La esperanza en un mañana mejor, de un futuro mejor constituye parte de nuestro vivir existencial. Hay veces que las cosas pueden presentarse tan oscuras y difíciles que, en lenguaje coloquial, solemos decir: “Virgencita, Virgencita que me quede como estoy”. Pero siempre pensamos y nos preocupa lo que nos espera. Buscamos y luchamos por vivir “algo mejor”. Queremos que nos vaya bien en la vida y lo deseamos para familiares y amigos. La confianza en que todo nos vaya mejor es un motor y acicate que nos sostiene en el trabajo y en los esfuerzos de cada día.
Por eso, cuando la esperanza se apaga, se apaga y se desilusiona también nuestra vida. En lenguaje coloquial solemos sentenciar con frecuencia ese dicho tan popular: “La esperanza es lo último que se pierde”, porque “es la misma vida defendiéndose”.
Conviene no confundirla con cualquier reacción eufórica o con optimismo fugaces. Es, sobre todo, una actitud permanente, un estilo de vida, un encarar el futuro con confianza, con lucha decidida. Hay que trabajarla.
Como, en este tiempo, estamos aguantando una lluvia pertinaz de “fake news”, envueltas en lenguaje engañoso, es decir, mentiras, algunos confunden la esperanza con el “progresismo”, que parece ser el nuevo nombre del futuro, o de la arcadia feliz, prometiéndonos que todo va a caer de su cielo o nos lo van a traer ellos vestidos de magos.
La esperanza es un actitud del alma y necesita motivaciones serias para mantenerla viva. No se sostiene en el aire. El que tiene esperanza se esfuerza en transformar la realidad.
Entramos en el Adviento. Es el tiempo propio en que la fe y la cultura cristiana cultiva principalmente esta indispensable y eficaz virtud y cualidad. Esperamos el encuentro con Dios. Es el verdadero motivo. Si no fuera iniciativa suya este encuentro se lo suplicaríamos o se lo exigiríamos.
El próximo domingo, comienza con el Adviento un nuevo ciclo litúrgico. San Lucas es el evangelista. Nos invita a levantar la cabeza y a estar siempre despiertos, porque viene ·el Hijo del Hombre. Ya sabéis cómo y en dónde. En Belén tiene uno de sus mejores motivos la esperanza.