“El miedo tiene muchos ojos”, escribe Cervantes en El Quijote.  Es connatural al hombre. Aparece ya en el Génesis: “Tuve miedo porque estaba desnudo y me escondí”, se disculpa Adam ante Yawhé en el paraíso.

Uno de esos muchos ojos de los que habla el Quijote ha visto crecer tremendamente el miedo por la pandemia de la endiablada enfermedad del  covid-19 que ha puesto en jaque a científicos y políticos y ha sumido en el temor y la incertidumbre a todos los que poblamos este planeta azul.

Esta circunstancia ha vuelto a poner de relieve que una de las características de nuestra sociedad y cultura es el miedo. Se ha vuelto a hablar, a escribir y reflexionar sobre la “sociedad del miedo” o de “la cultura del miedo”. Los temores que nos amenazan son múltiples y distintos: Miedo a nuevas pandemias mortíferas, catástrofes medioambientales, al cambio climático. Miedo a posibles atentados terroristas.  Otro de los más desoladores e inhumanos es el de los movimientos migratorios, como estamos viendo y padeciendo. Luego hay otros miedos más cotidianos y personales, muy arraigados en el ser humano: Miedo a la vejez, a la soledad, a la inseguridad, al sufrimiento, al fracaso, a no ser amado y estimado, a ser distinto y no gregario, miedo al futuro. Y falta citar al que señalo Erich Fromm : “El miedo a la libertad”

De suyo es un sentimiento ambivalente, puede alertarnos a la prudencia, pero puede sumirnos en la cobardía. Socialmente es peligroso porque mutila la democracia al convertirnos en ovejas obedientes para provecho de los políticos. O como dice Aldous Huxley en su libro “Un mundo feliz”: “El miedo ahuyenta el amor, la inteligencia y la bondad. Al final el miedo llega a expulsar del hombre la misma humanidad”.

Contra el miedo están dos virtudes muy humanas y divinas: la esperanza y la confianza. Son parte esencial de nuestra fe cristiana. Pertenecen a su esencia. Tienen probado éxito. Dios no nos abandona nunca.

El próximo domingo, san Marcos nos relata el pasaje de la tempestad en el mar de Tiberíades. Los apóstoles, tuvieron miedo de que la barca se hundiera. Iba el Señor en ella. Les llamó cobardes y de poca fe. Habían perdió la esperanza y la confianza. A pesar de la tempestades no podemos perderlas nunca.