Es un clamor insistente y repetido, el deseo exigente de que es necesario recuperar aquel “espíritu de la transición del 78” que hizo posible en España la superación de años de enfrentamientos, odios e ideologías encontradas y, con el mejor espíritu, lograr un consenso que cristalizó en una nueva Constitución que nos ha facilitado cuatro décadas de paz, de progreso y de convivencia en la diversidad. Hoy rancios partidismos y populismos engañosos sacan la piqueta para remover viejos demonios envueltos en adulteradas memorias históricas. Políticos escasos del mejor espíritu de consenso son los que comandan estos tiempos difíciles.
En la iglesia también hemos vivido un tiempo lúcido y extraordinario del Espíritu: el Concilio Vaticano II. La palabra aggiornamento, ¿la recordáis?, fue la mejor sintetizó ese evento porque se trataba de impulsar la misión de la Iglesia, entrar en dialogo con un mundo nuevo y saber leer “los signos de los tiempos”. Allí surgió “el espíritu conciliar” que en estos sesenta años ha tenido fases más clarividentes y más sombrías, pero que ha ido perdiendo dinamismo. El papa Francisco, como el santo Juan XXIII, trata ahora de abrir ventanas y de poner a la Iglesia en actitud de salida.
El próximo domingo es una fiesta importante que va perdiendo significado en nosotros y convendría recuperarlo: Es el día de Pentecostés, el día de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. San Lucas, en Los Hechos de los Apóstoles, la describe como el estruendo de un viento fuerte y la aparición de unas llamaradas que se posaron sobre los discípulos. Hoy es el día de los laicos, del apostolado seglar, que tanto cuesta incorporar. Necesitamos ese viento fuerte del Espíritu que nos devuelva la lucidez y el dinamismo del espíritu conciliar.