En esta desaforada carrera por la prosperidad y la cultura del bienestar, son muchos los que reconocen que se han conseguido y alcanzado soñadas comodidades, pero hemos perdido alma, humanidad. Conseguimos mayor progreso pero hemos perdido o descuidado elementos anímicos importantes: la fidelidad en el matrimonio y la amistad, la honradez en la administración y uso de los bienes, la inviolabilidad de la vida adueñándonos de ella, la afirmación de la verdad por el engaño y la mentira, la primacía de la solidaridad por el individualismo y egoísmo y, sobre todo, la desorientación y olvido del sentido de la vida por el disfrute de lo inmediato. “A vivir que son dos días”, es un lema de conducta muy extendido, además de un programa de radio.
Algunos analistas sociales diagnostican que padecemos “una anemia de vida interior” porque hemos puesto todo el interés en las apariencias. Acertado diagnóstico Basta ver la alta audiencia de algunos canales de televisión intentando divertirnos con lo peor de los demás.
En el evangelio del próximo domingo Jesús nos dice que tenemos que ser con nuestra conducta, con nuestro estilo de vida, con nuestros valores humanos “Sal de la tierra” y “Luz del mundo”.
Cuando se atraviesa por momentos oscuros y desorientados, es cuando se necesita una luz, aunque sea de poco voltaje, que nos ayude a encontrar el camino, y es en momentos insípidos e insustanciales cuando se pide un poco de sal evangélica que sazone y dé gusto a la vida.