Por los medios de comunicación podemos seguir, momento a momento, la situación trágica que está causando la erupción del volcán Cumbre Vieja en la pequeña y preciosa isla canaria de La Palma. Es un espectáculo deslumbrante, asombroso y hasta dantesco, ver la tierra vomitando fuego y ríos de lava abrasadora. Pero arrasando viviendas y campos de trabajo que permitían vivir a un sector de la población allí, desde siglos asentada. De pronto, tienen que abandonarlo todo y quedarse sin nada. Es simbólico y enternecedor hasta la emoción ver a las personas afectadas, recoger lo que pueden llevarse en tiempos mínimos. Además de los documentos y otros poquitos enseres, todos dicen que se llevan las fotografías que guardaban en sus casas. Es como aferrase a su historia, a su pasado, a las raíces de su familia y de su tierra.
Una catástrofe como ésta, tiene la parte alentadora que despierta una ola grande de solidaridad y de humanidad. Muchos familiares y vecinos les han abierto sus puertas y sus corazones a los evacuados. Caritas ha salido enseguida a buscar solución a las necesidades más urgentes. Todas las instituciones se han volcado. En desastres naturales los medios y subvenciones del Estado debieran ser lo más rápidos y generosos, es decir, justos, para que las familias puedan reiniciar su vida con dignidad.
Estas desgracias humanas tenían que romper, acusar y denunciar la cultura individualista que nos invade y domina. Pero no, con carácter puntual sino permanente. El individualismo reinante, que a muchos los lleva al narcisismo –tenemos ejemplos notables- produce indiferencia social, huida de los problemas e inclina a exigir todos los derechos sin asumir obligaciones.
El próximo domingo, en el evangelio de San Marcos, Jesús nos enciente una serie de alertas, muy actuales en nuestra sociedad, el escándalo, la exclusión, la despreocupación de los demás, cuando sabemos que nos necesitamos y no podemos vivir solos. Por eso nos dice que el mero hecho sencillo de dar un vaso de agua al sediento, no quedará sin recompensa. Necesitamos más humanidad. El evangelio es una de sus fuentes.