Evangelio de la Vigilia Pascual

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 1-10

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:
«Vosotras, no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado».
Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Palabra de Dios

Evangelio del Domingo de Pascua de Resurrección

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Reflexión para este día

¡Esperanza y fortaleza en esta

Pascua de Resurrección!

¡Aleluya!, ¡Aleluya!, es el canto que hoy debiéramos entonar con  alegría, con entusiasmo, con gozo. Este año entonamos  está exclamación tan propia de este día movidos por la fe y la esperanza pero con la sordina de nuestra situación que nos impide hacerlo a pleno pulmón. Hasta nos puede costar oír la música  energizante del Aleluya de Haendel. Tenemos que echar mano de la más robusta fe que se nos tambalea, de la confianza de que Dios no nos abandona, de la certeza de que Jesús ha coronado su obra de salvación, de que ha venido a nosotros y se ha encarnado con una finalidad importantísima, que la justifica.  Tenemos que preguntarnos por qué Dios se hizo hombre para darnos cuenta de quiénes somos. Vino a manifestarnos nuestra identidad de hijos de Dios y por lo tanto estamos llamados a vivir y participar de su misma vida. La vida nueva, la vida resucitada que nos ganó en el gesto supremo de amor en la cruz.

Acudimos a la Virgen María, a quien en este tiempo pascual toda la  iglesia le canta “Regina coeli laetare. Aleluya” (Alégrate Reina del Cielo, aleluya). Que ella nos ayude a colmar de alegría nuestro corazón, ella que atribulada en la pasión, nunca dudó  con esa intuición de madre, que la historia de su hijo, que fue también un misterio para ella, tendría un final feliz.

El hecho más importante de la intervención de Dios en la historia es que resucitó a su Hijo Jesús de entre los muertos. Dios se ha manifestado verdaderamente con este hecho insólito, que sobrepasa todo poder terreno,  antes anunciado por Jesucristo, pero imposible de comprender y de aceptar hasta que no se realizó en él.  Eso es lo que confesamos en nuestro credo: ¡Dios resucitó a Jesús de entre los muertos! El amor de Dios es más fuerte que la muerte. El amor, el amor humano,  siempre da vida, nos da vida. El amor infinito de Dios nos alcanza su misma vida. El amor une vidas.

Hoy es la fiesta principal de nuestra fe cristiana: Pascua de Resurrección. Paso de la muerte a la vida. Es San Pablo mismo, no uno cualquiera, un ateo, un agnóstico, o un científico el que nos dice que es la prueba de fuego: “Pero si Cristo no resucitó vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe” (1Cor.15, 14) De tal manera que este hecho acredita la verdad de nuestra creencia. Es su fundamento. De lo contrario, aun habiendo existido históricamente Jesús de Nazaret, solo sería una persona más o menos famosa, que llamó la atención por lo que decía e hizo con algunos necesitados, pero que fue,  y ya no es. Y su mensaje nos podría gustar más o menos, pero no tendría la solidez, ni podría ser el verdadero criterio que guiara nuestra vida y desentrañara el misterio de nuestra existencia. ¿Quién soy yo?

Porque Jesús ha resucitado, ha sucedido algo nuevo, algo extraordinario, algo que afecta a nuestra vida

¿Qué es resucitar? Ahí está la novedad. No es la reanimación de un cadáver, como fue lo de Lázaro. Es algo difícil de describir porque no tenemos experiencia. Es volver a ser nosotros mismos pero de otra manera, ya sin las limitaciones de esta vida: enfermedad, dolor, miseria, pobreza, injusticia, muerte. Es entrar en una nueva dimensión, es un salto cualitativo, es alcanzar una nueva manera de ser hombre.

