Aunque la persona palpó desde siempre su finitud y fragilidad, soñó, deseo y hasta tuvo la esperanza de alcanzar y lograr vivir siempre, y vivir feliz. Los griegos creyeron que se lograría en el Hades, más allá del río Aqueronte, cruzándolo en la barca de Caronte que les llevaría al Elíseo, donde disfrutaría de una vida bendecida por los dioses. Los del A.T. sentían seguridad de ir al Sheol, situado en alguna parte debajo de la tierra, donde en vida latente no había ni dolor ni placer, donde los justos esperaban, como Job, que Yawhe los rescatara. Sigue repugnado y siendo algo inconcebible, es “ser para la nada” por muy existencialista que uno se crea. Me llama la atención, cuando en los funerales, familiares, sobre todo nietos, de los abuelos difuntos, se dirigen a ellos diciéndoles: “ Allí donde estés…”. Afirmando que viven en algún lugar, que sueñan idílico, pero no se atreven a citar que es el cielo, como nos prometió Jesús: “…os llevaré conmigo y donde yo estoy estaréis vosotros conmigo”
Estamos en Pascua de Resurrección. Hemos celebrado la Semana Santa recordando y actualizado la última etapa de Jesús de Nazaret, el que pasó por el mundo haciendo el bien. Nunca nos preguntamos cuál es el motivo y la razón de que Jesús, siendo Dios, se despojara de su condición divina. Uno de los motivos es manifestarnos que ese deseo pujante y ese sueño intuitivo que perdura en toda persona, de vivir y vivir feliz, la podemos alcanzar. Y Él, siendo como nosotros, es la prueba y la confirmación. El próximo domingo, San Juan en el evangelio nos cuenta el encuentro del apóstol Tomas, antes incrédulo, con Jesús Resucitado, con presencia real pero difícil de describir porque algo de su persona se escapa a los sentidos. Al ver cómo se porta con él, sin reprocharle su actitud descreída, en un gesto de amor, le dice: Tomás, aquí me tienes, mira mis llagas… La Resurrección es una suprema experiencia de amor, que se capta principalmente con los ojos del corazón, aunque no le falta la luz de la razón. Sentimos que estamos hechos para la vida y la Pascua de Resurrección nos lo confirma. Aleluya, aleluya