La palabra en el tiempo 20-04-21

Una de las carencias más lamentables de los que habitamos esta vieja Europa puede que sea cierta incapacidad del cultivo de la vida interior, sí de la vida espiritual, del alma. De la Europa de los valores estamos pasando a la Europa económica, que por falta de esos valores tampoco logra muchos aciertos en una economía más solidaria y más distributiva. Se ha hecho lamento frecuente que esta Europa nuestra está perdiendo el alma. La pandemia está dejando al descubierto esta situación de pobreza y soledad. Colas de personas buscando sobrevivir y aumento de las personas que viven y mueren solas. Sufrimos un vacío interior que nos está haciendo perder el sentido de la vida.

La felicidad que buscamos y pretendemos requiere tener ilusión. Julian Marías, ese lúcido pensador y ensayista español al que debiéramos prestar más atención por ser un maestro de la vida interior, del alma, dice que la ilusión da a la vida un carácter proyectivo. Tener ilusión es mirar hacia adelante, divisando el porvenir, plantearse retos, metas, objetivos a conseguir. La felicidad consiste en hacer algo que merezca la pena con nuestra propia vida, algo positivo, según las posibilidades de cada uno, que pueden y deben ser muy sencillas. Es buscar valores que den calidad a la vida.

La felicidad necesita una fuente que la alimente. El próximo domingo, 5º de Pascua, San Juan en su Evangelio nos da una pista. Nos cuenta la parábola de la vid y los sarmientos con la que Jesús se identifica y nos identifica. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. Se nos ofrece como la fuente, la savia de nuestra vida. En él, ahora que andamos tan faltos de maestros y pensadores, podemos encontrar sentido, orientación,  estímulo e ilusión para el cultivo del alma y crecer como personas humanas. Y, además, da garantía: “el que permanece en mí da fruto abundante”