“¡Es lo que hay!”. Es una frase o afirmación coloquial de uso muy frecuente en
nuestras conversaciones. Comentamos con otros cualquier circunstancia política
o social en la que nos vemos involucrados pasivamente, que nos viene como
impuesta, manifestando nuestra impotencia, y concluimos: “¡Es lo que hay!”.
Como diciendo, ¡qué le vamos a hacer, hay que resignarse!
Sin embargo, no deja de ser una actitud de ánimo anómala e impropia de una
sociedad democrática. Cada vez es más evidente que los responsables y
representantes políticos van por una parte y los ciudadanos, que somos los que
sufrimos y afrontamos las circunstancias, por otro. Es llamativo que en esta
sociedad contemporánea, en la que teóricamente somos más libres que nunca,
nos sentimos también más impotentes que en otros momentos de la historia.
Somos un conjunto de personas con buenas intenciones pero que distan mucho
de la realidad que queremos alcanzar.
Una situación parecida, atraviesa también la iglesia. Al fin y al cabo, al estar
formada por personas, es –en cierta manera- hija de su tiempo. La
secularización que debiera de ser un proceso normal, de resituación de la Iglesia
en su tiempo para cumplir mejor con su misión, está abocando a una
preocupante descristianización. También, como cristianos, hemos caído en el
lamento y la resignación y decimos: “¡Es lo que hay!”, como si hubiéramos
olvidado la acción del Espíritu y dimitido de nuestra misión y responsabilidad. El
papa Francisco ha dado la voz de alerta invitando y animando a toda la Iglesia a
vivir y poner en práctica la “sinodalidad”, que es caminar juntos, y que la misión
es para “toda la Iglesia” y “para todos en el Iglesia”. El próximo Sínodo será en
el año 2023. Ha llamado a la participación de todos, porque todos hemos
recibido el Espíritu Santo. El tema elegido es crucial: “Por una Iglesia sinodal:
comunión, participación y misión” Es un cambio notable en su funcionamiento,
superando el clericalismo, que denuncia con frecuencia.
Precisamente, el próximo domingo, en el evangelio de San Marcos, se nos
advierte sobre el pecado contra el Espíritu Santo, que es prescindir o desconfiar
de su acción permanente. Es posible que la época gris de la iglesia de nuestro
tiempo se deba a que, por miedo al cambio y la novedad, apagamos su luz y su
fuego.