Vivimos esta época con el sobresalto de que gran parte de las instituciones que fundamentan el Estado y la convivencia social están atravesando una crisis preocupante. Pero hemos de tener en cuenta que las instituciones las sostienen las personas.

Hasta la institución de la familia que, ocupaba el primer puesto en el aprecio y valoración, como las más querida y estimada, ha perdido ese pódium. Ahora lo ocupa el trabajo, el tener trabajo, y en segundo lugar ¡sorpréndete! El viajar, el conocer mundo. El deseo de formar una familia se queda solo con “medalla de bronce”, pasa al tercer puesto. La tan aludida y lamentada crisis de valores provoca estos cambios..

La iglesia misma como institución atraviesa un “túnel oscuro”. Da la impresión de que no logra alcanzar el sueño de San Juan Pablo II de saberse situar para evangelizar este nuevo siglo XXI, que está resultando desconcertante, convulso y contradictorio.

Es la hora de los testigos. En esta cultura líquida se necesitan “testigos sólidos”, de convicciones arraigadas para los retos que nos esperan. No es la hora del optimismo, pero tampoco de la dejadez y el pesimismo.

En el evangelio del próximo domingo, Juan el Bautista nos invita  a hacer nuestro su testimonio y convertirnos en testigos fieles y responsables de Jesucristo.

Somos los discípulos y seguidores los que formamos la institución de la Iglesia, los que mostramos su cara, los que con nuestro testimonio le damos consistencia para que cumpla su misión. Nos ha tocado vivir este momento y tenemos que afrontarlo con decisión, nunca con miedo.