Es triste, pero esa es la realidad. Estamos reproduciendo al antiguo drama de las dos Españas. No estuve muy atento a la sesión de investidura. Las fiestas navideñas, sus celebraciones y tradiciones son prioritarias. Debieran de haber sido respetadas. Pese a todo, me ha parecido notar una distancia grande entre la calle y el parlamento. La política cuando se revuelve conflictiva, puede agriar o reventar incluso las reuniones familiares. Así me consta de alguna. En otras mesas, por precaución y consenso, fue tema vetado. Leyendo, oyendo o viendo opiniones y comentarios en las diversos medios de comunicación, dan como cierto y comprobado que la llamada transición del 78 ha llegado a su fin. Vuelven a enfrentarse las dos Españas y se teme que se azucen los viejos fantasmas. Por las redes sociales circula de todo. Me acuerdo de la alegoría del jarrón de porcelana japonesa roto. Qué fácil es romperlo y que trabajoso recomponerlo. Qué fácilmente se destruye y qué difícil restaurarlo
Yo acudo con frecuencia a los versos teresianos: “Nada te turbe, nada te espante… con la paciencia todo se alcanza, solo Dios basta”, para tener paz. Y para tratar de entender lo que pasa y poder vislumbrar el futuro que se presenta, me he encontrado con el pensamiento del filósofo y sociólogo francés de actualidad, Gilles Lipovetsky, que la analiza en dos libros que tienen por título: “La era del vacío” y “De la ligereza”, los dos muy sintomáticos y poco halagüeños ¡Qué descripción de la cultura en la que estamos inmersos! Meses atrás anduvo por esta tierra nuestra que conoce bien. A propósito de los populismos, de los que mucho se habla, se deja decir: “Que los movimientos populistas son la traducción de la inseguridad profunda” Y reflexiona así: “La autoconciencia ha sustituido a la conciencia de clase, la conciencia narcisista sustituye a la conciencia política”. Este domingo he leído de él algo más preocupante y es que no será la moral la que salve al mundo sino la técnica porque de lo que se trata hoy es de resolver los problemas para vivir bien, el bienestar a cualquier precio y el bienestar que buscamos es… material.
A lo largo de esta lenta travesía por el desierto que ha sido el tiempo de las elecciones y la investidura, no hubiese venido mal una reflexión argumentada y serena ofrecida por la Iglesia española. Es bueno recordar lo de Pablo VI de que la iglesia es experta en humanidad. Lo está demostrando el papa Francisco. Me consta que muchos la han echado en falta. Hay valores humanos y situaciones sociales de envergadura en juego: la verdad, la justicia, la fraternidad y la libertad. Lo humano es evangélico. Desde el concilio Vaticano II la iglesia ha sabido situarse y cumplir su misión. Hoy nadie discute el papel que desempeñó en la transición con el cardenal Tarancón al frente. Y después, con D. Gabino Díaz Merchán y el documentos “Los católicos en la vida pública”. Un poco más de peso podrían tener ese 70% de la sociedad española catoliaca con el aval de la tradición de la Doctrina Social de la iglesia.
El próximo domingo se conmemora el bautismo de Jesús en el Jordán, el inicio de su vida pública que a nadie dejó indiferente. En el bautismo recibimos los cristianos la efusión del Espíritu Santo y sus dones, el de fortaleza, ciencia, sabiduría… Todos necesarios para una iglesia en salida y para recomponer el jarrón roto de la transición. El Espíritu Santo puede actuar como el kintsugi japonés para reparar la porcelana. Es polvo de oro que refuerza las roturas.
Javier Gómez Cuesta