Lo que si podemos afirmar con toda certeza es que la fe no crea el hecho, como si fuera una imaginación que idearon los apóstoles y que en acuerdo logrado transmitieron. A ellos mismos les costó trabajo  entender esta nueva realidad de Jesús, tuvieron muchas incertidumbres y dudas, porque no contaban con que esto le sucedería al Maestro. Las mismas dudas  y negaciones que tuvieron de su crucifixión. ¡Cómo Jesús iba a ser crucificado sufriendo una muerte de esclavos, siendo quien era! Ellos si vislumbraban que era alguien divino. Lo mismo les sucede con Jesús resucitado y sus apariciones y encuentros. No le conocen. Se sorprenden de su presencia inesperada, imprevista, repentina; es él pero no parece él. Era algo completamente diferente a lo de Lázaro. El fenómeno de la resurrección superaba su modo de comprensión.  Cuando el prendimiento huyeron despavoridos, tuvo él que salir a su encuentro. Le  costó trabajo convencerlos.

Esas incertidumbres que manifiestan en las apariciones de los evangelios sobre si es él o no, se pueden justificar porque ya no es Jesús encarnado, es Jesús encarnado y resucitado, glorioso, su cuerpo es glorioso y desconocemos sus propiedades. Como se les mostró en el monte Tabor cuando la transfiguración y no entendieron qué era aquello de “resucitar de entre los muertos”. Ya no está presente humanamente aquí, ahora se les presenta  desde la inmensidad de Dios. Viene de allá. Eso sí, una vez convencidos darán todos la vida por el maestro, por el Señor, por el Resucitado, por seguir como discípulos construyendo su Reino.

Tenemos que añadir, lo que nos atañe a nosotros. La resurrección de Jesucristo nos es un hecho aislado y personal suyo. Estamos nosotros tan vinculados con esa novedad, con ese salto cualitativo, que San Pablo mismo lo formula  de esta forma tan convincente  y decisiva: “Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado… pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (1Cor15, 16ss.). En otra parte nos dice que Cristo es la Cabeza del cuerpo y donde está la cabeza estaremos los miembros.

La resurrección de Jesucristo tiene una dimensión universal. Es un escalón hacia arriba que Dios infunde por Jesucristo en la existencia humana y el cosmos.  Basta sentir los gran anhelos de vivir, de vivir felices, de amar y llenarnos de amor, incluso de alcanzar un mundo más justo donde logren justicia los excluidos de la tierra para sintonizar con la verdad de este acontecimiento.

En la espesura del momento en que nos encontramos, con el testimonio de Pedro y Juan que van corriendo al sepulcro y lo encuentran vacío, se abre un nuevo  futuro, sin vendas, libre, en el que  alcanzaremos  el ser plenamente hijos de Dios. Y ante la pregunta inquietante de qué sucederá con nosotros, como será nuestro final, escuchamos el anuncio del ángel: “¡No está aquí, ha resucitado!”.  Como a María Magdalena,  que tampoco lo esperaba, saldrá a nuestro encuentro.

El que se hizo como nosotros en el seno de la Virgen María, Resucitado, nos hace como él, en el seno del Reino de los cielos.  

Aleluya. Amén

ORACIÓN

Señor, Jesús:

¡Aleluya, aleluya!

Feliz Resurrección.

Hoy toda la iglesia es un canto

de alabanza gozosa a Dios

por tu Resurrección.

Hoy es el día de la alegría y la esperanza.

Lo que muere por amor,

el amor entregado, resucita.

Hoy entendemos aquella frase de

que si el grano de trigo

no muere, no da fruto.

El fruto es la vida nueva,

la vida resucitada.

Hoy tenemos en Ti la confianza

de que Dios no abandona

a los que confían en Él.

Nuestro principal enemigo,

la muerte, ha sido vencida.

Contigo estamos llamados a la Vida.

Pero la resurrección no es solo una meta final.

Ha de ser una experiencia

presente en nuestras vidas:

Tú estás siempre resucitando nuestra vida,

inyectado vida nueva en nuestra venas,

en los sacramentos,

especialmente en la Eucaristía.

Y esta vida es para comunicarla,

para entregarla, para injertarla.

La vida atrapada se muere,

la vida sembrada se multiplica.

Señor, en el surco hondo de mi alma

siembra semillas de Pascua.

Señor, gracias por tu alegría.

¡Aleluya! ¡Aleluya!

Amén.