Estos últimos días, las emisoras de radio, especialmente esta de la COPE que goza de un sobresaliente equipo de informadores deportivos, derrochan ditirambos al éxito del partido de futbol femenino disputado entre los equipos de Madrid y Barcelona. Llenaron el estadio. 91.553 espectadores. Lo nunca visto. Se ensalza como un triunfo del feminismo. Aunque las extraordinarias jugadoras no alcanzan contratos como los de los varones, Messi, Benzemá, Modric, Piqué… ni mucho menos. Se resiste esta diferencia económica en todas las profesiones.
Estamos en una época en que la promoción de la mujer y la igualdad con el varón, por ventura, avanza a pasos agigantados. A la largo de la historia hemos tenido mujeres muy notables que han contribuido al avance de la humanidad con tanta o más influencia que otros varones: Madame Curie y nuestra Margarita Salas en la ciencia, Isabel la Católica y Margaret Thatcher en la política, Clara Campoamor y Simone de Beauvoir, en el feminismo, Santa Teresa de Jesús, Sor Ángela de la Cruz, y la Madre Teresa de Calcuta en las reformas de la Iglesia.
Es evidente que la institución eclesial se ha organizado de forma muy masculina. No se ha reconocido en puestos de gobierno lo que han sido y hacen las mujeres en la misión y servicio eclesial. Se ha iniciado una nueva etapa de cambio que está adquiriendo, con el papa Francisco, una mayor celeridad en el proceso. La nueva Constitución de la Iglesia “Praedicate evangelium” promulgada hace unos días abre puertas y ventanas a los laicos y con ello, sin distinción, a las mujeres. Pueden ocupar cargos de primera responsabilidad en el gobierno, siendo presidentes de dicasterios, lo que dará un nuevo rostro a esta siempre antigua y joven institución que tiene que anunciar, con hombres y mujeres, la Buena Noticia.
El próximo domingo, 5º de Cuaresma, en el evangelio de San Juan se nos cuenta una preciosa historia de cómo Jesucristo, en aquellos tiempos suyos tan machistas, defiende abiertamente a la mujer y la iguala con los hombres. Acusada de pecado, les echa en cara: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Se creían mejores y más importantes. La escena bien vale una película. Jesús, en los acontecimientos más decisivos, tuvo a las mujeres en primera línea.
Javier Gómez Cuesta