La palabra en el tiempo 100

La quiebra de nuestros vínculos afectivos no solo afecta a la relación conyugal, cuyo balance es arduamente preocupante. Afecta también a otros amores como el de los hijos a los padres que se sienten abandonados en su ancianidad o enfermedad, incluso el de los padres a los hijos, oyendo con frecuencia relatos escalofriantes de maltrato. Perjudica también a la consistencia y calidad de nuestras amistades cada vez más tenues y pasajeras o interesadas. Y se va diluyendo nuestro amor a la Patria que se vuelve moneda de cambio para aquellos políticos que más obligados están a defenderla.
Estamos creados para amores estables y fieles si queremos de verdad buscar la felicidad en este mundo. De lo contrario se irá generando un sentimiento de soledad derivado de esas esenciales relaciones afectivas que se han vuelto tan frágiles y superficiales. Nos va carcomiendo la desazón de no poder contar con nadie ni encontrar apoyo emocional en las dificultades que sin duda se nos puedan presentar. La soledad la connotan ya como un sentimiento frecuente en la satisfecha sociedad occidental. ¡Cuántas personas viven y mueren solas!
Esta fragilidad afectiva dificulta y daña nuestra vida cristiana. La Iglesia es una fraternidad, una asamblea que se reúne cada domingo convocada e invitada por Jesucristo Resucitado. Nuestra relación con Jesucristo y con la iglesia es más importante la del corazón que la de la inteligencia o la razón. La fortaleza de los vínculos afectivos y comprometidos se han debilitado mucho. La prueba evidente es la baja práctica dominical y sacramental. La credibilidad en la iglesia está cimentada sobre todo en el amor afectivo y efectivo que brotan los dos de nuestra personal y amorosa relación con Jesucristo. Dios es amor, es la fuente del amor. Otra fuentes son engañosas
El próximo domingo, 3º de Pascua, el pasaje evangélico de San Juan lo deja claro. Jesús es un buen amigo que tiene con sus discípulos gestos entrañables. Los invita a una comida de playa donde el cuida que las brasas no se apaguen. Y a Pedro no le examina de doctrinas, sino de corazón grande