La Palabra en el Tiempo 110

“¡Te adoro!”, es una expresión coloquial, muy popular, que sale del
corazón ante la bondad y belleza de la manera de ser de una persona
hasta quedar enamorados y sentirnos seducidos por ella. Es como si nos
pusiéramos a sus pies reconociendo su valía y lo que representa para
nosotros. Solemos decir: “Te adoro”, y añadimos: “Eres mi ídolo”. Es
frecuente entre los novios, los esposos, los padres a los hijos pequeños.
He visto que también se los dicen los nietos a los abuelos: “¡Abuela, te
adoro!”
La palabra, en su origen y etimología, tiene un carácter sagrado. Viene de
“orar a”, dirigirle a la divinidad, sentir devoción por alguien divino y
rendirle veneración y culto. Esa es la primera acepción del Diccionario de
la Real Academia Española: Reverenciar o rendir culto a un ser que se
considera de naturaleza divina. Luego añade las otras acepciones: “sentir
estima o afecto en grado sumo por alguien” o “gustar de algo
extremadamente”
Decía la gran filósofa y ensayista malagueña, María Zambrano, discípula
de Besteiro y Zubiri y colaboradora de Ortega y Gasset, exiliada primero y
reconocida después con los Premios Príncipe de Asturias y Cervantes que
“una cultura depende de la calidad de sus dioses”. No hay duda que en la
actualidad nos hemos llenado de ídolos fugaces y superficiales que son los
que nos seducen y nos equivocan. Hemos abandonado la adoración,
reconocimiento y veneración del Dios verdadero que es el único que
merece nuestra adoración. Ha sido la gran preocupación del papa
Benedicto sobre la cultura europea, que ha perdido el horizonte de Dios
hasta ponerlo en cuestión y mostrarse indiferente.
Hoy celebramos la festividad de la Epifanía del Señor. El evangelio de San
Mateo nos narra el episodio de la los Reyes Magos de Oriente que al ver el
misterio de la estrella se pusieron en camino en búsqueda de Dios. Y al
encontrarlo “cayeron de rodillas y lo adoraron”. Adorar es poner en el
centro de nuestra vida a ese Niño Dios que quiere decirnos así lo que nos
ama y dejarnos seducir por él. Como los Magos, tenemos que salir de la
Navidad por otro camino, no volver a Herodes y dejar de ser idólatras.