Vivimos en una sociedad sometida a muchas contradicciones. Nunca la formación y la información ha sido tan extensa, los saberes sobre casi todas las cosas tan amplios. Sin embargo se nos escapa el sentido y la finalidad de la vida. Por qué vivimos, para qué vivimos. ¿Cuál es la razón de la vida?
Han aumentado prodigiosamente las formas de comunicación. En un instante podemos hablar y hasta vernos aunque estemos a distancias lejanas. Sin embargo las relaciones afectivas cada vez son más débiles e indiferentes, los amores fundamentales de matrimonio y familia más frágiles y las amistades más olvidadizas.
Hemos asistido a un adelanto gigante de la ciencia y en particular de la medicina Pero estamos atemorizados por un minúsculo virus para el que la multitud de científicos tarda en encontrar la vacuna que nos proteja y la medicina que nos cure.
En la historia, las épocas bajas en valores y certezas suelen coincidir con un alejamiento y olvido de Dios como principio que nos crea, nos sostiene, nos fundamenta y nos da sentido. El próximo domingo, segundo de Adviento, el profeta Juan el Bautista nos da la voz de alerta. Nos invita a ir al desierto, al silencio, a la reflexión. A esforzarnos en convertir, enderezar y preparar el camino. En Belén encontramos para la vida la luz que da razón y sentido. Por eso, la Navidad aunque sea de forma austera, es necesario celebrarla