Domingo 14º del Tiempo Ordinario A


EN aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado
a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más
que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os

aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras
almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Palabra del Señor
Homilía
Esta larga etapa de la pandemia ha sido agotadora, angustiosa. Nos ha
dejado cansados. La incertidumbre, el miedo, la angustia, dejan sin
ánimos, sin fuerzas. Le podemos decir hoy a Jesús, que sí, que nosotros
también estamos cansados y agobiados. Necesitamos que nos ayude, que
nos alivie, que nos diga y nos dé algo para resarcir nuestras fuerzas. ¿Hay
algún complejo vitamínico para recuperar el coraje del espíritu, del alma
de la persona? Debería ser la primera consecuencia que sacáramos de
esta experiencia inesperada, casi inconcebible: ¡Qué importancia tiene el
espíritu y que poca atención le prestamos! ¡Qué poco lo cuidamos!
Las vacaciones de este año, el que las pueda tener, van a ser muy
distintas, o debieran de serlo. Es importante y necesario recuperar, pero
más que el cuerpo serrano, el ánimo, la perspectiva de nuestra vida, el
coraje de vivir, la fortaleza para enfrentarnos con los reveses que siempre
llegan sin previo aviso. La luz del futuro de la vida se nos ha quedado con
pocos voltios, tenue y necesitamos potenciarla, encontrar una nueva
fuente de energía que ilumine con más claridad el camino, el sentido de
nuestra existencia. Es importante lo que hemos vivido, pero es más
importante lo que nos espera por vivir.
Ahora que hay que cumplir tantas normas y tener tantos cuidados para el
disfrute en las playas y lugares de ocio y deporte, tenemos que buscar
tiempo para dedicarnos a nosotros mismos, a pensar, a revisar, a
preguntarnos qué hacemos en esta vida, a encontrar la riqueza y la
maravilla de nuestro interior, de nuestro yo, de nuestros ideales y sueños,
de nuestras esperanzas. Darnos cuenta del misterio que llevamos dentro.
A eso nos invita Jesús, cuando nos dice: “Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados que yo os aliviaré” Es el momento de probar o

recuperar la medicina espiritual que él nos ofrece, la transfusión de vida
que él nos puede hacer.
Hay cansancios que influyen y condicionan más de lo que pensamos
nuestra vida y que no se curan solo con vacaciones y diversiones, como es
la paz del corazón, la serenidad del espíritu, la alegría e ilusión del
corazón. Necesitamos un descanso liberador que nos haga un poco más
introspectivos y contemplativos. Así podríamos escuchar la voz de nuestro
interior, tener conciencia de lo que somos y llevar una vida más personal.
No ser vividos por el ambiente, sino vivir con más libertad y dignidad.
Nos daríamos cuenta de que vivimos demasiado aprisa. Solemos decir:
“Qué aprisa pasa el tiempo” Es el ritmo que le damos nosotros, con
tantos quehaceres y ocupaciones, atropellados a golpe de reloj, de
internet, del iphone, del wasat. Estamos sometidos a la cultura del
rendimiento. Es la diferencia entre lo rural y lo urbano, entre el tener y el
ser, entre la calidad de vida de lo corporal, de lo material, y lo espiritual.
Tenemos que ordenar y valorar mejor nuestra vida, y saber el elegir lo
esencial e importante de lo superficial y accidental. El tiempo que damos a
la familia, el dialogo familiar, la atención a las amistades, la contemplación
de la naturaleza, .. y el tiempo que damos a Dios, a escuchar su voz, Él que
nos ha dado la vida, puede llenar de sentido y de amor nuestra vida.
Porque hay otro cansancio difuso, difícil de describir, como de vacío
interior y cansancio de nosotros mismos, de nuestra mediocridad, de
insatisfacción, que es sin duda el que nos puede curar el Señor en el
dialogo y relación con él. Por eso nos dice: “Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, que yo os aliviaré”.
Todos podemos tener la experiencia, la sensación de que hay una
dimensión en nuestra vida que no se puede llenar o colmar de cualquier
manera, que necesita de otra relación, de otra voz, para calmarse y
pacificarse. Llevamos un misterio dentro y solo Dios y nuestra relación con
él, puede colmarlo. Ojalá que en estas vacaciones encontremos tiempo y
silencio para ello.

Señor Jesús:
Has comenzado tu misión
y tu anuncio de que Dios
es cercano y lleno de amor.
Percibes un cierto fracaso, porque
“los sabios y entendidos” no lo admiten.
Pero tu oración está llena
de agradecimiento porque
son los sencillos de corazón
los que lo acogen.
Hoy nos haces una sublime revelación:
que sólo Tú, que eres el Hijo,
puedes revelar a Dios y
nos lo muestras como Padre.
Siempre ha habido muchos sabios
y entendidos que han querido
ponerle condiciones a Dios
para creer en Él.
Tienen su propia concepción
soberbia y “científica”
de la vida y de la religión.
No admiten que Tú puedas
ser la verdadera revelación,
que en Ti podamos conocer y
admirar el misterio de Dios Padre,
que nos ama, que quiere establecer
una relación cordial con nosotros,
que nos ve como hijos.
Señor, enséñanos a ser
“mansos y humildes de corazón”
y así ver y sentir esa relación
como un yugo suave de amor
en el que encuentran

descanso las angustias y
las dudas de nuestro corazón.
Amén