Es un dicho popular que “la mentira tiene las patas cortas”. Últimamente da la
sensación de que le han crecido y que la mentira va ganando terreno
haciéndose usual, no solo en nuestras conversaciones cotidianas, sino en las
manifestaciones de las personas con responsabilidades y que nos gobiernan. Lo
grave es que se toleran y se minusvaloran con dejada pasividad. Leo en uno de
los escritores famosos de la actualidad: “El problema no es que alguien con
poder sobre vidas y economías mienta. Todos lo hacen, tarde o temprano. El
problema grave es cuando a demasiada gente no le importa en absoluto que les
mientan” En esta situación estamos. No se ven actos o gestos por defender el
derecho de la persona a la verdad. No se convocan manifestaciones criticando o
indignándose contra las mentiras graves y manipuladoras, como son frecuentes
las protestas contra otras injusticias.
Nos dejamos engañar con facilidad. Una de las formas de hacerlo es cambiando
el lenguaje y llamando a las cosas de otra manera. A muchas mentiras o relatos
ahora se las llama “postverdad”. Tan actual y común se ha hecho esta
nominación que la ha recogido el diccionario de Oxford como palabra del año
en 2016. La RAE la ha recogido también en su diccionario y la define así:
“Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con
el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. No es una
banalidad. Influye seriamente degradando la vida democrática. La posverdad ha
tenido gran influencia en el Brexit británico, en la llegada a la presidencia de los
EE:UU. de Trump, en los negacionistas de la vacuna contra el “covid19” y del
calentamiento climático. También en el referendum independentista de
Cataluña y ahora en la ley de la llamada “Memoria democrática”. En todos estos
eventos, se pone de manifiesto que, a la hora de contar la realidad, las
opiniones y emociones tiene más peso que los datos reales y objetivos.
Desde siempre se ha afirmado y demostrado que todo hombre es un buscador
de la verdad. Nada humano, y social y políticamente válido, se puede construir
sobre la mentira y el engaño. Buscamos sobre todo la verdad existencial: ¿Quién
soy yo?, ¿Cuál es la razón de mi vida? ¿cuál es su verdad?
En el evangelio del próximo domingo, final del año litúrgico y fiesta de Jesucristo
, Señor y Rey del Universo, hay un diálogo sorprendente entre Jesús acusado y
reo y el Pilatos poderoso, en que Jesús se presenta como “testigo de la verdad”.
La verdad última y esencial es que somos “hijos de Dios”, de un Dios que nos
ama infinitamente y, en la cruz, lo va a acreditar en testimonio de la verdad.