Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 37-42
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga
con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la
encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe,
recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta,
tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo,
tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos
pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su
recompensa».
Palabra del Señor
Homilía
El pasaje del evangelio de este domingo 13º del denominado Tiempo Litúrgico Ordinario, este año del ciclo A, que corresponde a San Mateo, describe algunas de las cualidades del estilo de vida que Jesús desea para identificar a sus discípulos. La primera indicación o propuesta nos puede dejar un tanto sorprendidos y atónitos. “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí… no es digno de mí”. A primera vista, nos parece una minusvaloración de la familia y una exigencia excesivamente radical. Para entenderla, tenemos que acudir al tiempo del inicio del cristianismo, en el seno de la religión judía, revelada por Dios por medio de los profetas, pero negada a admitir a Jesús de Nazaret como el Mesías esperado. Para una familia judía, el que uno de sus miembros renunciara a su fe yavista vetero-testamentaria para bautizarse como discípulo de la nueva religión del que, “muerto y resucitado”, se manifestó como el Hijo de Dios, era inconcebible. Podemos imaginarlo con la actitud de los del islamistas que pretendieran pasar al cristianismo. Tenemos ejemplos vivos, actuales y frecuentes en Asia y África. Son los mártires de nuestro tiempo.
Podemos entenderla e interpretarla también parafraseándola con otra pasaje del Génesis muy conocido: “Por eso dejara el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer..” “Por eso deja el hombre a su padre y a su madres y se une a Jesucristo…”. En ninguno de los dos casos deja el hombre de amar a sus padres, sino que le da prioridad al nuevo amor. Jesús quiere expresar, con este sentencia chocante, la relación que hemos de tener con él, ponerlo en el centro de nuestra vida, así fortalecerá todos los amores. Los padres e hijos cristianos somos capaces de hacer cosas extraordinarias, unos por los otros, movidos por esa fuente de amor que es Jesucristo “que nos amó hasta el extremo”.
El amor a Jesucristo no disminuye el amor a la familia, lo potencia y ennoblece, pero el Señor quiere que nos sintamos también miembros de esa otra gran familia, no de sangre, sino de espíritu y de fe, la que él funda, que tiene la misión de establecer el Reino de Dios colaborando con él. Puede darse el conflicto, cuando se oponen a un seguimiento del Señor más entregado, como puede ser el sacerdocio o la vida religiosa. Pero la familia ha de ser siempre una escuela de valores que ayuda a sus hijos a encontrar la vocación y la situación en la vida en que han de ser felices y han de colaborar a realizar el proyecto de Dios. Y entre esos valores esta la siembra, el cuidado y el crecimiento en la fe. Se echa de menos esta misión y responsabilidad de la familia. En este campo puede hacer más de los que hace. La familia imprime carácter. La observación que nos hace Jesús, debe despertar esta pregunta: ¿qué centralidad tiene la relación cordial con Jesús? Cordial, de sentir, no solo de saber.
Otra advertencia llamativa que nos hace hoy Jesús, el Señor, es esa de que “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro” Una de las cosas que más agradablemente nos ha llamado la atención en estos meses del sufrimiento de la pandemia es el número de personas que altruistamente se han preocupado de los demás, por humanismo y por amor cristiano. Ha sido evidente el valor y la eficacia del voluntariado, el voluntariado de Caritas. El voluntariado tiene raíz y génesis evangélica. En las primitivas comunidades ya había voluntarios que cuidaban y ayudaban a las viudas, huérfanos, necesitados… “los pequeños” que llama el evangelio. Es una de las formas concretas de vivir la caridad, el amor cristiano, que no es sentimentalismo, sino compromiso: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed…” el voluntariado cristiano tiene una característica, que no solo es dar cosas, es darse a sí mismo. No es cuestión de una acción esporádica, es abrir los ojos y darse cuenta de que la situación es tan grave e inhumana que hay que poner la mano en el arado. La caridad cristiana no se conforma con la limosna, aunque a veces tenga que practicarla para socorrer a alguien, supone la justicia, lucha por ella, pero va más allá, en la forma de trato con el hermano necesitado mostrándole su afecto y su ternura, “como si fuese una sonrisa de Dios”, dice el papa Francisco. La caridad no es fría, escueta, distante, tiene rostro, tiene caras, “toca y cura las llagas”.
La iglesia española tiene que intensificar la fuerza humanizadora y evangelizadora del voluntariado para aliviar las necesidades humanas y hacer visible y concreto el amor a los hermanos. Es lo que nos está diciendo el papa Francisco con esos signos imaginativos y útiles que hace con los pobres y enfermos. Ahora envía respiradores a los hospitales de naciones americanas y africanas que sufren el envite de la epidemia. No soluciona el problema, pero indica la dirección en que debe caminar la Iglesia. Hoy, además de soluciones técnicas, es necesario afecto y amor humano. Y en esa clave deben trabajar los voluntariados, especialmente los de marca cristiana.
La obra buena en favor de los demás, hecha con generosidad de corazón, siempre tiene paga, nos asegura el Señor, la mejor, la suya, cuando nos dice que lo hicimos a unos de estos “pequeños” a él se lo hicimos y también la mirada o sonrisa agradecida que nos llena el alma del que recibe nuestro gesto. Es muy acertada la frase de San Agustín: “Lo que no hagas tú, quedará sin hacer”. Amén.
ORACIÓN
Señor, Jesús:
Con palabras y comparaciones
sorprendentes y expresivas,
nos insistes hoy en tu manual del amigo
y discípulo fiel, que hemos de ser
“dignos de ti”.
Tenemos tendencia a vivir
una relación contigo light,
de conveniencia, de oportunismo.
Ser discípulo y seguidor tuyo
no es cuestión de tradición,
exige una decisión personal
que hay que ir renovando y
fortaleciendo todos los días
para mantenerla viva,
para que sea una adhesión y
compromiso con tu Persona y
con tu misión de construir
un mundo más digno,
más justo, más fraternal.
Esto lleva a compartir tu destino.
Por eso nos dices que hay que llevar
la cruz para liberar las cruces
de los demás y hay que perder
y entregar la vida para luchar
y alcanzar una vida mejor para todos.
Nos hablas también de la acogida
y de la hospitalidad.
Atravesamos una época grave
de migraciones, desplazamientos,
de sectores de descartados,
ninguneados, olvidados.
Nos dices:
el que acoge a uno de estos
“pequeños”, me acoge mí.
Señor, que seamos dignos de ti. Amén