¡Hola de nuevo!

Hoy vimos más mandamientos en la catequesis:

El cuarto que es “honrarás a tu padre y a tu madre” y nuestra catequista nos explicó que no sólo es obedecerlos y escucharlos, sino que también es que, estemos donde estemos, demostremos que somos unos niños buenos y educados, ya sea el cole, la catequesis o en un cumpleaños. También es cuidarlos cuando sean mayores y ayudarles a cuidar a  nuestros abuelos.

-Mis abuelos están muy bien de salud -le dije yo a mi catequista.

-Bueno, también es escucharles y hacer cosas con ellos.

El quinto “no matarás”. Yo pensaba que ese lo cumplíamos muy bien, pero resulta que no sólo es no matar sino respetar nuestra vida y la de los demás, que incluye no pegarse, pero también no insultar, ni ofender, ni criticar, que todo eso a veces hace más daño que los golpes.

El sexto y el noveno es respetar nuestro cuerpo, vestir adecuadamente, no mirar películas ni vídeos que no sean adecuados a nuestra edad… y la catequista nos dijo que había ciertas formas de expresar el amor que son reservadas para el matrimonio.

-¿Y cuales son esas formas de cariño?¿Los besos en la boca? -dije yo.

-Mira -dijo mi catequista- eso es bueno que lo hables con mamá y papá, Pero de momento te digo que los besos en la boca hay que reservarlos para cuando seas mayor, para alguien muy especial, ya que así, sin más, sí serían pecados contra el sexto mandamiento.

A la salida nos esperaba mi abuela. Nos dijo que hoy los peregrinos íbamos a ver a una amiga suya muy mayor que se llama Doña Mercedes. Que nos iba a venir muy bien para practicar el cuarto mandamiento, demostrando nuestra mejor educación y modales.

¡Uy, que difícil! La abuela nos recordó unas normas básicas: saludar nada más llegar, los codos fuera de la mesa, los pasteles con cuchillo y tenedor, cuando los mayores hablan uno se calla… y en ese momento Tomás y Fran empezaron a pelarse por un cromo.

-Niños, parece que hoy no habéis escuchado -dijo la abuela. Los dos, muy avergonzados, pidieron perdón y ya pudimos seguir caminando.

Cuando íbamos de camino había un grupo de chicas y chicos. Mi abuela se puso un poco triste porque ellas iban con unas faldas un poco cortas y ellos tenían los pantalones muy abajo y se les veían los gayumbos.

-Mirad niños, como os vea a vosotros alguna vez vestidos así…

Pero no pudo acabar su amenaza porque una de las chicas fue a saludar a la abuela y le dio dos besos.

-Alejandra, ¡cómo has crecido!

-Bueno es que ya pasaron 10 años desde que me diste catequesis, que bien nos lo pasábamos.

-Si eras una nena tan cariñosa, tan buena, tan obediente y tan atenta, dijo mi abuela, por cierto te puedo hacer una pregunta en confianza.¿No tienes frio?

La cara de la chica paso instantáneamente a color rojo, pero luego esbozó una sonrisa y le dijo a la abuela que sí, que un poco.

Entonces la abuela hizo algo muy sorprendente, cogió su pañuelo grande, ese que pone encima del abrigo, y se lo puso a la chica, que se acorruco en él. Luego la abuela le dijo que ella tenía grandes cualidades y que no necesitaba vestir así para tener amigos. Y que los amigos que sólo buscan que vistas así no merecían la pena.

La chica le dio un gran abrazo a la abuela y la abuela le dijo que le regalaba su foulard.

Ella nos miro y nos dijo:

-Fue mi catequista y la quiero muchísimo, escuchadla, chicos, por que tiene razón. Voy a despedirme de estos amigos y voy a ir a casa a estudiar.

Cuando se fue, Lucia dijo:

-Así que si nos ves vestidos así nos pones tu foulard y nos hechas un sermón…

Todos nos echamos a reír y la abuela dijo que no fue un sermón, sino una corrección fraterna hecha con mucho cariño.

Al rato llegamos a nuestro destino de esa tarde. La casa de Doña Mercedes es muy antigua pero muy bonita. En el portal, un gran espejo, que nos sirvió para revisar que estábamos bien peinados y vestidos. Luego un ascensor muy antiguo con puertas de madera y cristal pero que funcionaba muy bien.

La casa parecía un museo figuras de porcelana y muebles antiguos. Nos abrió una señora muy mayor pero con ojos muy alegres.

-Buenas tardes Doña Mercedes.

-Buenas tardes niños, podéis llamarme Merche.

-Si señora.

-¡Señorita!, que soy soltera y decente.

La abuela le dio dos besos y fuimos a su salón a merendar. Sobre la mesa había las tazas de porcelana, la mantelería de hilo, minipasteles, pastas y canapés deliciosos.

Meche nos peguntó sobre la catequesis y los peregrinajes. Al rato de hablar con ella nos dimos cuenta de que era una Señorita mayor muy agradable.

Nos pidió que si podíamos cantar juntos un villancico y así lo hicimos. Al salir le dijo a mi abuela:

-Que niños más bien educados, como se nota que sus padres se preocupan por ellos, dales la enhorabuena de mi parte y, por favor, niños venid a visitarme más veces, es tan agradable ver unos niños tan buenos y educados hoy en día.

Cuando llegamos a casa se lo conté a mis papás y entonces les dije:

-Hay algo que no me queda claro. ¿Cuales son esas formas de cariño reservadas para el matrimonio?

Mamá sonrió y me dijo, que cuando crezca y me enamore de un chico, si ese chico pasa a ser mi novio, empezará un tiempo para ver si es la persona adecuada para ser mi marido y el padre de mis hijos, que será tiempo de pasear, de hablar y si, al final, me caso con él, será el momento de ser uno solo y de tener hijos. Que se alegraba mucho que le hubiera preguntado y que seguiríamos hablando poco a poco.

No es que me haya aclarado mucho pero sí sé que mi mamá me irá contando las cosas a su debido tiempo.

Por Aurora