Es difícil entender cómo no es posible solucionar, o al menos dar pasos creíbles y manifiestos en pro de su solución, de los grandes problemas que desde hace tiempo sufre la humanidad y que son denunciados una y otra vez por todos los organismos internacionales y que darían el rostro de una humanidad más humana que tiene derecho toda ella a vivir con dignidad.
El problema del hambre, después de reconocer que hay alimentos para todos, sigue en aumento. Una de cada nueve personas lo padece. A los hambrientos los vemos por la tele y apenas nos conmueve. Algo parecido pasa con el desarme mundial. Gastamos cantidades ingentes en armamento para meternos miedo, en vez gastarlo en ayudarnos y ser solidarios. Esquilmamos el planeta arrasando bosques y llenando los océanos de plásticos, y no nos ponemos de acuerdo para repararlo y hacerlo habitable para las generaciones venideras. Y aquí, en esta España nuestra, el problema del paro que se nos viene encima, exige creatividad, solidaridad y no egoísmo e indiferencia.
La pandemia nos ha enseñado que somos “una comunidad humana” que desunidos nos destruimos y unidos nos salvamos. Es la hora de Iglesia y del mensaje de Jesús. Es el “sacramento de la fraternidad” llamada en este momento a fomentar nuevas formas de hermandad y colaboración. El evangelio de este próximo domingo nos da una pista. Con unos panes y peces, Jesús pudo socorrer aquella multitud hambrienta. Las grandes conquistas se han hecho con multitud de pequeños gestos de colaboración. Como ejemplo vivo y eficaz esta Caritas. Con tu poco comen muchos.