud o valor olvidado y devaluado, se va a esforzar en demostrar que esta actitud religiosa y humana, es el atributo del Dios en el que creemos de más importancia, más identificativo,, su carné de identidad y que, imitada y secundada, que puede resolver o paliar los graves problemas que sacuden a la humanidad. No es virtud de beata.
Todo comenzó en el cónclave. El cardenal alemán W.Kasper, buen teólogo, un Rahner actual, acaba de recibir ejemplares de la versión española de su libro “La Misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana”. El bonaerense cardenal Bergoglio, que ocupa la habitación próxima, recibe un ejemplar. Se emocionó al recogerlo y exclama: “Misericordia, este es el nombre de nuestro Dios. Elegido papa, el domingo siguiente es el 5º de Cuaresma, como hoy. El evangelio que corresponde es el de la adúltera. Le viene como anillo al dedo. Comenta el pasaje: Dios no se cansa de perdonarnos. Y añade que ha leído el libro del cardenal y que en él dice que la misericordia cambia el mundo. Parece exagerado. Convencido, ha puesto manos a la obra. Además de la justicia hace falta la compasión, la misericordia, estar al lado del otro con corazón. El drama de los refugiados que grita y llora de rabia por Europa puede ser la prueba fehaciente. ¿A quién no conmueven? Para la Iglesia la misericordia será la viga maestra. Lo debiera de ser para la sociedad entera y no caer en la macabra indiferencia. Francisco sueña con valentía y despierto en conseguir que la misericordia sea también el nombre y la identidad de la Iglesia.
Javier Gomez Cuesta