Durante muchos siglos, la ética y la moral emanaban de las prescripciones bíblicas y principalmente del Decálogo: no tomarás el nombre de Dios en vano, honra a tu padre y a tu madre, no matarás, no cometerás adulterio, no robarás,… Con la Ilustración, la ética y la moral se secularizan  y fundamentan los preceptos en la razón y en la ley natural. En la actualidad, llamada era de la posmodernidad, se intenta destronar a la diosa razón  e instalar en su lugar a la ética del placer, de lo que me gusta, de lo que me conviene y en el momento que conviene. Apenas cuenta ya ley natural y los argumentos de razón y mucho menos los preceptos bíblicos y el Decálogo. Aunque muy repetidos y citados ahí tenemos el aborto, la eutanasia que llega, la mentira profesada y divulgada.

Las normas del deber nos parecen rígidas, la virtud y la honestidad son algo del pasado, lo que importa ahora es el bienestar, el placer personal y además vivido en un individualismo excluyente sin quiere adquirir responsabilidad y compromisos sociales

A esta situación, algunos sociólogos la califican de ceguera moral, que tiene su origen y causa en las elites que gobiernan y detectan el poder económico y político, pero que llegan a contagiar a toda la sociedad que contempla con pasividad o con indiferencia el desfonde de los valores morales.

En el evangelio del próximo domingo, San Juan nos cuenta la entrevista de Jesús con un fariseo importante, el magistrado Nicodemo. En la conversación le dice una frase muy certera: “Que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras era malas”. Una de las consecuencias palpables del mal es que produce ceguera moral y espiritual. Nos insensibiliza y nos incapacita para ver y obrar el bien. La Cuaresma es para reflexionar y convertirse. Porque además ningún país puede salir de la crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con impunidad.